Hay ciertos rasgos del estilo de Annemarie Jacir (especialmente en su último trabajo) que me recuerdan al cine de Fatih Akin. No hablo de aspectos estilísticos ni del tipo de guión que desarrollan ambos cineastas, sino del punto de partida activista a partir del cual plantean los trabajos. Ambos construyen un discurso desde la disconformidad, pero priorizando su interés por los personajes. Es como una especie de diálogo entre lo activista y lo cinematográfico: la exposición de la denuncia nunca pasa por encima de la construcción de personajes. Y ello, de algún modo, permite hablar a los directores con propiedad, lo que, a su tiempo, da calidad a la película. Son dos departamentos (narrativa y denuncia) de cuyo cuidado resulta una hermosa retro-alimentación. En el caso concreto de Invitación de boda (Wajib), Jacir se sirve del clásico recurso del reencuentro familiar para hablarnos del igualmente clásico conflicto generacional entre padre e hijo pero que, esta vez, tiene como telón de fondo un triste escenario de represión.
Annemarie Jacir da calidez a sus personajes de un modo completamente distinto al que estamos acostumbrados. Trabajos como Syriana (Stephen Gaghan, 2005), Crash (Paul Haggis, 2004), Samba (Olivier Nakache, Eric Toledano, 2014) o Cometas en el cielo (Marc Forster, 2007) aproximaban el espectador occidental a la cultura musulmana mediante una especie de “occidentalización” de caracteres y personalidades, reservando los aspectos más turbios de la película a la “verdadera esencia de dicha cultura”. Invitación de boda (Wajib), en cambio, plasma la humanidad de sus personajes sin reescribir ningún aspecto de sus personalidades o estilos de vida. Ni el más mínimo detalle ha sido modificado con la intención de evitar enfados o distanciamientos, como tampoco han sido impedimento para que la directora despierte nuestra identificación. Jacir embellece su relato sin la necesitad de estar de acuerdo con todo lo que sucede en él, pues su amor queda reservado a los personajes y no a sus costumbres o creencias.
Vaya por delante, estoy al corriente de la existencia de títulos como Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011) o Sueño de invierno (Nuri Bilge Ceylan, 2014), así como de algunos más veteranos, como El globo blanco (Jafar Panahi, 1995) o El viento nos llevará (Abbas Kiarostami, 1999). Sin duda, también son películas brillantes cuya acción transcurre en un marco cultural musulmán, descritas sin prejuicios ni parches de la marca “embellecedor occidental”. No obstante, hablamos de productos orientados a un público más reducido, dotados de un discurso que casi prefiere lo trascendental a lo cotidiano. Invitación de boda (Wajib), sin embargo, es una humilde historia sobre el tierno reencuentro entre un padre y un hijo, de duración modesta, diálogos entrañables y personajes carismáticos. En este sentido, la película de Anne Marie Jacir se parece más a la también reciente Bar Bahar. Entre dos mundos (Maysaloun Hamoud, 2016): dos títulos de formas modestas pero de contenido profundo y sincero.
Las incontables dosis de humildad que conforman esta película son directamente proporcionales a la multitud de temas que plantea. Temas que, además, son abarcados desde distintas perspectivas y puntos de vista. Tomemos por ejemplo la discusión entre Abu y su hijo Shadi. Los argumentos de uno son tan convincentes como los del otro, y sin embargo, no existe forma de conciliarlos. El hijo se niega a invitar a la boda de su hermana a un espía de la policía israelí. El padre apunta que no hacerlo dificultaría su día a día en Nazareth. El hijo argumenta que su decisión de permanecer en Palestina se traduce en el acatamiento de unas normas impuestas por la cultura y la sociedad. Su padre responde que, sencillamente, no tiene ningún deseo de marcharse. En este diálogo, Jacir nos habla del conflicto entre Palestina e Israel, de ciertos choques ideales (en donde las diferencias culturales se mezclan con las generacionales) y también de las distintas lecturas que pueden hacerse de actitudes presuntamente conformistas o activistas. En definitiva, un resumen de la compleja reflexión que acompaña todos los acontecimientos de la película.
La percibí, como una road movie, donde todo transcurre en el camino durante el reparto de las invitaciones a la boda. De entrada la directora nos ubica en el sitio: tres anuncios fúnebres, de tres religiones diferentes.
Asi de compleja es la ciudad de Nazaret, la ciudad con mayor población árabe dentro de Israel. Árabes musulmanes y árabes cristianos, como lo demuestra a través de la imágenes de la Virgen y los arbolitos de Navidad adornados en algunas de las casas que visitan para llevar al invitacion a la boda. Todas las escenas contienen la crítica a la situación, el activismo y la resignación.Pero siempre arropando a los personajes. Una pelicula muy valiosa y muy cuidada en los detalles y su significado.