Si hay un género que se ha mostrado capaz de mutar y ejercer variaciones sobre un mismo terreno en los últimos lustros ese ha sido el del thriller, sabiendo rebasar la barrera de la mera absorción de códigos pasados para adecuarse a un presente en el que ni la imagen —con Michael Mann y films como Collateral como máximos exponentes—, ni los aparentes límites —que han desdibujado con acierto cineastas de la talla de los Coen o Tarantino—, ni tan siquiera la presencia de esos códigos —subvertidos hasta límites insospechables en films como Los límites del control o la más reciente Three— han impedido una evolución a cada paso más palpable.
Una evolución necesaria sin la que no se podría comprender en su totalidad una obra como la que nos presentan los Safdie en Good Time; un film que, más allá de la sugerente relectura visual ejercida —implantada de raíz en un libro de estilo propio que, además, nos remite directamente a décadas pretéritas que quedaron marcadas a fuego por la presencia de cineastas como Walter Hill, Sam Peckinpah o Arthur Penn—, propone una extraña composición dramática que se deduce más que nunca de los gestos de sus personajes, de una mirada desesperada apegada al grito ahogado de quien ve sus posibilidades menguar y cuya única vía de escape parece continuar hundiéndose de forma cada vez más irremediable.
Mirada esta representada por Robert Pattinson, actor cuya metamorfosis sigue ofreciendo estimulantes resultados que se comprenden en Good Time desde la aprehensión de un personaje cuyos principios quedan sentados mediante una definitoria secuencia inicial. En ella, mientras su hermano Nick intenta lidiar con las preguntas arrojadas por un psicólogo, Connie irrumpe en la habitación y sin apenas mediar palabra lo arrastra fuera, instigando con anterioridad a Nick a actuar como él crea conveniente con unas anotaciones realizadas por el especialista, que no parecen hacerle sentir cómodo. Toda una declaración de intenciones que se persona en la mirada individualista del protagonista, acotando así un entorno en el que únicamente puedan moverse su hermano y él. Un claro espacio que estrecha el cerco donde la relación sostenida —y el peso que Connie le otorga— es condicionada a partir del momento en que, tras un atraco fallido, Nick sea capturado por la policía, sometiendo así tanto las acciones como el modo en como el personaje central interactúa con el resto. Es, por ejemplo, su relación con Corey —interpretada por Jennifer Jason Leigh—, con quien mantiene un vínculo amoroso que no llegamos a ver dibujado en su plenitud —básicamente, por el modo en como el arresto de su hermano afecta a su perspectiva—, aquella capaz de establecer con determinado trazo el peso que poseen los actos de Connie ante un reflejo propio distorsionado.
Los Safdie disponen un relato que se afianza de este modo desde su perspectiva de ejercicio de género, no por acentuar tanto las maniobras de Connie como los momentos de mayor tensión, donde Good Time se eleva en su configuración de thriller, sino por ese trabajo formal que apela, además de a un carácter visual sustraído y moldeado —del que destaca su magnífico trabajo cromático, así como la concepción a través de un plano que surge como conducto emocional—, a un montaje mediante el cual establecen ese genuino vínculo entre su cine y el terreno hacia el que se dirigen en esta ocasión. Es de ese modo como logran hacer confluir la arquitectura de una imagen que cobra sentido específico en cada momento —desde planos más abiertos o cerrados hasta el uso del travelling en el que impulsan las calles de la ciudad como un elemento más— con la direccionalidad de una mirada cuya percepción nos traslada inevitablemente a distintas parcelas.
Good Time se erige así como un ejercicio donde apropiarse de un género tan complejo como el thriller deviene una tarea elemental, conduciendo de forma soterrada el retrato de una relación que se dibuja tanto en el desasosegado rostro de un Pattinson mayúsculo, como al compás de los pasos que nos llevan de un lado al otro de la habitación mientras se nos descubre la más incómoda de las realidades en el tambaleo de un cuerpo que se proyecta como indicativo de que estamos ante uno de esos films a los que hay que volver sí o sí.
Larga vida a la nueva carne.