Había un tonto en las filas intermedias en el pasado Sitges, un tonto que arrancó a aplaudir a lo loco una vez finalizó la proyección de Tulpa. El director, Federico Zampaglione, unas filas más adelante, se incorporó en, se volvió e hizo un gesto como preguntando «¿Eso es que te la has gozado, no?».
El tonto era yo. En el descanso (estábamos en un maratón) pude acercarme a Zampaglione para felicitarle por su película y chapurrear un poco sobre ella. Me habló de la influencia de, cómo no, Argento y Fulci en esta obra suya. Dijo que ya era hora de hacer un ‹giallo›. Hablamos de cómo Amer (presentada también en Sitges unos años atrás) es un experimento que bebe del amarillo subgénero, pero tiene más de experimento que de ‹giallo›.
Estaba entusiasmado con esta película. Quiero dejar claro que en ningún caso pienso que Tulpa sea una obra maestra, pero da con creces lo que muchos espectadores estamos buscando: el regreso del ‹giallo›. Quiero decir, no espero (¡ni deseo!) que de repente todos los estrenos de terror estén llenos de guantes de cuero y llamadas de teléfono inquietantes. Quiero, y creo que no soy el único, que el ‹giallo› vuelva como vuelve el western: con producciones puntuales que nos sorprenden o por lo menos son disfrutables.
Lo de “estaba entusiasmado” es porque leer críticas de la película fue un jarro de agua fría. Personalmente la película no me hizo gracia (aunque tiene momentos que se pueden considerar algo cómicos) y todo lo que leí calificaba Tulpa de película para echarse unas risas… en el mejor de los casos.
La historia la escriben los vencedores y en el ‹giallo› ha sido así. Cuando pensamos en ‹giallo› muchas veces nos vienen a la cabeza las luces de colorines, la música electrónica desfasada y las muchachitas huyendo de un asesino creativo en su trabajo. Éste es el ‹giallo› de Argento, que no es poco ni malo. Pero el subgénero suele tener, también, tramas sórdidas en las que hay un móvil para el asesinato. Herencias, chantajes, infidelidad… elementos narrativos presentes las mayor parte de las veces. Y por supuesto rebuscadísimas (y en muchas ocasiones tramposas) tramas con falsos culpables, misterios que parecían estar resueltos…
En este caso, Zampaglione ambienta en la zona bursátil de Roma. La protagonista es Claudia Gerini, mujer del director. Lucha por un ascenso en su oficina (por supuesto sus competidores empiezan a sufrir horribles muertes) y por las noches se dirige al libertino club “Tulpa”, dedicado al sexo entre extraños. El club “Tulpa” está regido por un misteriosísimo gurú tibetano, Nuot Arquint, actor de físico indescriptible e impactante, genial en su papel, pidiéndole a la protagonista que libere su tulpa. Él proporciona los momentos tan inquietantes que podrían considerarse cómicos.
Zampaglione recupera sin miedo al asesino vestido completamente de negro, sombrero y cara tapada, y, como no, sus famosos guantes de cuero. También las muertes sádicas y retorcidas, que darán al espectador su justa ración de emociones fuertes. El club “Tulpa” nos dará las escenas de sexo, rodadas con mucho acierto y clase. Todos estos elementos confabulan para crear un ‹giallo› de corte clásico ambientado en la actualidad. Si tuviera que nombrar una influencia de los grandes del subgénero, hablaría de Sergio Martino mucho antes que de Argento o el tosco pero genial Fulci. Martino retrató los ambientes de sordidez de las clases altas y Tulpa se acerca mucho más a eso que a cualquier otra cosa.
No tengo ningún “pero” para esta película. Es un buen ‹giallo› y cumple todas sus funciones. Es cierto que en él no hay nada novedoso ni verdaderamente genial, pero Tulpa tiene todos los ingredientes para pasar un buen rato. No está bien decir estas cosas, pero mis acompañantes disfrutaron con Tulpa. Y entre ellos había personas que prefieren un acercamiento más intelectual al cine, amantes de la casquería y un servidor, un simple amante de los ‹gialli›. ¡Ojalá vengan más! ¡Así de sexys y así de perversos!