El orden de las cosas es una película que no contiene absolutamente nada más que lo que pretende contar. En otras palabras, es un trabajo que sabe hablar con sencillez de lo complejo. Su duración es exactamente la necesaria, la producción está rigurosamente dedicada a los recursos imprescindibles y el guión no cuenta con ninguna concesión. De ahí que un vistazo distraído pueda hacernos percibir en ella cierta ligereza. Pero en realidad, aquello que aparenta vacuidad no es otra cosa que humildad. Probablemente necesitemos más ejemplos como el que nos ocupa para recordar que la modestia no es un defecto sino una virtud. En fin. La cuestión es que Andrea Segre se ha propuesto hablar de uno de los temas más complejos de nuestra actualidad y ha logrado un producto de casi dos horas de duración que se hace más corto que largo. Tal vez esto se deba, al menos en parte, al hecho de que todo su discurso esté construido desde el prisma de los ojos de una serie de personajes occidentales de clase alta. Es decir, estamos ante un discurso planteado a partir del lenguaje que tanto acostumbran a usar los aturdidos ciudadanos cuya máxima preocupación es percibir temblores en su estado del bienestar. O lo que es lo mismo, el público más común del cine contemporáneo.
Segre hace patente su mirada crítica desde el primer momento. Con discreción pero inclemente, nos presenta una familia cómodamente instalada en un lujoso edificio de Pádova. La inmaculada reputación de Rinaldi como policía veterano permite al personaje mantener a su familia con toda clase de comodidades. Lo apreciamos constantemente: en las abundantes y exquisitas cenas del matrimonio, sus lujosos viajes, los costosos obsequios que él hace a su mujer, los entrenamientos de esgrima… Somos testigos de un conjunto de estímulos inconfundiblemente asociados a una vida lujosa, que contrastan cruelmente con las condiciones de vida de las personas a las que el protagonista debe impedir acceder a Europa. Esto se hace especialmente evidente cuando Rinaldi y sus compañeros (todos ellos agentes de la ley, de diversos departamentos, contratados con el objetivo de cerrar el paso a los inmigrantes ilegales) visitan el centro de reclusión de Libia: aglomeraciones humanas, tratadas a golpe de porra, embutidas en precarias habitaciones, con barrotes y sin ningún tipo de cuidado higiénico, sin camas ni baños, todo el tiempo sujetas a las ordenes de los vigilantes armados.
El contraste entre ambos casos logra un equilibrio tan perfecto entre sutileza y evidencia que a Andrea Segre casi no le hace falta explicarse. La asociación prácticamente se da por si sola y, a partir de ahí, la tesis se despliega con impresionante naturalidad: todo intento de mejora para las vidas de los oprimidos estará siempre supeditada a la existencia de una clase alta. Es decir: la prioridad siempre será permitir a los privilegiados conservar su riqueza. De ahí la importancia que tiene la conversación que Rinaldi mantiene con una de las africanas interceptadas en alta mar: tras establecer contacto vía ‹skype› y después de comunicarse mutuamente su paradero, ella pregunta a Rinaldi si vive en Roma, a lo que él responde «A veces». Es una fantástica manera de remarcar, nuevamente de forma sutil, las abismales diferencias que existen entre uno y otro tipo de vida. Y también de recordarnos que, si bien en ciertos momentos la clase alta puede dar muestras de empatía y solidaridad hacia las poblaciones desfavorecidas, todavía está muy lejos de ofrecerse a conceder cualquier tipo de sacrificio (por pequeño que sea) en su favor.
solo queria saber donde proyectan el orden de las cosas. gracias
Por ahora no se sabe si habrá proyecciones o incluso se estrenará, puesto que pasó por el AFF de Filmin, un festival online. Quizá haya suerte y finalmente llegue, o lo haga a través de algún festival de cine italiano, pero en estos momentos poca más información podemos darte.