Cuando, al poco de empezar I Am Not a Witch, comenzaban a sonar los primeros compases del Verano (Presto) de Vivaldi, mi cerebro pasó al mismo modo mental por el que transitó en el pase de Fuerza mayor (la película de Ruben Östlund). En ese preciso momento, mientras la imagen de la directora Rungano Nyoni mostraba un horizonte desértico (contrario al nevado de la cinta sueca) y a varios turistas saliendo de una furgoneta, tuve la sensación de que los tiros iban a ir en la misma dirección. Y no me equivocaba (pero sí).
I Am Not a Witch es una película que, en sus escasos 90 minutos de duración, nos acerca al terror de una cotidianidad ajena al primer mundo desde el ascetismo. En palabras de Nyoni, una cinta que no está interesada en las causas que llevan a x consecuencias, ni que tampoco se adentra en la historia desde un punto de vista político (aunque todo es política). En realidad, la premisa de I Am Not a Witch es bien sencilla: ayudándose de algo de realismo mágico —filmado con personalidad y ya implícito en el título—, nos cuenta cómo Shula, una niña zambiana de 9 años, es enviada a un campo de trabajo para brujas por un incidente ocurrido en su aldea pocos días antes. Sí, de brujas… El mundo está jodido a tantos niveles que, a día de hoy, todavía sorprende ver que hay publicistas.
La equivocación de mi pensamiento relacionado con Fuerza mayor, sin embargo, llegó cuando el desarrollo de I Am Not a Witch —aún con las mismas dosis de humor negro y con el (similar) cuestionamiento de unas sociedades que, salvando en cada una las distancias de las otras y las propias, se sostienen a menudo sobre tradiciones y argumentos ridículos o, si se quiere, contradictorios entre sí— dejó de ser tan… gracioso. De repente uno pasa a sentirse como viendo El empleo de Ermanno Olmi, llevado por la empatía y también por la sensación de uno mismo y su destino. No el destino que, o existe, o no existe (chorradas), sino el de nuestros días. Si bien en El empleo uno veía lo que le esperaba y se asustaba por la realidad, en I Am Not a Witch uno sufre por ver a qué se atienen los que allí se encuentran (o, en este caso, a que se atiene la protagonista Shula), aunque ni siquiera hay historia de amor que nos sirva para ilusionarnos (aunque por momentos sí un mejor futuro).
Tan próxima —en su contenido— como distante —en su continente—, Rungano Nyoni sabe manejar el tono de su historia y de las mencionadas contradicciones en el día a día que vive su protagonista (la actriz Maggie Mulubwa), pero le falta mala leche… o me sobra a mí. Porque es verdad que I Am Not a Witch muestra un paisaje desolador, y no el de la aridez y la sequía (sólo), sino el más humano, el de las personas que lo habitan. Sin embargo, también es verdad que su visión y su humor negro no llegan a calar del todo al mostrar lo irrisorio de una sociedad terrible y egoísta en general, quedándose a medias para un espectador que vive en su propio mundo. La falta (y abundancia) de empatía, la fuerza de las creencias, el poder del poder, la monotonía ilimitada existencial. Todo parece diluirse con el paso de los minutos, hasta que de pronto se llega al final y todo revive y se eleva al mismo tiempo que termina.
Y, muy de refilón, te enseña la superficialidad de los paternalistas norteños que, ensimismados en sus realidades, siguen creyendo que las otras existentes son alterables con una sonrisa mañanera en Instagram.