El jueves comenzó por fin la Berlinale, y nosotros iniciamos ayer viernes nuestra sesión de películas, dentro de la cual estaba en la que nos vamos a centrar para inaugurar la sección de reseñas del Festival, que no es otra que Paraíso: Esperanza, la última parte de la trilogía del director austriaco Ulrich Seidl sobre mujeres que se descubren a sí mismas. La primera parte, Paraíso: Amor se estrenó en Cannes y la segunda, Paraíso: Fe en Venecia, ambas el pasado 2012, y como era lógico, esta tercera ha tenido su estreno mundial en Berlín, y era una de las película más esperadas. He de decir antes de empezar que he entrado a ver Paraíso: Esperanza sin haber visto las dos anteriores, y sólo tenía como referencia lo que había leído y lo que me habían dicho de ellas: que eran películas escandalosas, excesivas y provocativas que despertaban tanto las pasiones como los odios más profundos. Con esta perspectiva me enfrentaba a la película, que realmente sí es durísima y con un tema que podría tender fácilmente a la sordidez (la relación entre una joven de sólo 13 años y el médico del campamento en el que se encuentra, del que se enamora), pero, en esta ocasión, Seidl ha decidido decantarse por la sutileza y ser incluso contenido, narrando una historia a través de gestos y miradas, más centrado en sugerir que en mostrar.
Seidl es como una especie de voyeur que se introduce en las habitaciones de los protagonistas y espía sus confesiones y sus anhelos íntimos y privados, tanto que casi llega a incomodar al espectador, quien parece que se está enterando de cosas de las que no debería. Sin embargo, los temas, que no tienen nada de intrascendente (entre otros, el descubrimiento de la propia sexualidad) no están tratados de una manera tan provocativa como podría ser, aunque en algún momento el director no puede evitar caer el algún exceso.
El ritmo de la película es pausado, casi parece que no está pasando nada, hasta que el espectador está completamente introducido en la historia y ya no puede salir, ya que por un lado se siente identificado y por otro lado le causa rechazo lo que está viendo, pero no puede dejar de mirar. Es parte del efecto hipnótico que tiene Seidl. Se agradecen pues los respiros que dan las notas de humor, por otro lado negro e irónico, que sirven para aliviar la tensión que se acumula cada vez que el médico y la adolescente se encuentran. Es impagable el personaje de ese profesor de Educación Física tan estereotipado y a la vez tan real.
Seidl es fiel a su típico estilo hiperrealista, que no da lugar a florituras ni distracciones, ofreciendo una sensación de mezcla entre improvisación y planificación gracias a su cuidado acabado, consiguiendo incluso planos de gran belleza precisamente por su aspecto espontaneo. Un (casi) lirismo que no se limita sólo a la forma, sino que incluso entre tanto hastío se percibe una mirada de cariño y comprensión hacia los personajes, que parecen perdidos en un mundo que no comprenden y en el que no saben manejarse. Con unas “actuaciones” inmejorables de todos los intérpretes (los jóvenes hacen básicamente de sí mismos, ni siquiera les han cambiado el nombre), el sentimiento de identificación aumenta y la película consigue transmitir e incluso conmover.
En resumen, Paraíso: Esperanza es como la vida misma mostrada en todo su desencanto, pero sin regodearse en él. Las decepciones de la adolescencia, que son las que marcarán nuestra personalidad definitiva, el amor como idealización, el deseo frustrado, la soledad… todo tiene cabida en una película aparentemente más sencilla de lo que es, ya que posee un interior muy turbio que Seidl lleva por terrenos inesperados, dejándonos absolutamente satisfechos con el resultado. Estupenda manera de empezar el Festival, veremos qué tal sigue.