Nueva sesión doble en la que nos entregamos a una de esas figuras míticas de la gran pantalla, el Tarzán que popularizara Johnny Weissmüller en las décadas de los 30 y los 40, que encuentra para la ocasión dos cintas a reivindicar: la primera con el mítico actor en la piel de la creación de Edgar Rice Burroughs en Tarzán y su compañera, dirigida a cuatro manos entre Cedric Gibbons y Jack Conway, y la segunda sin su participación, donde Elmo Lincoln interpretaba al personaje en Tarzán de los monos de Scott Sidney.
Tarzán y su compañera (Cedric Gibbons, Jack Conway)
Johnny Weissmüller fue el actor que mejor se amoldó al personaje de Tarzán, titán que surgió del imaginario del estadounidense Edgar Rice Burroughs y que bajo la fornida estampa del ex-campeón olímpico de natación alcanzó cotas legendarias convirtiéndose en un icono de la cultura popular del siglo XX. Su famoso grito, una especie de combinación entre el desgarro de un enfermo a punto de besar la muerte y el de un animal en celo listo para aparearse, da fe de ello.
De la saga producida por la MGM (puesto que la serie se trasladó a la RKO años más tarde con Weissmüller y Chita, pero sin el grito patentado por la productora del león) sin duda la cinta más fresca, moderna y emblemática es esta Tarzán y su compañera, un regalo gozoso que se eleva como un ‹exploitation› de libro: violento, erótico, pasado de rosca, políticamente incorrecto y por tanto terriblemente encantador y divertido.
Del mismo surgieron las pautas que marcarían la senda del serial cinematográfico (que no literario), esto es: la definición de Tarzán como un superhéroe primario que apenas logra comunicarse con el ser humano mediante gestos y monosílabos incapaz de mantener una simple conversación; su increíble dominio de la natación y las lianas (incluidos unos trapecios para nada disimulados) que lo elevan a la altura de un atleta de élite; su instinto animal que le permite aliarse con elefantes, simios y todo tipo de animales para alcanzar su objetivo protegiendo al hombre blanco del entorno virulento y hostil que le espera; la violación de la ley de la jungla por parte del ambicioso y egoísta hombre blanco que en la cinta que nos ocupa estará encarnado en la figura de dos exploradores (un antiguo amante de Jane y un pedante y mujeriego cazador de fortunas que intentará llevarse al huerto a la compañera de Tarzán) que ansían descubrir la localización de un cementerio de elefantes para enriquecerse expoliando el marfil allí ubicado; las matanzas indiscriminadas de los negros que serán retratados como unas almas cobardes y supersticiosas; la aparición de una tribu caníbal que animará el cotarro con su amenazante presencia y finalmente lo que hace grande a las películas de Tarzán que no es otra cosa que esa épica del descubrimiento de nuevos confines más allá de la civilización y esa radiografía de una jungla de árboles, ríos contaminados de cocodrilos e hipopótamos y toda una serie de imágenes documentales que incitan a dejarse arrastrar hacia este territorio hostil con el propósito de vivir increíbles experiencias.
Asimismo, Tarzán y su compañera se eleva hasta cotas de maestría gracias al buen hacer de su director, un Jack Conway que fue capaz de construir un producto entretenido a la vez que desprejuiciado, sazonando el mismo con atrevidas gotas de violencia tanto en contra de los animales que serán masacrados por Tarzán (un rinoceronte y un león caerán brutalmente acuchillados) como también contra todo bicho viviente. En este sentido la sangre brotará a borbotones (con acuchillamientos a aborígenes y también con la escenificación de una espectacular secuencia en la que unos gorilas empujarán hacia el vacío a los débiles porteadores) y también el erotismo (para el recuerdo la escena de Jane —en este caso agraciada con el rostro angelical y picarón de la maravillosa Maureen O´Sullivan— lanzándose desnuda desde lo alto de un árbol a un río desvestida por un Tarzán desatado con ganitas de ejecutar una faena memorable en las profundidades del río), la acción exótica (en la película morirán más nativos que en toda la saga de Rambo) y ese sentido del humor muy embaucador merced a la presentación de Chita como un personaje más del reparto, siendo aquí la primera película en la que el simio lidera las escenas más cómicas. En fin, Tarzán y su compañera sigue siendo uno de los mejores ejemplos de ese inmaculado exploitation tan osado como desenfadado.
