En las siempre sugestivas tierras del Líbano se hallan tres personajes que conviven en perfecta sintonía con el mundo que les rodea. El primero de ellos no deja de fascinarse con el hecho de que bajo el arenoso perfil de la geología libanesa se escondan todavía los misterios de la legendaria época romana, y dedica su tiempo a proteger el recuerdo de las ruinas que rememoran aquellos días. El segundo hombre, un verdadero manitas, no para de reconstruir valiosas piezas de arcilla como jarras o platos, que un día se hicieron trizas pero que bajo el cuidado de este fenómeno consiguen lucir un restaurado aspecto. Finalmente, el tercer personaje es todo un virtuoso del automóvil. En su día a día, arranca el bólido y recorre los kilómetros que hagan falta hasta encontrar piezas de un coche desguazado, piezas que posteriormente incorporará a otro vehículo hasta que este luzca un aspecto lo suficientemente presentable como para poder venderlo o conducirlo él mismo.
Esta terna de perfiles que, de una manera u otra, se dedican a cuidar de aquellos objetos que habitan en los rincones de su nación, se describen en The Drift bajo la óptica de la joven directora y artista británica Maeve Brennan, que vivió varios años de su vida en Líbano. Ya habituada a captar en obras anteriores como Jerusalem Pink la interrelación de los seres humanos con su entorno y su legado histórico, Brennan cede todo el protagonismo del documental a los tres personajes ya comentados y a las fabulosas vistas que luce el país asiático desde sus múltiples perspectivas. Un terreno que visto desde lejos parece alejado de la mano del hombre pero que, al aproximar la óptica hacia un punto de vista cercano al suelo, comprobamos que precisamente la acción reconstructiva humana es lo que enriqueció y enriquece el fabuloso aspecto natural del territorio.
Además de la calidad visual de los planos libaneses que Brennan nos muestra en su trabajo, The Drift también destaca por los comentarios que los protagonistas dejan delante de la cámara. En este sentido, el virtuoso de los coches es el que se lleva la mejor parte del documental. Se trata de un tipo bastante normal en apariencia, pero su arte a la hora de reconstruir los automóviles y la gracia que desprende al narrar ciertas fases de su actividad (como cuando habla sobre el viejo coche de un líder de Hezbolá) hacen que sus pasajes sean de lo más curioso y entretenido que arroja la obra. Como añadido a este respecto, su papel esconde un hecho todavía más fascinante: que la pasión por los vehículos, sospechosos habituales cada vez que se pone en relieve una cuestión medioambiental, pueda esconder un punto de encuentro tan fascinante entre el propio entorno natural y la acción humana.
Aunque en principio The Drift no pareciera gozar de tantos alicientes como para constituirse en una interesante pieza cinematográfica, lo cierto es que el trabajo de Brennan ostenta una baza excelente: captar las cosas tal y como suceden, sin necesidad de forzar situaciones ni regodearse en su propia alma de directora para justificar la realización del documental. La sobriedad expositiva que Brennan exhibe en este mediometraje de 51 minutos es inversamente proporcional a su juventud, y el hecho de seguir una línea temática de similar contenido en su obra audiovisual demuestra que el motivo de ello no es (únicamente) poseer cierto don para el arte, sino también perseguir una misma línea de acción, poner el foco en lo que verdaderamente concierne al artista que está detrás de la obra. En el caso de The Drift, ese gusto por combinar un elaborado conjunto visual con una clara espontaneidad en el desarrollo es lo que hace agradable el visionado de este documental.