París está paralizada por la huelga. El caos inunda las calles de la capital francesa, especialmente en lo que se refiere al tráfico rodado. En medio del ajetreo, una mujer sale de su domicilio después de empaquetar sus pertenencias en varias cajas y meterlas en el automóvil. Al día siguiente, ya estará viviendo en casa de François, pero antes ha quedado para cenar con unos amigos. Dejando atrás su antigua vida, Laura se introduce en el coche con todo el material e intenta conducir a través del monumental atasco que hay formado. Sin embargo, y a diferencia del estrés que se respira en el ambiente, a Laura parece importarle poco la lentitud con la que se mueven los vehículos, como si realmente no quisiera que su vida afrontase el decisivo amanecer que está por llegar. Al menos, hasta que un tipo desconocido llama a la puerta del copiloto y pide a la protagonista que le deje subirse al coche.
Así es el inicio de Viernes noche (Vendredi soir), cinta dirigida por la aplaudida realizadora Claire Denis que parte de una novela de Emmanuèle Bernheim, también guionista del film. Una obra que sitúa su punto de mira en el decisivo cambio de vida que afronta una mujer adulta de clase media. Un giro en su existencia que lleva varias cuestiones aparejadas, especialmente la pérdida de independencia a la que debe renunciar para compartir hogar con otro ser humano. En los planos que muestran a Laura en el interior de su automóvil ya se nota claramente su actitud ante este nuevo capítulo. Música nostálgica, mirada perdida, frases sencillas a las preguntas que le hacen otros conductores… Todo responde a algo que en el fondo ronda en su mente, por mucho que no se nos transmita de forma explícita a los espectadores: la duda.
La última noche de Laura como alma independiente comienza con este sentimiento de no saber muy bien cómo debe afrontar el cambio, pero una nueva vía se abre ante ella con la aparición de Jean. De apariencia seria, madura y hasta cierto punto triste, este hombre llama a la puerta de Laura como anunciando la existencia de un camino alternativo. Denis nos lo transmite al enfocar la cámara en sus manos, los botones de la camisa y unos ojos que, al igual que los de Laura, parecen estar buscando algo que se ha perdido… La cineasta francesa da aquí un pequeño curso sobre cómo rodar la atracción hacia otra persona de una manera elegante y sensual, manteniendo la naturalidad. Los fatigados rostros de Valérie Lemercier y Vincent Lindon nos enseñan la crónica de la vida de sus personajes, aunque conozcamos poco de ellos (o nada, en el caso de Jean), Denis es consciente de que no hace falta más; hay acciones y reacciones que no necesitan ser comentadas.
El crepúsculo avanza en Viernes noche de manera calmada pero firme, siempre con la cámara de Denis presente allá donde se la necesita. Los diálogos, no excesivamente numerosos en la parte inicial del film, van perdiendo incluso más protagonismo conforme vemos el metraje. El devenir de la historia no es más que uno de los posibles caminos hacia los que Laura podía dirigirse, pero ya sabemos que no es el único y ni siquiera es el más habitual. Lo decisivo, en cualquier caso, no es saber cómo una mujer cualquiera va a resolver las inminentes cuestiones que asaltan su corazón, sino la forma en que lleva a cabo este proceso. Ahí es donde aparece el sentido de la oportunidad de Denis, para recoger esos instantes y esos gestos que todos conocemos, pero que no siempre se transmiten a través de la pantalla con el don que exhibe aquí la cineasta parisina.