En un espacio y tiempo indeterminados, un coche conducido por una pareja de gánsteres, Richard y Albie, en horas bajas tras un golpe fallido va a parar a las inmediaciones de una antigua fortaleza de piedra, en la cual vive un estadounidense cobarde junto a su caprichosa y joven esposa de tendencias ninfómanas. Ante la necesidad de entrar en contacto con su jefe y curar a su compañero herido gravemente de bala, Richard allana la morada del matrimonio y les somete a una extraña dominación que poco a poco toma matices inesperados mientras el pequeño grupo aguarda la llegada de los refuerzos al criminal.
En Callejón sin salida, Polanski introduce un elemento desestabilizador que entra en conflicto con una pareja de incierta solidez previa, al igual que ocurría con El cuchillo en el agua. El aislamiento reducido al limitado espacio del barco que obligaba a los tres personajes de aquel título a interactuar entre sí y destapar sus naturalezas ocultas, tiene su símil en la fortaleza de esta película que, aunque enmarcada en el vasto paisaje de las llanuras de Northumberland (Inglaterra), es igual de claustrofóbica por las mareas estancadas que aíslan sus dominios, siendo este estado un reflejo directo de la fragilidad de los personajes.
Entra aquí en juego el tema de la intrusión, que no sólo corrompe el espacio privado de la pareja sino que actúa como desestabilizador del estado de las cosas establecido según la escala de valores de las clases dominantes. El insignificante matrimonio venido a menos de George y Teresa se ve puesto a prueba con la llegada del ente parasitario, quien es un personaje sucio, grosero, violento y herido; es decir, la total representación de los vicios ante los cuales la alta alcurnia occidental desvía la mirada pese a saberse por igual recipiente de los mismos. La peculiaridad de Callejón sin salida es que, a diferencia de otros célebres intrusismos cinematográficos (Buñuel y Pasolini sabían mucho de esto como grandes agitadores que fueron de la burguesía europea más decadente), Polanski hace uso de las herramientas de la comedia del absurdo desde la misma secuencia de apertura para subvertir el aura de thriller que había construido en sus anteriores largometrajes, con los cuales Callejón sin salida comparte tanto premisa como trasfondo dramático, en un espectáculo caricaturesco.
Tomando como punto de revisión la obra de Samuel Beckett y su estudio de personajes enmarcados en un inamovible estado de las cosas, el cineasta logra la complicada tarea de contar una historia sobre la pausa y la espera, sobre el devenir de los acontecimientos durante estas y sobre cómo la inactividad consigue afectar a los personajes, amplificando sus personalidades a través de un desarrollo bastante cercano al esperpento. La expresión de origen francés que da título a la película (‹cul-de-sac›) hace precisamente referencia a ese acontecimiento que no conduce a ninguna parte pero que los protagonistas no tienen otra opción que atravesar. Llegado el final del metraje, cuando el teléfono revela la inevitable conclusión de la trama (tras varios días de espera, nadie acudirá al rescate del gánster), la catarsis se produce y cada personaje asume su verdadera condición en el relato, provocando el desmantelamiento absoluto de la relación que se había creado entre el extravagante trío (el matrimonio y Richard) y otorgando a cada uno un destino profético por su carácter. Mientras George, en el último plano, se lamenta de la pérdida de su primera esposa encaramado en solitario a una roca que emerge de la marea, uno llega a preguntarse si la fragilidad del ser humano tiene o no respuesta en la presunción de falsedad, en la voluntad de asumir una identidad que oculte aquellos vicios que nos debilitan al ser incapaces de asumir que forman también parte de nuestra condición.