El actor, casi octogenario, se sienta en un sillón. Habla directamente al entrevistador, mirando a cámara. Rememora su niñez, la infancia con sus padres, la juventud en Cambridge y sus papeles en el grupo de teatro de la universidad. También recuerda sus primeras parejas, el paso por la escena profesional de Londres, las giras por el Reino Unido tras abandonar el Old Vic Theater que dirigía el mismo Laurence Olivier en aquellos años sesenta. Algunos papeles en telefilmes y dramas filmados para la televisión. Su militancia por los derechos humanos en años reaccionarios que lideraban Margaret Tatcher y otros políticos afines al conservadurismo. Después de dos audaces décadas hasta los años setenta, el SIDA es una de las razones del retroceso en las libertades. La vida sigue, ya en los noventa, la época en que la mayor parte del público mundial conoce a Ian McKellen, con medio siglo de teatro a sus espaldas, gracias a personajes que son iconos como el mago Gandalf o el villano Magneto. Mientras tanto el cómico y caballero continúa charlando, interpretando su papel.
McKellen: Playing the Part es la mejor manera de jugar con varios significados desde su propio título. Al principio, con un montaje picado y veloz de imágenes de programas de televisión, sobre todo en espacios nocturnos de entrevistas y otros de variedades, en los que camina triunfal el artista tras ser presentado por el locutor del momento. McKellen comenta con ironía que siempre actúa en esos casos. Se plantea lo que quiere contar, ordena sus prioridades y se adapta al cuestionario. El veterano actor nos da una clase magistral.
El documental se plantea como un texto autobiográfico, exhaustivo en la secuencia cronológica desde su nacimiento (1939) en una población minera. Menciona a su hermana mayor, ya fallecida. También a su madre, desaparecida en la juventud, tras sufrir un cáncer de mama. Tanto ellas como el padre solían asistir a obras de teatro, una razón que impulsa al joven Ian al mundo de la interpretación. Frente a otros documentales biográficos, el protagonista no carga en ningún momento con traumas psicológicos debidos a su familia, salvo por un par de pequeños detalles mencionados. Pero su actitud vital es la común a toda una generación que ha crecido en la posguerra, ya sea con mayor o menor carestía económica. Las imágenes documentales o de films británicos de los años cuarenta se unen a recreaciones editadas en blanco y negro, en las que Milo Parker —el niño coprotagonista de Mr. Holmes— interpreta al Ian adolescente. Seguido de Scott Chambers, el actor joven que lo interpreta en la veintena. Con la peculiaridad de que los demás intérpretes que actúan en estas escenas simuladas, sus diálogos son doblados por McKellen. El recurso resulta bueno para focalizar el testimonio constante del biografiado. No es una cuestión de falta de material de archivo que sí es utilizado posteriormente, en la evolución cronológica vital del veterano actor. Porque el realizador y coeditor recurre a escenas de dramáticos televisivos, viejas series de televisión y algunos films famosos como Dioses y monstruos, los de X Men y la trilogía del Señor de los anillos. En estos casos se incide en secuencias de los mismos y fotografías de rodaje para situar cada época.
La particularidad respecto a las entrevistas antiguas del intérprete, fechadas desde los ochenta hasta los noventa, es que siempre son declaraciones acerca de la homosexualidad y su lucha dentro del terreno de esos derechos, con hincapié en manifestaciones y eventos contra el discriminatorio artículo 28 del ‹Local Government Act› de 1986, un estatuto británico que alentaba la condena a las relaciones entre personas del mismo sexo, antes de cumplir veintiún años. Este bloque de lucha social es el que se desarrolla durante gran parte del metraje, quizás el que responde más a la cuestión de tomar partido.
Joe Stephenson, director del documental, logra un buen trabajo que se sigue con interés, apoyado en la voz grave característica de McKellen. Sus palabras marcan el devenir de un film sin guión pero con estilo, que crece a medida que transcurren los minutos. En ocasiones parece un homenaje, sin necesidad de ser una hagiografía. El entrevistado tampoco oculta en ningún caso la vanidad propia de un actor, sino que la explica y consigue que lo comprendamos aún más por su personalidad tan individualista como socializadora sin perjuicio de una u otra. También alude a la cercanía de la muerte con una honestidad impropia de un anciano que todavía no lo parece. Y por encima de todo, después de habernos instruido, de haber interpretado y de implicarse con la sociedad, lo que McKellen demuestra es que siempre ha sabido cumplir con su papel.