Tras estrenar dos de sus películas puntales en 1958 y 1959 —Vértigo y Con la muerte en los talones, respectivamente—, rodadas con una paleta de colores saturados, puede que la más expresiva de su prolífica carrera, Alfred Hitchcock decidiría, un año más tarde, dar un paso atrás. Una aparente mirada al pasado, a su propia filmografía, con la única intención de cuestionar sus bases y destruir cualquier deje acomodaticio a golpe de cuchillada. Una agresión a su cine, por un lado, a esa apacibilidad recuperada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en la que Estados Unidos creía estar a salvo; y una llamada de atención al espectador, a su posible habituación a las imágenes sistematizadas, codificadas por un modelo de pensamiento consensuado, por otro.
La cuchilla de Norman Bates, enfundado en la bata de su madre, enajenado, acuchillando sin piedad a la protagonista de la función, puede que sea el gesto que condense todo el potencial de la obra magna de su director. No es de extrañar que Alexandre O. Philippe haya sentido el interés —y el deber— de sentar a distintas personalidades de varios ámbitos dentro de la industria cinematográfica frente a una pantalla, solos o en grupo, para que revisionen “la escena que cambió el cine” como señala su título en español.
De Elijah Wood al montador y sonidista Walter Murch, pasando por Jamie Lee Curtis —actualmente en la serie metaficcional Scream Queens—, hija de Janet Leigh, 78/52 aspira a ser un recorrido caleidoscópico, desacomplejado, por los múltiples modos de ver que puede llegar a tener una misma escena. Directores, actores, actrices, productores de distintas generaciones intercambian sus sensaciones y se preguntan qué habría sido del cine si no hubiera existido, concretamente el de terror, del cual Psicosis puede considerarse precursor, pues quizá el ‹slasher› no tendría razón de ser; cabe recordar que la brutalidad del célebre asesinato surge de la expresividad de un montaje —junto con la estridente música de Herrmann— que en su capacidad de ocultar y, a la vez, sugerir, construye, de forma completamente imaginaria, uno de los apuñalamientos más terroríficos de la historia del cine.
Nunca está de más escuchar las siempre elocuentes palabras de Guillermo del Toro, y mucho menos si son para celebrar la perversa maravilla que encierran esos 52 planos que recogen los últimos momentos de vida de Marion Crane. Quizá por el entusiasmo y la locuacidad de sus interlocutores, Philippe decida ceder el protagonismo completamente a ellos, convirtiendo la película en una hora y media de ‹talking heads›, tiempo en el que las digresiones están medidas al milímetro, demasiado preocupado por una posible blasfemia al metraje original, y termina encerrado en sus limitaciones autoimpuestas.
Cabe recordar la videoinstalación realizada por Douglas Gordon, 24 Hour Psycho, en la que proyectaba a dos fotogramas por segundo la película de Hitchcock, apropiándose de su obra y resignificándola, convirtiendo aquello que era un medio de expresión en un fin, concreto y material. Salvando las distancias, 78/52, por momentos, apunta en múltiples direcciones —mostrando un código de tiempo, contando los fotogramas de la secuencia, avanzando y rebobinando como si de una película se tratase—, pero no acaba de concretar esas intenciones, quedándose en un anecdotario de ilustres protagonistas.