Bangladesh, Irak, Kenia, México, Macedonia, Hungría, Serbia, Jordania, Israel, Palestina, Grecia, Italia, Argelia, Siria, Turquía, Egipo, Paquistán, Malasia, Afganistán…
De entre estos nombres hay países donde la gente llega y se va. Atrás no pueden volver, hacia adelante no hay puertas. Personas mueren en su pueblo, otras en el exilio y a los que sobreviven, Ai Weiwei, director de Human Flow y reconocido artista contemporáneo, se preocupa por mostrarlos en el limbo donde esperan, todos y cada uno de los campos de refugiados que la película filma con cuidado y distancia.
Más de 65 millones de personas en todo el mundo tienen que huir de sus casas, de sus pueblos, regiones y países para poder sobrevivir e intentar encontrar algún lugar donde se respeten sus derechos principales. Ai Weiwei se centra en mostrar una amplia retrospectiva por muchas de estas cárceles disfrazadas donde los derechos quedan reducidos a la espera de una oportunidad.
La puesta en escena se aventura, de forma más bien confusa, a retratar los territorios y las personas que malviven en ellos a partir de una combinación de material filmado con diferentes formatos de vídeo: del móvil a las imágenes con dron de gran impacto visual, creadas mediante planos picados en cámara lenta o rápida, para así mostrar la inmensidad de estos campos y la cantidad de vidas humanas que parecen afectadas.
Estas imágenes, de una belleza formal imponente, son la antítesis de la situación de horror que se vive. Filmadas desde la distancia, enlazan poéticamente los diferentes fragmentos que componen el documental.
Junto a esa sublimidad formal, el documental, más preocupado por ser respetuoso y concorde a los datos y las cifras, se aleja de las personas y no ofrece autenticidad, sino una frialdad constante. Esta decisión creativa por parte del director, conocido por sus vídeo-instalaciones y su dureza contra el régimen chino, resulta mejor no criticarla, más bien citarla como una elección interesante.
¿Nosotros, gente de techo que vive generalmente de forma cómoda, podemos llegar a empatizar con ellos cuando no hemos asistido nunca a una situación parecida? ¿Es moralmente correcto? Por otra parte, pero también relacionado: ¿Una cifra o unas imágenes imponentes nos acercan a la autenticidad, o simplemente a una realidad que se nos muestra distante?
A la vez, Ai Weiwei figura la situación sin manipular los sentimientos, solamente removiendo las conciencias con datos e imágenes que los ilustran.
La acumulación de datos, noticias periodísticas e imágenes, sin ofrecer un punto de vista personal acercan el film más hacia el terreno del correcto reportaje informativo a través de la palabra escrita y el informe de actualidad, que a un documental creativo.
Es también curiosa la aparición constante del director durante el film. Resulta evidente que es un viaje realizado por él mismo, pero no está narrado como tal, y sus intervenciones son en cambio esporádicas. La decisión de Ai Weiwei de aparecer y desaparecer en pantalla sin ninguna justificación da resultado a una tesis fílmica formulada a partir de dos caminos opuestos: podría haber sido un film con mayor involucración personal, narrado en primera persona, o un documental objetivo que evita su presencia en el plano. Pero el film se desestabiliza entre los dos produciendo en mí una sensación de cansancio y desorientación al terminar la proyección debido al continuo bombardeo de imágenes, información y posibles narrativas.