Quizá sin estar a la altura —en cuanto a la consecución de un público propio en nuestro país— de otros nombres del panorama como Ben Stiller, Adam Sandler o Vince Vaughn, Will Ferrell lleva años siendo sin lugar a dudas uno de los motores de la nueva comedia americana. Siempre a la sombra de los nombres mentados —en títulos como la mítica Zoolander, u otros de menor calado—, Ferrell ha sabido no sólo hacerse su propio hueco en el panorama, sino además dar un vuelco a todos aquellos temas que se le han presentado desde esa visión tan única y particular que destila un humor que va más allá de su carácter puramente absurdo. Cada terreno pisado por el cómico norteamericano, se ha nutrido de una forma de ver y hacer humor que se antoja en ocasiones fuera del sistema por su carencia de prejuicios y por la percepción cáustica de una sociedad que sigue buscando enmascarar aquello que no es más que la evidencia de todos sus males.
De las obsesiones abordadas por Ferrell, seguramente la disciplina deportiva sea a la que más jugo ha sabido sacar —obviando alguna de sus cimas personales como aquella El reportero: la leyenda de Ron Burgundy—, aludiendo a una serie de tics que, si bien han tomado formas semejantes en films como Pasado de vueltas, Patinazo a la gloria o esta Semi-profesional que nos ocupa, otorgan un retrato traslúcido acerca de las causas y consecuencias que hacen de esta materia uno de los asuntos más suculentos al otro lado del charco.
En Semi-profesional, volvemos a encontrar una perspectiva corrosiva en torno a un tema tan sensible para la sociedad americana como el sexo, un componente que Ferrell emplea como reflejo de una cultura, la del espectáculo, ante la que no se admiten medias tintas por más que la percepción que se tenga sobre el mismo se antoje mucho más comedida de lo que representa. Kent Alterman —debutante para la ocasión en el que es, hasta ahora, su único largometraje—, realiza una composición a través del libreto de Scot Armstrong —un habitual del cine de Todd Philips— que resulta 100 % ‹Ferrelliana› y encuentra precisamente en el carisma y descaro del actor un perfecto espejo ante el que seguir dibujando ese incondicional absurdo del que se nutre el carácter exhibicionista que suelen tener los personajes encarnados por el actor. En sus manos, el show no tiene límites, y va desde la gansada más simple hasta el autoconvencimiento de que nos encontramos ante alguien fuera de sí.
El objetivo básico que cae entre manos del propietario de los Flint Tropics, un equipo de la ABA que se encuentra ante la posibilidad de desembarcar en la NBA, se antoja todo un caramelo en manos de un intérprete que probablemente no esté ante el mejor de sus papeles —si bien nos encontramos con momentos antológicos—, pero al que cualquier pretexto, por mínimo que sea, vale para desatar esa vis humorística tan suya.
Semi-profesional adopta así un carácter lejano al discurso y motivaciones habituales de este tipo de films y ofrece, a través de la comicidad de Ferrell, una visión en la que poco importan las metas reales, y competir por el mero hecho de competir se antoja también un acto tan o más tangible como aquel que posee un objetivo determinado. Algo que se comprende desde la mirada de ese personaje interpretado por Woody Harrelson —quien vuelve a demostrar que la comedia también es lo suyo—, y encuentra en el film de Alterman un sentido propio más allá de la idiosincrasia de un cómico —brutales momentos como los de la madre de Bambi o el ‹alley oop›— que ya es una marca por sí solo.
Larga vida a la nueva carne.