Louis Feuillade fue uno de los primeros renovadores del lenguaje cinematográfico en la Vieja Europa. Con cierta tendencia a reflejar los aspectos más trágicos de la existencia humana, famosas son sus obras mastodónticas construidas a base de soldar episodios más o menos independientes con cierto aroma criminal siendo especialmente relevantes para la historia del cine Judex, el serial Fantomas y la obra magna Los Vampiros que fue capaz de crear a uno de los primeros iconos del celuloide: Irma Vep. Trabajador incansable y cineasta estrella de la Gaumont, antes de especializarse en los seriales Feuillade desarrolló una carrera bastante fructífera en el mundo del cortometraje en la etapa de los orígenes del cine laborando tanto en solitario como en pareja con otros directores de prestigio como Alice Guy o Léonce Perret con quien compartiría batuta en esta excelente muestra del primitivo melodrama francés titulado Le coeur et l’argent.
La relevancia de esta pieza de arte y ensayo radica en varios aspectos. En primer lugar su sublime composición pictórica, pues la pareja Perret-Feuillade optó por filmar en escenarios exteriores y recargados con un pretendido tono rural y salvaje que otorgan al envoltorio formal del cortometraje una fachada espectacular e ideal para exaltar al máximo los sentidos. De hecho resulta fácil observar muchos paralelismos entre la composición formal llevada a cabo por Feuillade y el universo de la pintura clásica, siendo especialmente identificables las influencias de Auguste Renoir (y por tanto creo que este corto también fue una influencia notable para Jean Renoir en su edificación de Una partida de campo) y sus cuadros en barca por el Sena y sobre todo esa impactante escena de cierre que se eleva como una representación en imágenes del Ofelia de Millais. En segundo nos hallamos ante un relato que ahonda en la desgracia y la fatalidad del destino, puntos clave para entender la evolución del melodrama clásico europeo y estadounidense en su transformación como género propio otorgando el protagonismo a una de esas mujeres sufridoras (interpretada por Suzanne Grandais, una de las primeras divas del cine francés cuya leyenda se agigantó tras su temprana muerte) empapadas en la desgracia que por obra y arte de los convencionalismos y la ambición de sus familiares deberá renunciar a su felicidad y al amor verdadero para abrazar una serie de calamidades que la arrastrarán a la perdición y la muerte. Finalmente otro aspecto que me fascina de esta obra primogénita es su grafía verbal, pues Feuillade logró amasar un lenguaje cinematográfico moderno e innovador para la época hilvanado a través de diferentes episodios acontecidos en escenarios y espacios divergentes (combinando escenarios interiores y claustrofóbicos símbolo de la carencia de libertad que aprisiona a la protagonista con ambientes exteriores y agrestes que parecen representar la añoranza de ésta por disfrutar de la rebeldía de la juventud cual pájaro volando en los cielos despejados de nubes), apoyándose para dar sentido a su montaje en sublimes elipsis y saltos temporales que permiten avanzar con razón y mucha lógica una historia tan compleja como aparentemente convencional.
El corto arrancará con una hipnótica escena rodada en los bordes de un río que muestra a una pareja de enamorados a los lomos de un bote en pleno bosque. Se trata de Suzanne y Raymond dos jóvenes amantes que disfrutan de un amor libre de ataduras y obligaciones. Sin embargo una vez que la pareja arribará a la orilla del río donde se halla la posada propiedad de la madre de Suzanne las cosas se complicarán. Por un lado la madre de Suzanne parece no aceptar el noviazgo de su hija con un barquero sin dinero ni haciendas, por lo que decidirá actuar como casamentera coaccionando a su hija para que acepte la proposición de matrimonio realizada por un viejo y rico cliente de la posada que se siente atraído irremediablemente por Suzanne. Aunque a regañadientes, Suzanne acabará aceptando la proposición del viejo ricachón hipnotizada por el lujo del dinero y el humo de los coches a motor, abandonando a su suerte a Raymond que sentirá traicionada así su confianza en el amor inmaculado que parecía unir al dúo. Una vez instaladas en la mansión de su marido, Suzanne y su madre ofrecerán dos caras diferentes. En este sentido el bienestar y la alegría materna contrastará con la melancolía y tristeza de la hija quien no podrá evitar evocar sus días de placer junto a Raymond en las proximidades del río. Años más tarde el marido de Suzanne fallecerá repentinamente dejando en herencia su fortuna a su esposa. Sin embargo la joven viuda renunciará a la comodidad del dinero para regresar a los emplazamientos de su infancia en busca del amor verdadero, pero Raymond la rechazará pues no perdonará su traición pasada en la que prefirió el dinero (y el sacrificio en favor de los deseos de su madre) a su cariño. Esto incitará a Suzanne a tomar una medida drástica que pondrá fin a su existencia en aquel río fruto de su ventura y pasión.
Le coeur et l’argent se eleva como una obra maestra impactante e inolvidable, todo un regalo para los ojos y para esos amantes del cine primitivo. Desde el punto de vista estético la cinta es insuperable, cocinada a través de portentosos planos fijos combinados con unos encuadres de marcada inclinación pictórica que se mueve por derroteros tanto impresionistas como prerrafaelitas con total comodidad. Se siente que tanto Feuillade como Perret deseaban experimentar con las nuevas técnicas narrativas que estaban empezando a surgir en el ambiente cinematográfico, esbozando de este modo un melodrama compacto y muy sólido que a pesar de su escaso metraje cuenta muchas cosas invitando a la reflexión mediante un estilo muy poético de novelar una tragedia anunciada. Así podemos observar técnicas novedosas como la división de la pantalla en dos mitades para reflejar la realidad en una de ellas y las ensoñaciones de la protagonista en la otra, siendo particularmente hermosa la escena final en la que veremos el rechazo de Raymond a Suzanne mezclado con un bello paseo de la pareja cogida de la mano, el cielo y el infierno reflejado en la misma área de visión. Nos hallamos por tanto con un corto armonioso y terriblemente bello en su tejido visual, una de esas cintas sensuales agraciadas por un disfraz impecablemente acabado. Una obra maestra de imprescindible visionado que deja patente la maestría de dos pioneros del cine como fueron Feuillade y Perret que ya en 1912 supieron descifrar los enigmas del melodrama cinematográfico.
Todo modo de amor al cine.