No se trata de creer en la predestinación, ni asistir a un film determinista donde sus protagonistas viven influidos por un karma, por un destino del que no pueden escapar. No se trata de la creencia por la cual el ambiente o la condición social marca el éxito o el fracaso sin posibilidad de cambiar los hechos. Sin embargo este es un film donde el apocalipsis de una relación, el anticlímax que supone una rotura, viene marcado desde su génesis. Una película pues que demuestra que a veces el deterioro de una relación tiene mucho que ver no tanto con los dramas acostumbrados sino con la forma en que nos empezamos a relacionar con nuestra pareja. De como muchas veces el amor se confunde con la vulnerabilidad, de como el cariño se mezcla con la necesidad de comprensión. Un film en definitiva que habla del miedo a la soledad y de como éste nos arroja a una compañía que actúa como un medicamento aparentemente eficaz pero cuyos efectos secundarios acaban por ser peores que la enfermedad.
Con una estética cercana al indie americano, la película se articula en una sucesión de flashbacks que nos transportan desde el último día de la pareja protagonista a través de un viaje por el pasado que no incide especialmente en momentos de los considerados trascendentes, sino por los pequeños detalles que conforman el desarrollo de la relación. En este sentido es destacable el esfuerzo por mostrar a unos personajes sin mucha profundidad psicológica sin que ello implique, en ningún momento, un lastre para la comprensión de los mismos. De hecho esto es el punto más destacable del film, saber mostrar como los personajes no evolucionan, como están presos continuamente por las mismas inseguridades, por sus mismos miedos y que simplemente se dejan llevar por unos sentimientos que no existen, simplemente se pretenden.
Evidentemente, esta falta de sinceridad pasa factura creando un ambiente dramático que se palpa desde el inicio hasta su eclosión final. No obstante, este es un dramatismo de baja intensidad, no porque lo narrado no sea suficientemente duro, sino porque no se busca el recurso lacrimógeno fácil y para ello, los recursos usados son, desde el conocimiento de la inevitabilidad del desenlace hasta un tratamiento estético frío, distante, como el de la relación narrada, basado en colores fríos y apagados que acaban por formar parte no sólo de como vemos la relación, sino de como los protagonistas la viven.
Blue Valentine puede inscribirse sin problemas en esta nueva ola de cine independiente americano que se construye basándose en un enfoque que huye del sensacionalismo y nos sumerge en una forma de contar pequeñas historias desde un ángulo íntimo y cercano, aproximándose de forma consciente a una veracidad que no necesita la excusa estética del falso documental. Para entendernos, Blue Valentine es cercana porque rescata la idea del cine como vehículo de transmisión de historias cotidianas, sin la necesidad de crear artificios, porque es capaz de realizar un retrato certero de lo que muchas veces no entendemos sobre el amor. Una verdad tan triste como evidente, lo triste no es que el amor se acabe, lo realmente triste es que nunca empezó.