El reiterativo uso de unos códigos, de elementos muy marcados, han constituido a lo largo del cine de Hong Sang-soo y su evolución una de las características primordiales en la lectura y construcción de relatos sobre los que redundar en una serie de obsesiones que el cineasta lleva manifestando largo tiempo. De entre todos esos rasgos, no obstante, si hay alguno que ha sobresalido por encima del resto, ha sido el de una autoconsciencia que lleva coexistiendo en los microcosmos levantados por el coreano desde antes de la llegada de un auge que le ha conducido no únicamente a acaparar más miradas de lo habitual como uno de los grandes autores de su país, también a salir galardonado de grandes certámenes —véase el Oso de Oro recibido el año pasado por En la playa sola de noche—.
Y es que si por algo podemos definir el universo Sang-soo, es precisamente por la incursión en una metatextualidad descrita mediante un contexto, el cinematográfico, que ha bordeado en mayor o menor medida el cine del autor de En otro país. La adhesión, en otras palabras, a un medio que no lo es de forma casual, y que en La cámara de Claire busca (y encuentra) un exceso particular; como si además de habitar en esos espacios tan propios del cine de Hong Sang-soo, lo hiciese para la ocasión en un marco donde esa autoconsciencia es comprendida de la forma más manifiesta, acercándonos más si cabe a su mundo personal —el póster de Lo tuyo y tú colgado en una pared, Cannes como mismísimo escenario central…— y abrazando un paroxismo que tiene más sentido que nunca en el cine de Sang-soo, llevando constantemente el relato a extremos, tanto en la percepción de sus ingredientes más comunes como en una construcción narrativa sin la que no se comprendería ese viaje emprendido por dos mujeres, que se pierde en diálogos y experiencias a través de las que madurar algo más que un momento.
El vaivén que propone el coreano en esa crónica cuya naturaleza inestable sirve para deformar los bordes del relato, tiene un significado específico que se cierra en torno al recorrido de la protagonista, que será despedida tras sostener un ‹affair› y ser tachada de deshonesta por su jefa, encontrando en la cámara de esa fotógrafa interpretada por Isabelle Huppert una forma de volver al pasado por el presente, y afrontarlo desde una condición distinta. No es que en La cámara de Claire sus personajes posean un arco evolutivo concreto, más bien nos hallamos ante una concepción desnuda del cine de Hong Sang-soo; un retrato (en cierto modo) recrudecido —no tanto por su contenido, que en ocasiones también, sino por una narrativa despojada aparentemente de toda esencia— que ya ni siquiera tiene la necesidad de insistir en los espacios o la vuelta a los mismos, sino más bien encuentra en la oscilación temporal —la elipsis se convierte en una herramienta más valiosa que nunca en ese sentido— y las estampas que va gestionando la cámara que da título al film un componente mediante el que continuar explorando los límites del lenguaje. Se podría hablar así de un film rupturista de alguna manera, y es que más allá de establecer patrones variables, Sang-soo dibuja incluso alguna secuencia abrupta —como la conversación en el balcón entre Manhee y el director Wansoo— que desviste su discurso con ímpetu haciendo de La cámara de Claire un pasaje que se presenta intrincado, insólito, pero que al fin y al cabo no hace otra cosa que ofrecer más vías para el devenir de una obra cuyos márgenes (si es que alguna vez los hubo) se antojan a cada paso más desdibujados.
Larga vida a la nueva carne.