La narración puesta al servicio del sentimiento
Bryan Forbes, director de Seance on a Wet Afternoon (1964), admiraba a Alfred Hitchcock. Así de claro lo deja cuando, al presentar una entrevista que le hace en 1969 para la BBC, dice que «es el director al que la mayoría de actores a quienes les gustaría dirigir quisieran imitar». La afinidad, muchas veces —como en este caso—, se puede palpar. La película en blanco y negro es una muestra de las lecciones que Bryan Forbes, en su tercer trabajo detrás de las cámaras, aprendió de su maestro. La cualidad que lo diferencia quizá esté relacionada con que en el caso del alumno los primeros pasos en la industria fueron del lado de la actuación, lo cual explica en parte el resutado final. La obra es una plataforma ideal para el lucimiento de sus dos actores principales, dada la perspectiva eminentemente psicológica que adoptaron en la elaboración del guión. Si en todo lo demás, la influencia de Hitchcock es fácil de identificar, no sucede lo mismo con este último aspecto que en la filmografía del inglés no ocupa un lugar relevante.
Puede que el suspense sea una cuestión, en primer lugar, de linealidad, y después de todo, también de esperanza. Es decir, si bien la teorización de Hitchcock, la más famosa de todas, pone el foco en la distribución de la información, donde dependiendo de si el el personaje o el espectador es el que sabe más se logrará o no el efecto, la condición primera radica en la obligatoriedad de la linealidad. Por más que la narración tenga saltos temporales es imprescindible que el espectador pueda hacerse una imagen del orden de los sucesos. En The Birds, al colocarse uno tras otro detrás la víctima, los pájaros acumulan tensión: el efecto es producto del tiempo. En Touch of Evil, la bomba se coloca en la parte trasera del coche cuando todavía nadie se subió. Hay siempre un principio desde el cual la máquina empieza a andar, lo que genera de forma indefectible un futuro lleno de esperanza. El suspense es ante todo expectativa puesta en aquel futuro. En la película de Bryan Forbes uno imagina, desde el comienzo, cómo terminarán las cosas. Uno a uno, los personajes logran esquivar las piedras pero el golpe —se sabe— en algún momento tiene que llegar. Lo que posibilita que el espectador no pierda el hilo de los inconvenientes es que el director se tome todo el tiempo que necesita para construir el verdadero corazón de la obra.
Seance on a Wet Afternoon es una historia de amor. A Myra y William, el matrimonio Savage, los une algo más allá de la vida: su hijo, Arthur, muerto al nacer. Toda la trama gira alrededor de este vacío imposible de llenar. Myra cree en su capacidad para comunicarse con los espíritus y William hará lo que esté a su alcance por su mujer. Ella idea un plan que incluye el secuestro de una niña de familia adinerada, y él acata casi sin chistar. Myra habla de pedir prestada la niña y William, aunque sabe que a nadie se le ocurriría verlo de esta manera, recorre de una punta a otra la ciudad con la niña dormida en el maletero. El dinero es una excusa porque en realidad, aunque piden un rescate, no le dan ninguna importancia. Lo que importa, en un principio, es que por fin la habitación que habían pensado para su hijo está ocupada y ya no son sólo ellos dos en la fría casa. Y, por otro lado, Myra puede dar cauce de una vez por todas a su don: ahora pretende ayudar a la madre de la niña que ella misma secuestró, porque las dos saben de primera mano lo que significa una ausencia.
Desde la secuencia de títulos, en Seance on a Wet Afternoon —como le corresponde a toda película clásica— cada detalle tiene un por qué. La altura de cámara articula un lenguaje, por lo que a uno se le permite reemplazar, cuando el ángulo es contrapicado, por un significado, lo mismo que adivinar qué viene después de una toma desde arriba. Empieza como termina: en la casa de los Savage —de llamativo parecido con la de Psicosis—, con una de las famosas sesiones que Myra ofrece. El signo de las manos entrelazadas se vuelve la imagen de la película porque no hay nada que exista por fuera de lo que el círculo traza. De esta forma, el espectador se encuentra con una obra bellísima y seca, amarga y sin firuletes. Durante un período de la breve historia del cine, hubo una manera de hacer las cosas que agotó a una generación, lo que no impide que en la actualidad pueda hacerse uso de alguna que otra herramienta. Es más: debe hacerse uso de un excusa tan bonita como el suspense. Una vez que el suspense se desarma, cuando la máscara se cae, ya no queda más que la verdad: Seance on a Wet Afternoon va del amor que sólo dos pueden entender.