La familia no existe, no llega siquiera a reflejo de un tiempo mejor. Simplemente, el concepto se ha desvanecido hasta perder el sentido. Si observas a la familia de Colo descubres que Teresa Villaverde es lo único que quiere decirnos. Estos tiempos, con estos problemas, no permiten darle el significado adecuado al término familia. Porque ya no existe.
A los conceptos se refiere en todo momento Villaverde en esta película observatorio. Partimos de la acepción Colo, que se refiere al regazo, ese lugar protector, al tiempo que nos concede pensar en un abrazo, el apoyo en brazos ajenos, entrelazados, un apego reconfortante, una invitación al reposo. Esta idea abre visualmente la película, es tal vez el momento más cercano (que no sentido) del film, uno que recordar durante el plano final, al que la directora le otorga todo el aspecto cinéfilo, con el barrido de cámara y los instrumentos de cuerda (un sonido ausente con anterioridad), con el sentimiento de haber opuesto esa palabra, Colo, a la vida.
No definimos si se trata de un despertar en el mundo de los adultos o una constante pesadilla humana en la crisis monetaria, pero sin duda la mirada de Teresa Villaverde se encierra y atrapa a partir de personajes y estancias, y toma su tiempo para adaptar el ojo a esa oscuridad lumínica que les acompaña, donde la noche, un apagado amanecer o una habitación iluminada con velas aporta la tristeza que no necesariamente se verbaliza.
Una inquietud apenas perceptible va tomando forma en las escasas interacciones de sus protagonistas. Una hija adolescente que vuela a un ritmo turbado en sus escarceos con el entorno, liberándose de las ataduras del hogar, buscando su propio y elaborado espacio. Al decir hija irremediablemente ponemos nuestra vista sobre unos padres, uno atado al hogar, con ese pulso permanente a la falta de trabajo; otro agotado y escapado, por exceso de lo mismo. Es el retrato de una familia actual, una que parte de un todo y va perdiendo elementos por el camino ante la falta de efectivo, un hecho tremendamente común pero igualmente asfixiante y cercano.
Colo no aprovecha este hecho que centra el porvenir de los personajes para aferrarse al drama y provocar desasosiego, simplemente se recrea en lo situacional, convive con ellos para permitir que cada situación avance con naturalidad para no apresurar los actos. Parece que no interesa intervenir, concretar nada. Simplemente sucede.
Hay un mimo en las imágenes que no se comparte en las interacciones: los cuerpos, poco a poco, se repelen entre ellos con una esmerada razón. Aunque sea Marta y su más inmediato entorno quien se lleva tras de si parte del desarrollo del film, las intrigas que acepta vivir el padre tienen una fuerza pavorosa, siendo la insensatez el destino más próximo de estancada realidad.
Teresa Villaverde quiere provocar en voz baja y sin fuertes argumentos, un arriesgado intento de crear una ficción dinámica a partir de la más absoluta pasividad. Sabe que el tiempo juega a su favor para reproducir las sensaciones que deben acompañar a los actos transmitidos, pero también su letanía puede provocar efectos totalmente adversos. Colo es una aventura silenciosa, un dolor acallado por la cotidianidad que no tiene fin, un drama sin artificios que sabe prosperar hacia el vacío existencial, hasta perder cualquier horizonte sin recordar el sabor de las lágrimas. El nuevo concepto de familia en el futuro más próximo.