El tema del integrismo islámico en el cine ha ido cobrando importancia estos últimos años y ha encontrado en propuestas como Paradise Now o la que nos ocupa, La désintégration del veterano cineasta marroquí Philippe Faucon, un resquicio para tratar uno de esos delicados asuntos que atañen a Oriente Medio y no hacen más que dejar víctimas semana tras semana.
Aun y estando unidas por un lazo que las dispone bajo el mismo hilo temático, lo que verdaderamente diferencia el Paradise Now de Hany Abu-Assad y esta nueva incursión situada en un marco siempre difícil de tratar por lo delicado del material a manejar, es un contexto que si bien en el film protagonizado por Ali Suliman nos situaba en una de las grandes ciudades israelíes como es Tel Aviv, busca en La désintégration un ambiente quizá más cercano a la mirada del espectador occidental para indagar en las causas que pueden llevar a un joven presuntamente integrado en la mal llamada sociedad europeísta a perpetrar un acto como el de sacrificar su vida por un credo en el que necesariamente no se había visto reflejado hasta ese momento.
El relato nos sumerge en su primer tercio en el seno de una familia de ascendencia árabe flanqueándose en tres distintas historias: la del más joven de la familia, un muchacho llamado Ali que se siente cada día que pasa más discriminado por vivir en un país donde las oportunidades no parecen llegar a los inmigrantes en las mismas condiciones, la del hermano mayor, que ahora vive con su pareja, una chica francesa que no parece haber entrado con el mejor pie en la familia de Ali ante las inseguridades de su hermano por presentarla a una madre que cumple con cierta devoción todos los preceptos de una religión que no parece interesar excesivamente a Ali, y ante la que su hermano mayor no tiene la convicción de que vaya a aceptar a su pareja como él desearía, y por último la de Hamza, un musulmán que agredirá a un transeúnte tras lanzar este insultos despectivos y discriminatorios contra unos niños árabes, y deberá buscar un escondrijo para no ser juzgado por la ley tras su impulsivo acto.
A partir de ese instante, el fragmento de Ali irá tomando una mayor importancia en el conjunto, deviniendo en un drama de connotaciones sociales ante el que se terminará inclinando la balanza para llevarnos a la raíz de lo que realmente interesa a Faucon, la de ese germen fomentado por una ira ciega que precisamente son lo que niega el credo que ellos creen estar defendiendo. Tras ello, como es lógico, se alza una figura que constituye una vía educacional tanto para Ali como para Hamza, además de para Nasser, un tercer personaje ya bajo la mirada de Djamel, el incentivador de todo ese odio que desembocará en el hecho de que Ali decida dejar la escuela y ponerse a trabajar en unos almacenes ante la infundada mentira de que no es mirado ni respetado del mismo modo que un autóctono.
El discurso de Faucon toma forma en momentos concretos donde deja entrever el sinsentido de todo ese fanatismo religioso que no sólo queda expuesto en la contradicción antes señalada (esa rabia no reflejada en las escrituras), sino también en las tretas claramente confabuladas por el personaje de Djamel que, tergiversando la realidad, hace ver a los tres jóvenes que ni siquiera lo que se predica en las propias mezquitas es una parte de una realidad que él refleja convenientemente para terminar creando soldados cuya ceguera no les permite ver más allá de unas supuestas creencias implementadas de un modo falso y manipulador.
Cierto es que a nivel formal La désintégration no se decanta. Ni un estilo más hiperrealista por lo cercano de la propuesta, ni uno más artificioso que hubiese derrumbado la misma, más bien el marroquí parece decantarse por una neutralidad a nivel tanto formal como estructural que quizá atina en cierto modo al retratar un proceso donde lo real y lo humano queda lejano (pese a no olvidar en ningún momento los conflictos de Ali con sus seres más cercanos, y más tarde, con su desaparición, la preocupación reflejada en sus familiares), hecho que termina haciendo tibia una obra donde, sin embargo, todo se refleja con cercanía y veracidad.
Lo que sí ayuda al transcurso de esa obra son unas interpretaciones que resultan posiblemente lo más convincente de una propuesta nada desdeñable, que exterioriza los males de una sociedad demasiado a menudo injusta con la condición social de unos pocos, y muestra como al final, el hombre es un lobo para el hombre, y la desestabilización promulgada por algunos termina generando desbarajustes difíciles de sostener o parar cuando la realidad queda desdibujada ante un espejismo en el que la muerte por unos valores ficticios parece la más factible de las opciones.
Larga vida a la nueva carne.