La carrera cinematográfica de Gloria Grahame probablemente no necesite presentación a estas alturas. Con cintas del calibre de Los sobornados, Cautivos del mal (gracias a la que consiguió un Oscar en 1952), En un lugar solitario o Deseos humanos, la intérprete californiana está considerada como una de las actrices de referencia de los años 50, su etapa más prolífica delante de las cámaras. Más adelante, en 1970, Grahame coincidió en Liverpool con un joven que conectó con ella de inmediato. Peter Turner, un chaval inglés que estaba apenas empezando en el terreno de la interpretación a través de humildes obras, quedó embelesado del magnetismo que todavía despertaba por aquel entonces la estadounidense. Entre ellos surgió una gran amistad que, tras varios tumbos, encaró su recta final en 1981 cuando ambos coincidieron en Inglaterra a causa de los problemas de salud que arrastraba Grahame.
La historia de la sorprendente y bella amistad que surgió entre dos personas tan distantes como estos dos intérpretes queda plasmada en Las estrellas de cine no mueren en Liverpool. Paul McGuigan, curioso cineasta que ha tenido en sus manos títulos como El caso Slevin o Victor Frankenstein y al que se valora sobre todo por su manejo de la serie Sherlock, dirige una película que el guionista Matt Greenhalgh adapta directamente de las memorias de Peter Turner. Como se podía esperar de un título así, McGuigan decide situar el inicio del film en pleno 1981 para después contar, a través de flashbacks, el verdadero quid de la cinta: ¿cómo llegaron a conectar una mujer y un joven de esferas tan distintas?
Narrada con más sorpresas narrativas de las en un principio parecía aparentar un “simple” biopic, Las estrellas de cine no mueren en Liverpool apuesta por repetir ciertas escenas clave de la película y enfocarlas según la contraparte protagonista de la obra. Así, lo que desde el punto de vista de Turner otorga una impresión, cuando volvemos a ver la secuencia a través de lo que ve y siente Grahame se nos revela un asunto muy diferente. Esta duplicación de secuencias resulta necesaria para comprender el relato en toda su magnitud y entender cómo evolucionó la relación que mantuvieron los personajes, convirtiéndose pues en uno de los mayores aciertos de la estructura fílmica que presenta el trabajo de McGuigan.
Parece lógico imaginar, empero, que por muy acertado que sea el enfoque del film, semejante aspecto no basta para conseguir una buena película biográfica. Pero Las estrellas de cine no mueren en Liverpool también resuelve con sobriedad este apartado al saber transmitir los aspectos básicos que unieron a Grahame y Turner de una manera sencilla y sin necesidad de realizar aspavientos lacrimógenos. Es necesario resaltar este apartado puesto que la vía emotiva del film llega más por la efectividad de su guion que por buscar directamente una vía sentimental, lo cual redunda en un aumento de su credibilidad.
Además de la mencionada labor de guion, es obvio que la película habría sido muy diferente de no contar con la participación de la gran Annette Bening, otra notable actriz de su generación que aquí caracteriza a Grahame con oficio y pasión para reflejar esa lenta caída al olvido desde la fama que por desgracia acecha a muchas actrices al superar cierta edad. Bening cuenta con el apoyo de su compañero Jamie Bell, intérprete que quizá no posea tanto brillo como la estadounidense pero que siempre cumple. La unión de todas estas características posibilita que Las estrellas de cine no mueren en Liverpool devenga en una buena cinta que consigue mezclar una historia real y merecedora de ser conocida (incluso para aquellos que rehuimos de saber los líos amorosos de los personajes famosos) con un planteamiento hábil en términos narrativos, culminando todo ello en unos 106 minutos muy bien aprovechados.