Modos de unir personas al azar: uno necesita consejos, al otro le sobran. Un joven que tiene algo importante que contar y que su interlocutor decide que no tiene acción, no va más allá, no era necesario ser escuchado. Un hombre de mediana edad (apelativo perdido cuando cada vez nos aferramos más a la inocuidad física) con su traje y maletín, hablando de un partido del Paris Saint Germain visiblemente emocionado cuando apela a la energía que otros han vivido en el terreno de juego como algo propio y su interlocutor escucha con gran interés.
Roles repartidos en este vagón de metro que les une cada día en la parada de Filles du Calvaire para enfatizar cada vez más su posición. No importa el lugar seleccionado, si se abarrota de gente o queda algún asiento libre, lo interesante es aproximarse el uno al otro, para ir transformándose en este trueque dialéctico hasta deslizarse a un abierto y jugoso final. El que convierte sus charlas en algo grande.
El joven, enamorado, quiere acercarse a una chica y no sabe muy bien cómo hacerlo; el hombre comparte sus ideas de cómo conseguir citas perfectas, conversaciones impolutas, gestos que le lleven a alcanzar su objetivo. Así comienza su amistad, primero con acercamientos casuales, en el que el muchacho pregunta y el compañero divaga. Pero los cuentos tienen esa atracción, algo que un día escuchas de pasada se puede convertir en la historia que necesitas para completar tu día, para contrarrestar tu vida, y es lo que comienza a ocurrirle al hombre del maletín, cada día hay mayor interés en el éxito de lo que uno vive y el otro simplemente escucha. Como si de un plan de ataque se tratara, planifica los próximos movimientos como experto y se alegra o sufre por los resultados del muchacho. En un hermético escenario todos imaginamos esas citas que tienen un único narrador y nos preguntamos lo de siempre: si tan sencillo es dar consejos, por qué los concienzudos asesores no plasman esas enseñanzas en su vida.
Lo peor de vivir a través de otros como un parásito que succiona lo mejor y peor es cuando desaparece esa fuente de información, que algo tan bello (lo es cuando pasa de anécdota a telenovela a la que engancharse) quede inconcluso. Porque Filles du Calvaire es algo más que una parada de metro de París, es todas esas veces que nos hemos sentado junto a alguien y hemos opinado como seres supremos sin haber experimentado esas dudas que el otro nos cuenta, Fille du calvaire es un fino y concreto trabajo que convierte sus pocos recursos en necesarios y básicos para el buen funcionamiento, consigue que en un breve espacio de tiempo deslicemos la venda hacia otro lugar para, magistralmente, convencernos de la realidad. También sirve para echar de menos aquellas largas jornadas de cuentacuentos que tanto se echan de menos a los pocos minutos de comenzar el corto. Justo lo que quería de nosotros su director, Stéphane Demoustier.