Que Garry Marshall ha sido durante décadas la gallina de los huevos de oro en cuanto a comedia ligera made in USA se refiere no lo duda nadie —que levante alguien la voz si se atreve, me va a dar un poco igual—. No podemos olvidar que hizo un ‹epic win› con Pretty Woman, y que repitió hasta la saciedad con menor o mayor acogida el conflicto en modo dúo, ya fuese mujer-hombre, amiga-amiga, hijo-padre, nieta-abuela reina… algo a lo que aferrarse unos ávidos productores que asociaban encontrar el nombre de Marshall sobre el papel con aparecer en sus ojos el símbolo del dólar como un dibujo animado.
Es tan exitosa la fórmula que no ha bastado con cuatro décadas dedicado al entretenimiento vacío: ahora también lo plagian. A finales de los ochenta apareció en carteleras Un mar de líos (Overboard), una historia de amor y desencuentros cómicos que han reciclado en los dosmiles y pico con Un mar de enredos. Ver para creer.
Un mar de líos no es uno de los mayores éxitos de Marshall, pero sí una de esas películas que encontramos prácticamente cada verano en la pequeña pantalla. Puede que sea porque hay barcos, o porque Kurt Russell es mejor que cualquier cosa que te venga ahora a la mente —¿un helado? ¡NO! Es mejor Kurt Russell. Vuelve a darme igual que alguien opine lo contrario—. Es cierto, el mítico actor de pelazo fuerte y brillante aparece en esta comedia con la que sigue siendo su pareja, Goldie Hawn, y unir estos nombres ya era un éxito de afluencia asegurada, pese a que juntos se han prodigado poco, aunque su química sea sinónimo de caja registradora. Si ellos dos ya valen un potosí, aunque sea por pura nostalgia, lo cierto es que pese esos toques rancios ochenteros que aparecen por distancia temporal, hay puntazos que las cuadriculadas comedias de hoy en día, por exceso o falta, han olvidado incluir.
La premisa tiene un toque ácido y chisposo, y aunque tenga todo el clasismo y topiquismo encerrado, sale airoso con el vestuario elegido para los muy muy ricos —que parecen salir de una mezcla entre la pesadillesca escena final de Society de Brian Yuzna y una peli circense—, barbilla en alto y mucha tontería en su embotada forma de hablar. Desde un inicio intenta saturar la electricidad que crece entre la mujer de alta sociedad estirada (aunque sea zorra la palabra más utilizada durante toda la película) y el carpintero trabajador, atractivo y de vida caótica. Muy previsible, pero muy bien armado, como el zapatero con manivela que les une/separa. La puntilla de la amnesia permite repetir la receta de ama de casa inútil y madre inesperada —me resulta gracioso que en 2004 dirigiera Mamá a la fuerza con Kate Hudson, hija de Hawn, como acto de autofelatio definitivo—, crecimiento personal y flirteo amatorio que todos nos merecemos al sentarnos ante uno de estos films.
Aunque el «yo soy el hombre, haz lo que yo diga mujer» parezca lo que nos escupe Un mar de líos a la cara, ya venga por el marido real o por el carpintero vengativo, en el fondo se le nota la incomodidad con esa realidad y parece justificar de vez en cuando el lugar que va ganando el personaje de Annie. Puede que el entendimiento de los protagonistas sea lo más obvio y olvidadizo, es mucho más divertida la gresca e inconsistencia familiar, pero que todo vuelva a ese inicial barco, antro de lujuria y pomposidad, es un regalo untado de lentejuelas, brillos y rasos que vale, requiere reflexión, pero es tan básica que dan ganas de soltar grititos por su ironía (el giro sobre el giro para especialistas). Además ella dice en un momento «el dinero es mío», y quién puede negar la grandeza del doble rasero imperante en la cinefilia, donde todo es falso y por ello aplaudible.
Después de todo esto, alguno se preguntará por qué Un mar de líos es reivindicable. Pues solo hace falta verla con los ojos de una primera vez —yo ya he repetido muchas veces— y esperar lo previsible, lo rancio y lo especial. Tú, que no eres capaz de ver más allá del ‹blockbuster› o el ‹film d’auteur› —leer en tono afrancesado—, a ti me dirijo, seguro que no eres capaz de ver más allá y me llevarás la contraria. Pero sinceramente, me va a dar igual.