D.W. Griffith está considerado por los historiadores del séptimo arte como el primer narrador moderno, impulsor del lenguaje cinematográfico que marcaría el devenir del cine en sus orígenes, y por tanto etiquetado como el padre del verbo que sería adoptado por los grandes maestros del cine silente y sonoro americano (John Ford, Erich Von Stroheim, Raoul Walsh, Howard Hawks, Lloyd Bacon, Clarence Brown, Anthony Mann, John Huston, etc.) siendo su principal aportación la introducción de una innovadora concepción del montaje como recurso narrativo. Nació en el sur de los EEUU, hecho que lo marcaría ideológicamente, siendo este uno de los puntos que lo han relegado al ostracismo por parte de las nuevas generaciones quienes mayoritariamente señalan a El Nacimiento de una Nación (obra fundamental para comprender la evolución del cine) como una pieza de marcado contenido racista y por tanto despreciable en cuanto a su importancia. Si bien obras como Intolerancia (en mi opinión la más grande obra maestra de la época silente) o Lirios rotos destacan por su enorme poder e influjo sobre generaciones de cineastas que observaron a estas dos composiciones de cine de arte y ensayo como los orígenes del cine de autor puro.
Técnicas de estilo tan usadas como los primeros planos, los cenitales, el montaje en paralelo, las elipsis, el fuera de campo, los flashback o el plano americano fueron atribuidas a Griffith, al menos en su introducción en el cine americano. Su unión profesional con el fotógrafo G.W. Bitzer (el primer camarógrafo estrella con nombre y apellidos de la historia del celuloide) no hizo sino refrendar la capacidad de esta pareja para crear episodios nunca antes vistos en pantalla, siendo francamente sorprendente contemplar la modernidad que sustenta la estructura cinematográfica de sus primerizas obras de los años 10 y 20 del siglo pasado. Con Griffith, por tanto, murió el cine primitivo de los Méliès y Segundo de Chomón, alcanzando un escalón superior que eliminaría esa inocencia mágica que absorbía el cine de estos fundadores.
De entre su inabarcable filmografía me gustaría rescatar un cortometraje muy relevante. Y es que La matanza no solo se eleva como una melodía bellísima desde el punto de vista formal y conceptual, encaramándose como una de las cintas más hermosas de los orígenes del cine en cuanto a su envoltorio visual, sino que asimismo para los amantes del western algunas de sus imágenes resultarán ciertamente familiares y emblemáticas, siendo por tanto ésta una partitura que sería remodelada al gusto de sus respectivos directores de orquesta partiendo del embalaje original creado por el tándem Griffith/Bitzer.
El cortometraje contiene todos los ingredientes que hicieron grande al maestro. En primer lugar un relato que sitúa su atención en el far west americano como símbolo de esa violencia y odio que acompañarían la creación de los EEUU como nación. Aquí el racismo no se siente en la superficie pero sí en la intimidad de la trama. El corto narrará un episodio acontecido durante la conquista del Oeste por parte del hombre blanco frente a los nativos americanos, seguramente deformado por la mente privilegiada del autor de Las dos tormentas para amoldarlo a sus pretensiones artísticas. En segundo, la película cuenta con el aporte pictórico de Bitzer, el cual incluyó algunas tomas portentosas y pioneras como esos planos cenitales, captados desde las alturas, de los dos salvajes asaltos tanto al poblado indio como la emboscada que éstos infringirán a una caravana de colonos, y que recuerdan a esta misma técnica empleada por maestros del western como Ford, Hawks, Leone, Wellman o Daves, o también ese primer plano del recién nacido (una de las señas de identidad de la pareja, o quien no recuerda a esos niños de Intolerancia) e igualmente esos sublimes planos fijos que encapsulaban sin necesidad de ningún tipo de desplazamiento todos los elementos precisos para narrar sin la inyección de diálogos. En tercero, por la violencia enfermiza que desprenden las imágenes del film, unas estampas brutales y terriblemente broncas y bestias donde no cabe ningún tipo de censura, apareciendo así como una de las primeras películas en las que la violencia y el arrebato humano fueron mostrados con total serenidad y frialdad. Finalmente, la película se beneficia de un montaje trepidante que confiere a su arquitectura un ritmo muy moderno y entretenido de modo que cada capítulo servirá para hacer avanzar hacia adelante un corto que pasa ante nuestros ojos como un suspiro.
La matanza se abre mostrando a un scout pretendiendo conquistar el amor de una joven que tímidamente se encuentra bañando sus pies en las orillas de un arroyo. Sin embargo, nuestro aventurero será rechazado por la mujer, ya que ésta en realidad está enamorada de un apuesto abogado. Este hecho provocará que el rehusado pretendiente decida ingresar en el ejército como guía en el lejano oeste participando en primera persona en el asalto y masacre de un asentamiento indio. Pero durante la refriega, el jefe del campamento logrará huir tomando un par de rifles en su escapada con objeto de planificar su venganza en contra del hombre blanco.
Acto seguido la cámara retornará al oeste mostrando la llegada del matrimonio formado por el joven abogado y la mujer que rechazó al guía protagonista del relato, quienes formarán parte de una caravana que cruzará las desconocidas tierras del oeste americano. La ruta será emprendida por la mujer y su retoño en compañía de una serie de pintorescos personajes entre los que observaremos a un predicador, a un vendedor de elixir y a un pícaro tahúr, todas ellas emblemáticas figuras de un buen western que se precie. Pero en medio de una explanada, mientras los viajeros estaban descansando, una partida de indios capitaneada por el jefe cuyo poblado fue masacrado por el ejército tenderá una mortal emboscada que tratará de ser repelida tanto por los guardianes como los colonos, los cuales formarán un círculo de muerte donde irán cayendo como moscas sus moradores ante el asedio indio. Nuestro guía intentará proteger a su antigua enamorada y su retoño sacrificando su vida para salvar a la dueña de su corazón.
Todo lo comentado señala La matanza como una obra precursora y llamativa. Desde el punto de vista conceptual sus planos cenitales y su montaje la elevan a los altares de la técnica moderna. Asimismo la utilización de una violencia extrema y aguerrida que la encaraman como un hito del western de aventuras. En este sentido las dos secuencias de asalto y emboscada tanto al poblado indio como a la caravana de colonos son sencillamente magistrales y sobresalientes. Las mismas recuerdan a los capítulos incluidos en obras tan destacadas como Murieron con las botas puestas, Río Rojo, Ford Bravo, Centauros del desierto y especialmente Wagon Master de John Ford, obra que parece una especie de remake con algo más de pimienta desde el punto de vista argumental de la cinta de Griffith (conocido es que Ford contaba a Griffith como su principal mentor cinematográfico). También viene a mi memoria la obra muda El último mohicano de Clarence Brown, otro western precursor en cuanto a la estilización de la violencia como embalaje narrativo que sin duda contó como referente con este cortometraje de los primeros pasos del celuloide.
Para el recuerdo también ese plano bucólico que abre el film en el que en dos parajes tan diferentes como el interior de una casa y las cercanías de un río se unen en un conglomerado merced a un montaje paralelo grandioso y la admirable fotografía de Bitzer quien brindó todo un recital haciendo gala de un repertorio que no poseía ningún poeta de la imagen de su generación. La suma de todo lo comentado convierte La matanza en una cinta tan hermosa como incómoda, repleta de imágenes poéticas que se graban en el alma, siendo esa matanza a la que alude el título un broche glorioso que sirve como plataforma para lanzar una metáfora de la delgada línea que separa la muerte del origen de la vida, así como de la violencia del nacimiento de una nación.
Todo modo de amor al cine.