La película se abre con una conversación, que como han mencionado todos los críticos habidos y por haber, huele a los Coen, a Tarantino o al ex-marido ese de Madonna. Y, sin embargo, este segundo trabajo de Martin McDonagh tras aquella maravilla llamada Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008) sirve para confirmar que tiene un estilo propio y bien definido y que sigue reflexionando sobre lo mismo que en su ópera prima, el purgatorio.
En un tiempo donde el cine de acción ha dejado de ser físico para dejar paso al croma y a los efectos especiales, es confortable encontrarse con una propuesta que sin volver a los códigos existentes de hace dos décadas (para eso tenemos la saga Los mercenarios) se reinventa a través del metalenguaje. Afortunadamente, McDonagh va mucho más allá de construir secuencias o chistes gracias al material existente y a los clichés del género.
La comedia negra a la que asistimos tiene como punto de partida el encuentro y su posterior huida de tres personajes, interpretados por Colin Farrell, un guionista con problemas con la bebida que intenta finalizar un libreto sobre Siete psicópatas (intentando además, alejarse de la sangre y haciendo una especie de película de arte y ensayo), su mejor amigo, un pasadísimo Sam Rockwell que en sus ratos libres se dedica a secuestrar perros y cobrar recompensas junto con su socio interpretado por Christopher Walken, el tercero en discordia. Juntos deben poner pies en polvorosa cuando cometen el error de agenciarse el perro de un mafioso altamente desequilibrado, Woody Harrelson.
Dividida claramente en dos partes, la primera llena de acción y sangre y una segunda que se compone más bien de una estancia en el purgatorio o el limbo, donde los personajes se enfrentan a sus demonios internos, se intuyen ideas y propuestas ya vistas en su primera cinta. Los personajes están maravillosamente bien definidos con apenas unas pocas pinceladas, y es un placer verlos en pantalla. Sin embargo, lo mejor de ellos es que en ningún momento se traicionan ni tampoco evolucionan como lo harían en una película al uso. Ahí cobra vital importancia el papel de Colin Farrell, el personaje más pasivo y el menos carismático. Que nadie se espere sorprendentes arcos de personajes. Son lo que son y actúan como tal. Es maravilloso como destrozan una de las supuestas reglas básicas del guión y esto no hace más que elevar la obra.
Aunque todos los personajes están esplendidos, el que se lleva el gato al agua acaba por ser un Sam Rockwell desquiciado y enamorado de los clichés sobre el género que pisan. Divertido, irracional y alocado, tiene su contrapunto en Walken, que tiene los momentos más dramáticos de la cinta, paseando otro personaje que no se olvida con facilidad.
En la cinta se juntan Siete psicópatas reales e imaginarios, salidos desde la realidad a de la máquina de escribir de un guionista o viceversa, saltando cada uno de ellos de un medio al otro con pasmosa facilidad. Sí, como decíamos antes estamos ante una de esas propuestas metalingüísticas que tanto aparecen hoy en día, señal clara de nuestro tiempo, donde estamos quemando los géneros clásicos o incluso los subgéneros de manera vertiginosa. Y esto se ve claro cuando un género, cualquiera que sea, pasa por una etapa donde sólo queda la parodia ante el agotamiento de las demás ideas o enfoques.
Aunque me apasiona el llamado metalenguaje, también es verdad que estamos llegando a un punto donde la única manera de huir del estancamiento del género es la peregrinación a la parodia y al guiño por el autoconocimiento. Lo mejor de la cinta es como lleva a cabo esta ecuación el cineasta. Por suerte, no estamos ante una parodia sin más. El relato tiene fuerza y acaba por ser único aún juntando en apariencia ciertos clichés. Si la primera parte funciona más la comedia, los diálogos ágiles, el montaje desenfrenado y, en definitiva, esa especie de subgénero salido de los 90 donde Tarantino fue el rey y ha sido imitado hasta la saciedad por las nuevas generaciones de cineastas, en la segunda parte nos encontramos literalmente en mitad de ninguna parte, con los personajes enrocados en seguir sus caminos como lo que son (o lo que intentan ser), sin locas evoluciones y sin traicionarse. Fieles a si mismos, aunque eso nos quite algunas secuencias de acción que más de uno desea ver.
En definitiva, y aunque personalmente considere que Siete psicópatas se encuentra un peldaño por debajo del primer trabajo del director, esté logra un equilibro perfecto, sin dejarse llevar por el camino fácil, ofreciéndonos acción de la buena, con unos personajes desatados y maravillosos, donde el metalenguaje está, por fin, más integrado en la trama que como mero guiño al espectador. Y como ya ocurría en Escondidos en Brujas, de pronto te encuentras con un par de escenas dramáticas cojonudas, aunque parecía que iba a ser lo último que te encontraras en la película.
Los momentos donde los personajes de Sam Rockwell y Christopher Walken “ayudan” con el guión a nuestro protagonista, son impagables, llenos de comedia y hasta drama, definiéndose cada uno a la perfección.
McDonagh con este segundo trabajo, demuestra que es lo suficientemente maduro como para que no tengamos que compararlo con los grandes del género. Con tan sólo dos obras, él ya es un autor a tener en cuenta.