En 1990 Raúl Ruiz decidió retornar a su Chile natal tras veinte años de exilio en Francia invitado para impartir un taller de cine en la recién inaugurada democracia. Sin embargo el material filmado durante esta semana de trabajo desapareció sin dejar ningún tipo de rastro localizándose posteriormente una copia del mismo en un archivo de la universidad de Duke. Los fotogramas encontrados casi de forma casual fueron objeto de un remontaje liderado por la esposa de Ruiz, su compañera de amor y trabajo Valeria Sarmiento, cuyo resultado podemos observar en esta La telenovela errante obra totalmente alejada de los cánones fílmicos habituales que tuvo a bien salir a la luz para el gran público en el pasado Festival de Locarno celebrado en el año 2017.
Conversar con las creaciones de Ruiz no resulta una tarea fácil puesto que su inabordable filmografía (compuesta por más de 100 títulos entre cortometrajes, documentales y largometrajes) emerge sobre todo como un experimento amasado por una mirada surrealista, alternativa, irónica, melancólica y muy crítica con el ser humano. Sus primeros trabajos en el Chile de los sesenta así lo atestiguan merced a la deformación de unos retratos grotescos, avinagrados y despiadados de esa burguesía chilena displicente, esnob, clasista y mercantilista que despreciaba lo diferente y lo cotidiano, enclaustrada pues en una burbuja donde no había puertas para invitar a los desconocidos. Una clase media arribista, interesada, superficial y frívola que sería la semilla que daría lugar al triunfo de la dictadura y por tanto la muerte de la libertad y el triunfo del exilio. La observación del exiliado marcaría el cine de Ruíz en gran medida en sus trabajos en Francia. Su cine tocó múltiples estratos: la derrota, el fracaso, la insensibilidad, la memoria, el perfil descarnado de un hombre convertido en lobo para el hombre… todo ello desde una perspectiva experimental y por tanto complicada. Subirse a un tren conducido por Ruiz es por tanto una apuesta savaje y peligrosa pues su narrativa se aleja de lo catalogado como convencional ya que el autor de Tres tristes tigres suele construir unas carreteras atestadas de trampas, elipsis o giros de tono surrealista empleando en esa edificación un humor muy peculiar. Y es que el cine de Ruiz se distingue por la creación de un estilo y verbo cinematográfico muy personal que requiere una total adhesión a su fundador.
Este es el punto que etiqueta a esta obra póstuma reconstruida por Valeria Sarmiento que es La telenovela errante. Un filme pequeño, casi amateur y tan mordaz como repleto de ironía, que parece el trabajo de fin de carrera de un estudiante aprobado con honores en la mejor escuela de cine. Un ensayo difícil de catalogar e incluso de evaluar sin duda moldeado con esa chispa de genialidad propia de quien está liderando el proyecto. Y es que éste se asoma como un regalo fragmentado en siete capítulos pero interconectados en su espíritu.
Podríamos definir a esta pieza divergente como una muestra de la resistencia revolucionaria de un Raúl Ruiz quien decidió fotografiar el Chile de sus memorias sazonando su propuesta con esa mala baba que emanaba de quien era capaz de contemplar el horizonte con un ojo visionario beneficiándose de unos códigos sagrados que mezclaban el estudio popular con la sátira política, mediante una plataforma eminentemente surrealista cincelada a golpe de inteligencia e ingenio. En La telenovela errante hallamos esas capas corrosivas que muestran a un Chile orgulloso de sus orígenes, próspero y sin embargo trágico construido sobre una idiosincrasia propia que parece rechazar lo ajeno. En este sentido el tono y los gestos de los actores parecen explotar esa identidad que Ruiz desea parodiar.
Explotando ese lenguaje ágil, frívolo, caricaturesco y exagerado de los culebrones (productos que en los 80 y los 90 triunfaron en Europa e Iberoamérica creando un producto de fácil consumo y rápido olvido), Ruiz se burlará del éxito superficial mediante una parodia que verterá mucha mala leche así como cientos de dardos subliminales en contra de todos los estratos de una sociedad chilena a la que Ruiz sentía ganas de cuestionar desde un ámbito político y filosofal. Para ello Ruiz resquebrajó la unidad que supone el compendio habitual de una película dividiéndola en siete tramos, cada uno de ellos diferente en su forma aunque no en su fondo. Se siente una crítica muy enérgica en contra de la irrealidad en la que viven algunos miembros privilegiados del escalafón social que convierten sus problemas domésticos en los problemas de todos. Radiografiando a aquellos que convierten la nimiedad en grandilocuencia y la grandilocuencia en nimiedad.
Partiendo de unas historias en principio leves —con los habituales gestos y artificios explotados hasta la saciedad en las telenovelas televisivas— Ruiz derivó sus pretensiones hacia una especie de subversión en la que cada episodio acariciará al resto a partir de la observación de su propia irrealidad desde una dimensión paralela, entablando de este modo un juego voyerista que se reirá de las desgracias padecidas por unos personajes que parecen haberse escapado de un manicomio. Es por tanto el absurdo, la fantasía lisérgica y la alucinación el ambiente que empapará una atmósfera pretendidamente ridícula, falsa y extravagante originando una mezcla de sensaciones en el espectador que viajarán desde la irreverencia hasta alcanzar la incomodidad.
Pues La telenovela errante se eleva fundamentalmente como una cinta para nada complaciente y sencilla. Contiene elementos corrosivos y sencillanente geniales en una línea que parece querer homenajear al Luis Buñuel de El discreto encanto de la burguesía en el sentido de parodiar de un modo agresivo y delirante las manías y obsesiones de esa aristocracia vaga y malversadora, si bien el resultado final se quedará en tierra de nadie sin llegar a alcanzar las cotas de genialidad de la cinta de Don Luis. Se trata de una propuesta por tanto que puede resultar tan irritante como fascinante. Por ello una película dual que no deja a nadie indiferente, ya que espantará a unos al igual que seducirá irremediablemente a otros. En mi opinión si que es una cinta muy irregular, siendo esa montaña rusa en la que acaba convirtiéndose un debe que la bautiza como un dulce amargo que ostenta sus mejores resultados en esa improvisación y falta de planificación que adolece la estructura arquitectónica de un filme construido a base de fogonazos de genialidad.
Por consiguiente esta es una de esas cintas de las que deben huir como de la peste aquellos espectadores acostumbrados a un lenguaje narrativo clásico, coherente y prudente, pues la imprudencia está presente en cada acetato de sus bobinas. Ruiz fue un loco, un chalado al que no le daba miedo enfrentarse con lo desconocido, innovando con nuevos esquemas y llevando por tanto la vanguardia por bandera. Y no hay mejor muestra de ello que esta La telenovela errante, una obra discontinúa, anómala, rara y chocante pero sin embargo también valiente, fresca, desordenada, divertida, pintoresca y fuera de lo común. Una cinta que ofrece unas pequeñas pinceladas acerca de la visión y forma de entender el cine de un outsider tan notable como exasperante.
Todo modo de amor al cine.