«— ¿Hay algo más aburrido que la historia del pasado? —dijo Therese sonriendo.
— Quizá un futuro sin historia.
Therese no se paró a pensarlo. Era verdad.»
Carol, Patricia Highsmith, 1952
Como una gran saga literaria o un universo cinematográfico particular, la 71ª edición del Festival de Cannes ha tenido un cold opening para calentar —irónicamente— el ambiente incluso antes de que se conociera la programación de este año y poner los créditos con el logo y la fanfarria. Cuando la polémica que produjo la proyección de varias películas de Netflix en su Sección Oficial parecía olvidada, se anunció que el festival había decidido añadir como requerimiento a los films proyectados en competición que tuvieran garantizada la distribución en salas en Francia. Todo ello como respuesta a la presión que ejerció el evidentemente poderoso lobby de los exhibidores.
Recordemos que las ventanas de explotación en el país impedirían a operadores de video bajo demanda poner para su visionado en ‹streaming› cualquier producción hasta 36 meses después de pasar por los cines, lo que supone a día de hoy una medida proteccionista totalmente anacrónica. Algo inaceptable para el modelo de la compañía estadounidense, que respondió retirando a modo de protesta sus ‹streamingfilms› —tal como llaman algunos a lo que hacen, sin pizca de ironía— del certamen. Ni rastro del debate que surgió en su momento sobre qué era el cine y si realmente una película lo es por aparecer proyectada en un ‹multiplex› de un gran centro comercial. Se trata exclusivamente de dos modelos de negocio enfrentados y no hay nada ni remotamente relacionado con algo artístico en estas rabietas recubiertas de una pátina de conservación de las esencias o de adaptación inevitable a los nuevos tiempos, no lo olvidemos. Eso sí, el año pasado no faltaron las ‹premieres› de algunas series de televisión, como la tercera temporada de Twin Peaks, que luego ha estado presente en muchas listas del mejor cine del 2017. Y entre las proyecciones de medianoche está incluida ahora una película para televisión de HBO que adapta el clásico de ciencia ficción de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (Ramin Bahrani).
En 2011 sucedió otro capítulo que afecta a un villano estelar en un episodio anterior de la Croisette Cinematic Universe. Lars von Trier fue declarado ‹persona non grata› tras la rueda de prensa de Melancholia en la que bromeó diciendo que comprendía a Hitler (entre otras muchas cosas) —impagable la cara de Kirsten Dunst a su lado manteniendo la compostura como podía—. Una expulsión que ha sido meramente testimonial en estos años y que ahora se retira para incluir, aunque fuera de competición, su última película The House that Jack Built. La idea clave de esto es que echaron a un director “por nazi” literalmente. Ahora lo vuelven a aceptar sin más. ¿Pero sabéis lo que no acepta tampoco Fremaux en Cannes y más específicamente en su alfombra roja? Selfies. Sí, nada de hacerse autofotos durante las galas a la entrada del Palais porque afeaban y complicaban la fluidez de la ceremonia. «Nazis sí, pero selfies no». Este sería un poco el nuevo lema de Cannes para la temporada 2018, en un criterio de etiqueta bastante arbitrario y cuestionable, aunque personalmente pueda alegrarme por el regreso del cineasta al que nunca debieron haber vetado por unas palabras completamente malinterpretadas y sacadas de quicio. Ojalá actuaran desde la organización igual de rápido en otros asuntos que cuando alguien explica un chiste macabro.
