Con mucho acierto aparece en su inicio y bajo el logo de Vice la inscripción «Short Film. For Fun». Aunque estando ante el nuevo cortometraje del genial Nash Edgerton, ¿quien iba a imaginar precisamente lo contrario?
Si con Spider ya demostraba poseer un afilado sentido del humor que se desplazaba entre los recovecos más negros de la comedia para ofrecer, básicamente, lo que el género pide en ocasiones a voces: una de esas sinceras y nada comedidas carcajadas que le alegran a uno la tarde, ahora con este Bear el cineasta australiano retoma el personaje de su anterior cortometraje, Jack, para demostrar que sus ideas pueden ser de todo menos buenas, siempre para deleite del espectador.
«Jack, siempre vas demasiado lejos. Siempre vas un paso más allá» rezan unos intertítulos iniciales que ya lo advierten y aparecen, además, firmados por Jill, su antigua novia que ya sufría las consecuencias de sus bromas pesadas en Spider. ¿El objetivo en esta ocasión? Blanco y en botella: su nueva novia, un rubio bellezón interpretado por Teresa Palmer que también recibirá una dosis extra-humorística por parte de un personaje que va camino de crear escuela y al que nunca parecen salirle del mejor modo posible sus “inocentes” gansadas.
Todo arranca con un despertador alertando a sus dueños, el propio Jack y Emelie, que duermen plácidamente en la cama. Una placidez que se ve truncada por algún motivo que desconocemos, pero que no parece tenerla a ella excesivamente contenta, menos cuando Jack se levanta para sisarle su desayuno y verla salir visiblemente enfadada por la puerta sin apenas dar pie a una reacción de su novio, que si parecerá mucho más despierto cuando Emelie salga de casa y empiece a ponerse en movimiento tramando una broma fácilmente deducible que nos llevará a un desenlace en parte inesperado.
En ese sentido, Nash Edgerton juega perfectamente administrando la información de la que dispone: el espectador sabe que algo no demasiado alentador tiene en mente, e incluso puede atar cabos debido al comportamiento del protagonista o al título del propio corto, pero sin embargo carece de una pieza clave para completar el puzzle, el detonante de una acción que, en el fondo, no resultaría tan reprobable de no ser por la poca lucidez que posee Jack al llevarla a cabo.
Pero más allá de esas bazas que siempre juega con perspicacia el australiano, Bear termina suponiendo otra bocanada de aire fresco para la comedia negra donde, tanto las consecuencias esperadas como las inesperadas terminan dando fruto gracias a su habilidad para jugar con el tempo, desarrollar la acción y finiquitarla con un pulso que es el que termina desembocando en esa carcajada de la que hablaba al principio, siempre potenciada gracias al estúpido comportamiento de un protagonista que, en su faceta más “tierna” y boba, termina encontrando la fatalidad de su propio y desquiciado sentido del humor.
En definitiva, una de esas pequeñas delicias que le alegran a uno la tarde y además consigue engrandecer esa conexión Edgerton-Michôd que tan buenos frutos continúa dando.
Larga vida a la nueva carne.