Con mayor o menor acierto, Nadine Labaki había realizado en sus dos primeros largometrajes (Caramel, 2007; Where Do We Go Now?, 2011) una aproximación ligera pero libre de excesos al relato de denuncia social —a un cine políticamente comprometido que buscaba sin disimulo la complicidad del espectador— sin poner nunca la autocomplacencia de la búsqueda de la catarsis emocional por encima del aspecto moral o el cinematográfico. En Capharnaüm la directora libanesa plantea desde el comienzo con una mayor ambición un discurso maniqueo fundamentado en su mirada sobre una realidad que erróneamente cree comprender. Tras abordar la situación de la mujer en su país y el conflicto religioso enquistado que ha sido uno de los factores de inestabilidad y causa de varias guerras civiles desde los años setenta, ahora pone su foco en la pobreza y las consecuencias que tiene para sus habitantes y especialmente los niños. De hecho, un niño de 12 años es el protagonista casi absoluto de la cinta. Zain comienza la película ante un juez denunciando a sus padres por haberle dado la vida sin tener en consideración las circunstancias de miseria en las que viven. Mediante largos flashback intercalados con distintos momentos de esa comparecencia ante un juez se descubren las penurias que tiene que atravesar el pequeño al huir de su casa después de que sus padres casaran a su joven hermana.
La construcción del punto de vista narrativo en los primeros minutos de Capharnaüm permite todo un ejercicio de inmersión cimentado sobre el montaje dando una descripción impresionista de su modo de vida y sublimándolo con un enérgico montaje musical, mostrando momentos cotidianos de su convivencia en familia, sus juegos con otros niños marcados por la influencia del reciente conflicto bélico, su interacción con un entorno en ebullición y un vecindario de Beirut repleto de vida. Pero esa secuencia encadenada de fragmentos acaba en un sospechoso plano aéreo en dron que parece a priori un intento de alcanzar la dimensión social del relato —como si de una producción de los años 70 en Hollywood se tratara con sus identificables zooms de personajes contextualizados siempre en lo global, enfrentados a lo urbano, a la sociedad, al conjunto de individuos—. Nada más lejos de la su intención, puesto que el mismo recurso y movimiento de cámara se repite en otra ocasión resaltando como plano general que sirve más que simplemente como cierre de una secuencia, como plano de transición cuya estética llena la pantalla alejada de cualquier composición discursiva sobre ella, sin un análisis ético o función concreta de la imagen. Este es uno de los síntomas que hacen llegar a pensar que Labaki está convencida de que conoce y entiende los complejos factores sociopolíticos alrededor de las crisis migratorias, el tráfico de seres humanos y la pobreza crónica que asola a buena parte de la población y que trata de una forma u otra en el film.
Esto es un problema cuando su tratamiento no deja de ser superficial, señalando distintos elementos en una cadena de causas y efectos, de los verdugos y las víctimas, pretendiendo que eso capture una verdad que nunca está al alcance de su planteamiento formal o alegórico. Lo que llega a un nivel catastrófico es la exhibición de un uso insidioso de la cámara mientras retrata principalmente a un par de niños indefensos intentando sobrevivir en un mundo hostil del que no hay salida y todas sus desgracias y humillaciones. En lugar de dejar cierta distancia, la directora concibe un acercamiento todavía mayor para exagerar hasta el paroxismo la intensidad de un mensaje estructurado sobre un tremendismo prefabricado por ella misma. En el proceso los personajes son desprovistos de lo mínimo necesario a tener en cuenta cuando se exploran este tipo de temáticas desde una posición de observador externo: su dignidad. Y es ahí donde fracasa sistemáticamente en cada escena. Si la propia cineasta no respeta a los seres humanos que aparecen en su obra es difícil que exista algún tipo de auténtico entendimiento sobre su sufrimiento reflejado en ella.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.