Otro conflicto que ha generado un gran revuelo es la decisión de dejar de dar prioridad a la prensa para las proyecciones de sus películas en competición. Según han explicado detalladamente quieren que la idea de gala de estreno recobre su sentido y no se vea afectada por la reacción de los profesionales de los medios —y sobre todo de lo que difunden por redes sociales— nada más verla, horas antes de que el evento tenga lugar, con la presión y el condicionamiento añadido para sus creadores y el público asistente. Una medida que evidencia el malestar que ha generado en los últimos años alguna que otra apuesta personal que ha salido rematadamente mal como The Last Face (Sean Penn, 2016), que fue destruida completamente por lo involuntaria y exageradamente risible de la propuesta desde sus primeros segundos de metraje. El recelo estaba en cómo iba a afectar eso al trabajo de cobertura de los acreditados durante el festival. Bien, ahora tenemos todos los días una proyección de tarde que se celebra simultáneamente a la gala de la misma película y a la mañana siguiente se permite ver la película que los invitados ven por la noche. Lo que en principio está pensado para restringir el efecto de las redes sociales y los medios digitales afectará principalmente a los medios tradicionales en papel y mainstream, que no podrán publicar crónicas o transmitir sus opiniones de las películas proyectadas en competición hasta dos días después de la ‹premiere› oficial.
Tres mujeres directoras han encontrado un hueco en la Sección oficial a competición de Cannes. Tres largometrajes entre los veintiuno que completan la selección —aunque luego en Un certain regard su presencia sí que tenga más peso, pero como algo excepcional y tampoco es que sea para celebrarlo—. De eso se ha hablado poco, pero lo que sí ha llenado multitud de artículos han sido los nombres de todos los prestigiosos directores (hombres), hipotéticamente merecedores todos de ello, que no están. Que si falta de relevancia de Cannes, que si falta de prestigio del festival, que si ha perdido el rumbo Fremaux. Los medios más preocupados por vender entrevistas de ‹celebrities› que de hablar de cine es probable que lo pasen mal este año, pero a nivel cinematográfico la competición está repleta de nombres y, sobre todo, propuestas de cine asociadas a esos nombres que plantean un cambio más que bienvenido a los muchos habituales y esperados por tantos según parece, aunque nadie haya visto las películas que supuestamente son dignas de esta edición del certamen del ‹glamour› por excelencia. ¿Queréis nombres? Nuri Bilge Ceylan, Jean-Luc Godard, Jia Zhang-ke, Hirokazu Koreeda, Nadine Labaki, Jafar Panahi, Alice Rohrwacher, David Robert Mitchell, Matteo Garrone. En cualquier caso, siempre les quedará el refugio del preestreno publicitario de Solo: A Star Wars Story (Ron Howard) para satisfacer esa imperante necesidad de estrellas de Hollywood. Además, incluso la inauguración del festival corre a cargo de uno de los predilectos de la prensa como Asghar Farhadi con su incursión española Todos lo saben.
Y hablando de la participación española, apenas aparece, con la coproducción polaca de animación Another Day of Life dentro de las proyecciones especiales. Es necesario ir a las secciones paralelas fuera de la programación oficial —y más concretamente a la Quincena de Realizadores— para ver el nuevo trabajo de Jaime Rosales, Petra (con Bárbara Lennie), y el debut de Arantxa Echevarría con Carmen y Lola. La clausura correrá a cargo de Terry Gilliam y su tan largamente esperado proyecto desarrollado y frustrado durante años de infortunios The Man Who Killed Don Quixote. Si el productor que originalmente respaldó su producción y con el que rompió su relación contractual durante la preproducción no crea más problemas y lo permite, por supuesto. Porque en un giro de guión sorpresa —con la película completada y fechas de estreno— hay abierto un proceso judicial cortesía de Paulo Branco, que parece tener ya una larga lista de antecedentes y comportamientos conocidos que le dejan como un individuo bastante indeseable y que ha utilizado su proximidad a autores de prestigio y al propio Festival de Cannes para construir irónicamente su reputación. En esta ocasión sí cabe agradecer la valentía de la organización de no dejarse chantajear por los truculentas tácticas de alguien que busca la relevancia a través de una película que no existiría si se hubiera mantenido en sus manos. Ahora ya sólo queda intentar descubrir las películas programadas como si cada una de ellas fuera la primera.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.