En el período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Rumanía llegó a prosperar como nación extendiendo su territorio y aumentando su riqueza pero sin poder sacar a la mayor parte de la población de la miseria. En los años treinta, como en otros países europeos, un fuerte antisemitismo emergió en su sociedad alentado por la clase política y las corrientes fascistas del país. Hacia finales de la década el estado rumano persiguió sistemáticamente a los judíos mediante su exclusión, represión, persecución y hasta su tortura y asesinato, convirtiéndose en el segundo país que más judíos mató de manera directa después de la Alemania nazi. Todo esto en un contexto de la deriva totalitaria que acabó con una dictadura militar como consecuencia de un golpe de estado en 1940 por parte del mariscal Ion Antonescu con el objetivo de recuperar la integridad territorial después de que la URSS se anexionara regiones cercanas a su frontera en el norte y noreste de país. En La nación muerta, Radu Jude intenta crear un registro histórico de todos estos sucesos describiendo la realidad social y política a través de la narración de los diarios de un médico judío de Bucarest, que complementa con emisiones de radio de la época para integrar su banda sonora. La imagen la componen una serie de fotografías realizadas en esos años por un fotógrafo en una típica región rural.
La disonancia de esta fragmentación narrativa entre la imagen y el sonido —que corresponden a dos puntos de vista radicalmente distintos— muestra una escalofriante lucidez como dispositivo cinematográfico. Desde la experiencia subjetiva de dos individuos trasciende el relato a una dimensión histórica, política y social que, aunque por su propia naturaleza no puede alcanzar en su totalidad el alcance de los hechos ni su gravedad, sí permite establecer la coexistencia de distintas realidades que surgen y dialogan entre ellas en múltiples niveles. Como si cada elemento del conjunto audiovisual formara el fuera de campo del otro. Mientras las fotos actúan a modo de cápsula del tiempo que conserva los usos y costumbres de los ciudadanos rumanos de la época en momentos de ocio, de eventos importantes dentro de la comunidad, de la actividad comercial y económica, de sus familias o creando símbolo de estatus, los diarios narrados cuestionan el discurso oficial de las instituciones y sus líderes respecto a los judíos desde la experiencia personal, extendiendo su crítica a las políticas oficiales y la dirección genocida tanto del gobierno como de la sociedad rumana, alimentada por el nacionalismo y por la exaltación de las esencias culturales y religiosas de su país.
En el proceso Radu Jude no sólo es capaz de retratar un período histórico de Rumanía en el contexto del conflicto bélico global del momento, sino también de capturar la construcción de los elementos clave del desarrollo del fascismo y sus formas de expresión, causas y consecuencias. Un gobierno totalitario y antidemocrático, una defensa de una identidad cultural basada en un origen étnico concreto y la religión cristiana, la identificación de la voluntad del pueblo con el estado y su líder, que por otra parte es encumbrado como el único capaz de llevar a su destino al país. La gloria asociada a la muerte y el carácter épico de la guerra que dan sentido a las vidas de los rumanos, sin olvidar la identificación de los enemigos de esa nación única e indivisible fuera y dentro de la misma —la URSS y el pueblo judío—, conformando una amenaza temible para sus intereses y su bienestar pero al mismo tiempo percibidos como débiles por su falta de valores afines y coincidentes con los propios. La manipulación de la opinión pública y la instrumentalización del odio y el victimismo aparecen aquí además como armas efectivas para deshumanizar a cientos de miles de personas que fueron desposeídas, maltratadas y asesinadas en pos de un bien común inexistente e idealizado, basándose en falacias que sobreviven enquistadas en discursos de ideologías aparentemente distantes a través del tiempo hasta nuestros días.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.