El plano fijo de una escalera que terminará tomando más protagonismo del deseado por su protagonista y un ‹flashback› que revela la esencia de esa culpa encontrada en el cortometraje dirigido por David Victori, acompañados por un estilo visual que en su fase más atmosférica puede remitirle a uno a nombres más consolidados dentro del panorama patrio como el de Juan Carlos Fresnadillo, que debutara en largo con Impacto, son las herramientas elementales a partir de las que el cineasta catalán fundamenta una obra cuyos principales logros no radican en espectaculares giros de guión o rimbombantes secuencias dramáticas, sino más bien apoya su peso sobre una idea sencilla resuelta con un talento que quién sabe si dentro de unos años nos está haciendo hablar de otra de las esperanzas del cine de género dentro del cine español. Y no crean que ello es moco de pavo, pues difícilmente aparecen en España autores con la suficiente identidad y pulso como para apartar de un zarpazo el modelo norteamericano e intentar forjar sus trabajos a través de un estilo que no deba remitirnos necesariamente, ya sea en su guión o en sus formas, a tantos estereotipos que se repiten vez tras otra en un cine como el nuestro, un cine que busca desesperadamente la aprobación de un público demasiado acostumbrado al estilo imperante al otro lado del charco y pocas veces se atreve a buscar otras vías dentro de ese tan preciado cine de género para algunos.
Volviendo al cortometraje, en ese espacio se podría decir que David Victori alcanza ciertos logros que otorgan a su La culpa una virtud primordial: la de capturar un tono en el segundo plano —el del protagonista ante la puerta de ese piso— y no desprenderse de él ni con una herramienta que puede resultar tan caprichosa y destructiva como el ‹flashback›. En este caso atenúa la tensión sólo unos segundos para que, retornando a ese retrato sobre las consecuencias tanto de la culpa a la que hace alusión el título, como de una posterior (e infructífera) venganza, su adecuado acompañamiento musical y el temple de una planificación donde el cuadro está medido con detalle y administrado con pericia, nos veamos inmersos de nuevo en un espacio en el que su opresiva iluminación ensalza lo que vendrá a continuación. Esto resultará en una perturbadora huida en la que los pilares de una idea tan sencilla se sostienen gracias al perfecto temple con que Victori nos lleva de la mano de un relato cuyas virtudes probablemente no estén en su esencia por lo elemental de la misma, lo están en la búsqueda de matices que la hagan lo suficientemente potente como para tener enganchado al espectador y no hundir unas expectativas que terminan completando el film con una conclusión a la altura del contenido.
Larga vida a la nueva carne.