Hace una semana que se entregó el Palmarés y 6 días desde que acabó oficialmente la Berlinale 2013. Ahora que ya hemos tenido tiempo de meditar todo con calma y digerirlo, os dejamos aquí este último artículo para hacer un resumen de todo lo que pudimos ver allí, más allá de las reseñas individuales que hemos ido publicando. Antes que nada, hay que comentar que ha sido una experiencia estupenda, la organización del Festival (a parte de la falta de tiempo, problemas técnicos y demás, que nos hizo imposible ver muchas cosas de las que se ofrecían) fue excelente, y no tuvimos ningún problema, más bien todo eran ayudas y facilidades. Se agradece.
Centrándonos en la Sección Oficial, ya comentamos que la película de inauguración era The Grandmasters, que estaba fuera de competición. No sé si será porque no soy muy seguidora de Wong Kar-wai, o porque la historia que cuenta me interesa bastante poco, pero lo cierto es que, en general, la película me dejó muy fría. Las escenas de peleas, que se suponía que debían ser impresionantes, se hacen bastante poco soportables debido a un caótico montaje que abusa de la cámara lenta y, sobre todo, de los primeros planos de absolutamente todo, que impiden ver bien lo que está pasando. En la última parte, hay una escena romántica que es de las más preciosas que he podido ver nunca, pero, como ocurre con toda la película, parece un retazo suelto a parte del resto de una historia desapasionada y sin ningún interés. Lo mejor sin duda es la espectacular música de Shigeru Umebayashi y la interpretación de Zhang Ziyi, que se come al resto del reparto sin dificultad.
Lo cierto es que las películas fuera de competición nos han dado de lo mejor y de lo peor. Lo mejor, sin duda Before Midnight, la deliciosa tercera parte de la trilogía de Richard Linklater sobre la relación de los personajes de Julie Delpy e Ethan Hawke (deslumbrantes ambos) en determinadas épocas de su vida. En esta, ya la madurez, y situada de nuevo en un entorno idílico, Grecia, los protagonistas tienen las típicas conversaciones y discusiones de una pareja que ya lleva muchos años, que se conocen a la perfección y que, a la vez, tienen que seguir descubriéndose. Como digo, de lo mejor que hemos visto en el Festival. Y lo peor (aunque es un título bastante discutido en esta edición) sería Night train to Lisbon, la última película del director Bille August, uno de esos evidentes trabajos de encargo, (mal) hechos mecánicamente, sin ningún tipo de coherencia argumental y narrativa. Un profesor interpretado por Jeremy Irons (personaje sieso donde los haya) se marcha, nadie sabe muy bien por qué, a una aventura en Lisboa. La presentación de los portugueses y del país es poco menos que vergonzosa, y por la pantalla se pasean un buen número de actores europeos de categoría que no hacen otra cosa que intentar (y a veces ni eso) poner acento portugués, porque, ¿para qué vamos a complicarnos con líos idiomáticos? Todos hablan en inglés y ya está. Totalmente olvidable.
Ya centrándonos en las películas que estaban en competición, vamos a empezar hablando de las premiadas. La ganadora del Oso de Oro este año fue Child’s Pose, de de Calin Peter Netzer, quedando una vez más patente que la rumana es una de las cinematografías europeas más fuertes actualmente. Interesante película (aunque no me cansaré de repetir que el horario del pase prensa, a las 8:30 de la mañana, la perjudicó mucho a la hora de ser correctamente valorada) de estilo casi Dogma, que analiza la sobreprotección de una madre hacia su hijo, incluso cuando este ya es adulto, y cómo esto le impide a él saber tomar decisiones propias. Por lo menos, dejó bastante satisfecho a todo el mundo, que ya es bastante decir, y por eso se mereció el premio principal. En cuando a las menciones especiales del jurado (no se qué cables se les cruzaron a Kar-wai y compañía) no pudieron parecernos otra cosa más que ridículas: destacar dos películas como Promised Land y Layla Fourie, por, según dijeron, demostrar que se puede hacer un tipo de cine diferente, es simplemente absurdo. Para mí, las dos películas tienen el mismo problema: empiezan de manera prometedora (más la de Gus Van Sant, y por tanto, más grande es la decepción posterior), pero se desinflan según avanza la historia. En el caso de Promised Land, porque empieza siendo una comedia crítica muy eficaz, que acaba derivando en el típico producto moralista y rancio, y en el de Layla Fourie, porque comienza siendo un drama interesante, que sabe a dónde quiere llegar con su historia, pero no sabe cómo hacerlo, y por lo tanto todo acaban siendo resoluciones cogidas con pinzas y sinsentidos absolutos. Si ya nos cuesta entender qué hacen dos películas como estas participando en el Festival, más aún cómo puede ser que les den una mención especial. De algunas del resto de las premiadas, como An episode in the life of an iron picker, ganadora del Gran Premio del Jurado y el mejor actor, Prince Avalanche, premio al mejor director, y mi favorita de toda la edición, Pardé, que se llevó el mejor guión, ya publicamos reseña en su momento y las podéis leer aquí.