Escrito por Rubén Redondo
Tarzán de los monos (Scott Sidney)
Al escuchar el nombre de Tarzán, con seguridad, se nos viene a la mente la figura esbelta y bien peinada de un superhéroe que tiene muchas habilidades en la jungla y que es capaz de movilizar con su particular grito a todos los animales salvajes. Este es el estereotipo clásico que consolidó el cine, donde Johnny Weissmuller fue el actor más emblemático, seguido de lejos por Gordon Scott y Lex Barker.
A través de una serie de filmes de las décadas de 1930, 1940 y 1950, la figura de Tarzán encalló en su totalidad en el género de aventuras con esquemas argumentativos reiterativos. Sin embargo, dentro de los archivos del cine se pueden encontrar también curiosas variantes sobre este personaje, en especial, una que fue rodada en 1918.
Antes, en 1912, el escritor estadounidense Edgar Rice Burroughs creó al “hombre mono” a través de una novela que adquirió mucha popularidad. Seis años después, su personaje de ficción debutó en el cine con Tarzán de los monos.
Esta producción cinematográfica posee un gran valor porque, además de ser la primera sobre Tarzán, es de las que menos ha distorsionado los elementos que estructuran el libro original. De este modo, mantiene en su argumento un orden secuencial de hechos y no explota ni ubica la acción en esquemas aislados del hilo dramático.
La película está construida por capítulos que relatan los momentos decisivos por los cuales los padres de Tarzán deciden ir a la jungla, su dura estadía en ese lugar, su trágica muerte y el rapto de su hijo pequeño por un grupo de monos que lo crían como si fuera uno más de sus miembros.
El filme, como no fue costumbre hacerlo en otros, realza a las vivencias y aprendizajes de Tarzán cuando era niño, como el hecho de encontrar sentido en cubrir partes de su cuerpo y evitar la desnudez total, o de entender que es diferente a los animales y que puede desarrollar de otra manera sus instintos.
Considerando la época en la que fue rodada esta cinta, los años primitivos del cine, es loable su intento de armar un impacto escénico cuando presenta, a manera de contexto inicial, tomas de determinadas especies de animales salvajes que permiten representar un ambiente exótico y peligroso donde parece que ningún humano tiene cabida, pero allí está Tarzán.
El filme cuenta con el protagonismo de Elmo Lincoln, un actor no muy famoso de la época cinematográfica muda, quien tuvo el mérito de haber sido el primero en dar forma a este personaje. Su aspecto va en contra del modelo que se plasmó en el cine sonoro y que se ha mantenido vigente para la posteridad.
Y es que el Tarzán Lincoln no tiene una figura atlética ni tampoco una apariencia sensual, su larga cabellera y ropaje lo hacen ver más como un cavernícola, imagen que podría encajar con mayor realismo a través de un hombre que no conoce nada de la civilización y que no tiene ningún referente de la estética humana.
Este Tarzán se alza como una curiosidad y como una variante del estereotipo que inmortalizó Weissmuller. No tiene el rasgo identificatorio del famoso grito, sino tan solo el gesto de alzar los brazos para hacer sentir su presencia y sentirse el rey de la selva. No tiene habilidades acrobáticas para caminar o trasladarse entre los árboles, lo hace como cualquier humano lo haría. Fue un personaje que aún no estaba concebido del todo en la corriente fantástica y que tenía un aura de credibilidad en su representación.
Escrito por Victor Carvajal