Se apagan las luces, aparece en la pantalla un mensaje que anuncia que tengamos cuidado porque determinadas imágenes pueden producir ataques epilépticos y yo digo: «Joder, ya está el típico director que intenta camuflar mediante el efecto su falta de talento. Llévatelo todo pero a mí déjame en paz ¡No me hagas daño!». Dejo los prejuicios a un lado, más cuando se trata de un director cuya carrera me interesa, y fijo la atención en las primeras imágenes de Thelma, última obra del danés Joachim Tier que lo petó en la pasada edición del Festival de Sitges. Juzgando ahora desde la experiencia, me doy cuenta de que todo apunta a que se trata de otro de esos productos absolutamente mainstream que se esconden bajo una capa de esteticismo grasiento que suele servir de anzuelo para ese público vampírico —que suele estar compuesto por estudiantes actuales de Comunicación Audiovisual en su mayoría, es decir, por una plaga a la que no le interesa el cine en absoluto, aunque no lo sepan todavía—, a que este artificio no es otra cosa que una de esas películas que yo llamo “películas Sundance”. Pero me gusta, me camela esta Thelma que me demuestra ser un personaje puramente radical que se desenvuelve en el mundo en ese justo medio que supone el ir a tu puta bola pero caerle bien a todo el mundo 1. Y es que Joachim Trier nos presenta a una chica que, siendo consciente de que tiene superpoderes, desea a una compañera que le presta algo de atención. Comienza entonces una relación que, pese a estar construida a partir del encontronazo de dos cuerpos que resultan ser opuestos complementarios, se caracteriza por una ausencia total y absoluta de moral alguna: es decir, que Thelma se quiere petar a Anja, aunque eso suponga un terremoto, consecuencia de la canalización de la emoción contradictoria —querer follarse a Anja pero no querer al mismo tiempo por las creencias arraigadas— por la vía de la manifestación incontrolada de sus poderes, que la devaste.
Fus Fus
Bra bra bra put put
Comienza el serial de fogonazos, me mareo y en estado de trance fantaseo con tocarle la rodilla al crítico del ABC que tengo al lado mientras le digo entre susurros:
I love you.
Pero Thelma, que dedica gran parte de su metraje a ese juego simple entre chica que descubre su homosexualidad y familia de principios férreos y de mirada corta que no la acepta, va más allá de esa metáfora que representa el repudio de un hijo por tener poderes o cualidades que avergonzarían a sus padres delante de la gente mientras oculta la realidad del sentimiento de extrañeza y de rechazo del adolescente como consecuencia de la no aceptación de sus tendencias sexuales “al margen”, para convertirse en un fiero ataque a la idea extendida de familia. Y es que Joachim Trier termina por dejar de lado esa historia de pasión y de tensión sexual incontrolada de final de Instituto y comienzo de Universidad para dirigir toda su rabia hacia la institución familiar tradicional como culpable de todos los males. Es en este sentido que el director de El amor es más fuerte que las bombas (2015) recurre con Thelma a una dialéctica muy básica, que va de la elección de los cuerpos completamente opuestos de las dos participantes en la relación al enfrentamiento entre representantes de valores clericales y defensores de la libertad de elección sexual, para dar un paso más allá con ese arremeter frío y sádico contra el núcleo eternamente respetado que es la micro-sociedad jerarquizada llamada familia y que, más que por el mero motivo de atacarla, bien sea por rabia o bien para buscar la solución en otro tipo de agrupaciones, sorprende por el hecho de representar el golpe como rito sacrificial, donde la eliminación del chivo expiatorio (familia) que disuelve las tensiones termina por dejar al individuo que ejecuta el sacrificio a su propia suerte mientras, cruzando la plaza, es observado por esa cámara-Dios que siempre mira desde arriba.
1 Admiro a ese tipo de gente.