Sin premios, entre muchas otras, se quedaron dos de las mejores películas del Festival para nosotros, también reseñadas aquí: Paradise: Hope y La religieuse. Tampoco tuvieron suerte las últimas películas de Hong Sang-soo, Nobody’s Daughter Haewon, y Bruno Dumont, Camille Claudel 1915, esta última tal vez por resultar una película excesivamente densa y confusa. Es indudable su calidad técnica, y el trabajo de Juliette Binoche es impresionante (una lástima que este año hubiera tanta competición en el apartado de mejor actriz), pero la película es difícil de seguir, a veces imposible. También francesa y sin premios, aunque mucho más ligera, sin más pretensiones que las de hacer pasar un buen rato, llegó la última película de competición que pudimos ver, Elle s’en va, divertida y tierna historia de una perdedora, interpretada por una Catherine Deneuve que se parodia a sí misma. Una ‹road movie› con todas las características del género que se ve muy agradablemente con una sonrisa en la cara, y a veces incluso con alguna carcajada. Dejamos para el final otra de las grandes decepciones de esta edición, la bochornosa Side effects, del prolífico Steven Soderbergh que posee todas las características que un thriller no debe tener: es aburrido, previsible, forzado. Mal interpretado, y con el que yo creo que es el peor flashback resolutorio que he visto en mi vida, como amante del género que soy, me pareció una ridiculez absoluta, algo que hemos visto miles de veces pero mucho mejor contado.
Menos mal que la Berlinale Special, por lo que pudimos ver, nos dejó dos de los mejores trabajos del Festival, la ya reseñada aquí Tokyo Family, y el ‹biopic› de Paul Raymond, el empresario más rico de Inglaterra gracias a sus negocios en el mundo de la pornografía, The Look of Love, muy bien dirigido por Michael Winterbottom, y con un gran reparto en el que destaca, aunque no se le entienda muy bien, un estupendo Steve Coogan. Con un cuidado especial por las ambientaciones (esa primera parte en blanco y negro), donde más falla la película es en que su historia se queda algo corta, está tratada de manera algo superficial y deja cabos sueltos sin resolver. Media horita más no le hubiese venido nada mal. Aún así, es un trabajo muy bueno que merece la pena ver.
Para acabar este resumen del Festival, comentaremos por encima algunas de las demás secciones de las que tuvimos tiempo de ver películas, destacando, como ya he comentado varias veces, los trabajos programados en Panorama, de algunos de los cuales ya hemos dejado reseña aquí, como la ganadora del Premio del Público The Broken Circle Breakdown, y también las geniales Don Jon’s Addiction y Frances Ha. Además, pudimos ver la holandesa It’s all so quiet, encarga de abrir la sección, película algo lenta, en la que apenas ocurre nada, pero bien realizada. Interesantísima fue Lovelace, ‹biopic› de la protagonista de Garganta profunda, con unas interpretaciones de mucho nivel, especialmente la de Peter Sarsgaard, cuya originalidad reside en mostrar la misma historia desde dos puntos de vista opuestos, uno cómico y otro mucho más dramático. Y la última película que vimos en el Festival fue la inclasificable Upstream Color, el nuevo experimento del polifacético Shane Carruth, que no se puede abarcar en un sólo visionado. Una película absolutamente sensorial, que no hay ni que molestarse en tratar de entender. Con su vertiginoso montaje, su música ininterrumpida y sus asombrosos efectos de sonido, a mí personalmente me dejó completamente saturada y agotada. Pero objetivamente, considero necesario el que se hagan películas de este tipo, aunque cueste disfrutarlas.
Sólo un breve apunte sobre el cine alemán que pudimos ver en las secciones de Perspektive Deutsches Kino, donde ya comentamos Freier Fall, y German Festival – LOLA@Berlinale, donde vimos Heute bin ich blond (The girl with nine wigs), de Marc Rothemund, Herr Wichmann aus der dritten Reihe, documental de Andreas Dresen que sigue durante un año la campaña política de Henryk Wichmann (quien estuvo en el pase presentando la película), miembro del CDU, y Was bleibt, intimista drama familiar de Hans-Christian Schmid que, sin aportar nada nuevo, está muy bien llevado e interpretado.
Simplemente comentar que estoy encantada de haber estado en la Berlinale para poder vivirlo en primera persona y poder contároslo todo, y espero estar presente muchos más años para volver a hacerlo, esta vez sin contratiempos de novata. ‹Bis nächstes Mal›!