Es difícil hablar del vacío. No ya del concepto (innecesario de toda explicación), que también, sino sobre todo del abismo que realmente supone estar en él, vivirlo. Hablar de todo lo anodino que lo rodea y lo completa. Un vacío lleno de rutinas que amplían esa sensación que tantas veces va ligada a la pérdida. Otro concepto que, junto al vacío, suele ser mucho peor si se acompaña de la sensación de irreversibilidad. Ahora, a toda esa conjunción, añade una película que estudie ese jardín y se restriegue en las partes más amargas y hundidas que subyacen desde una perspectiva contemplativa repleta de largas secuencias y, a pesar de todo, una gran proximidad emocional.
Pororoca, la onomatopeya que define la ola más larga del mundo en el Amazonas, se traduciría en nuestro idioma como gran estruendo. Un estruendo, por lo visto, que se percibe durante la mayor parte del trayecto, pero que desaparece poco antes de la llegada de la ola a su fin. Una definición que, de ser correcta por mi parte, representaría bastante bien el desarrollo de una película que parece ser feliz para pronto dejar de serlo, derivando en un drama de argumento muy convencional, pero filmado de un modo algo más peculiar, alargando al máximo escenas que, de otro modo, no resultarían igual de cercanas y, a menudo, dolorosas o inquietantes.
Porque Constantin Popescu, director y guionista de Pororoca, nos habla de la pérdida (la hija de un joven matrimonio), del vacío que esta implica, y de la degradación que ambos provocan. Tan sólo con una larga secuencia en un parque que aparentemente no dice nada. Con algo tan aparentemente sencillo, consigue que el espectador participe activamente en lo que está sucediendo allí. Porque espera que algo vaya a suceder, pero al mismo tiempo ocurre en un momento para él inesperado, haciendo que el mismo espectador se manifieste a favor de que todo lo que acontece sea reversible en algún punto de las dos horas y media de metraje, mientras que, desde ese momento, afronta, con una narrativa lineal y de ritmo lento, la disolución de una familia y el descenso a los infiernos de un padre que, al mismo tiempo que lidia con la culpa, busca al posible criminal que se ha llevado a su hija.
Bogdan Dumitrache, el protagonista principal de Pororoca y cuyo personaje es el padre de la niña desaparecida, sostiene sobre sus hombros casi la totalidad de la cinta, con una evolución constante hacia el precipicio de la soledad (el concepto que habría que sumar a todos los demás), silencioso ante la culpa. Un detalle más de una película sencilla pero muy cuidada, carente de música, pero abundante en los sonidos (a menudo apenas perceptibles y del todo subliminales). Pororoca nace de un dolor personal, una pérdida, pero no realiza ningún chantaje emocional. Hay quien afronta los problemas de cara y quien evita recordarlos, pero en algún momento de la vida todo el mundo pasa por momentos problemáticos (no necesariamente tan graves como este) y a veces es mejor entrar en la catarsis con films como este, en lugar de dar lecciones sobre el entretenimiento.