Maddalena es una mujer que trabaja en el burdel de una gran ciudad. Uno de los clientes habituales del local, el señor Giovanni, le propone a la dueña que convenza a la chica de ir al pueblo en el que vive, para representar el papel de la Virgen María que celebra la procesión del Viernes Santo. La joven acepta la oferta y desde ese momento una serie de cambios sucederán en la sociedad civil, clerical e incluso caciquil de la localidad.
María Magdalena es uno de los personajes bíblicos que más controversias ha originado entre los católicos, historiadores o personas anticlericales, ya sean practicantes o no. A veces por su condición de mujer salvada por Jesucristo de la lapidación. Según diversas interpretaciones por ser lo más parecido a un amor terrenal del mesías. Suele presentarse como un rol secundario en films como El evangelio según San Mateo, en el que es conocida como María de Bethania. Tal vez sus retratos más interesantes sean los de propuestas, distintas en sus géneros pero coincidentes en su valentía, como son las de La última tentación de Cristo y Jesucristo Superstar. Sin embargo es un personaje al que se otorga siempre una condición accesoria en la trama, salvo casos aislados como una película de 2018 protagonizada por ella y un telefilme anterior. Es evidente que con un catálogo de santos, apóstoles y muchos más caracteres, tan amplio como el de la Biblia en cualquiera de sus testamentos y evangelios apócrifos, la elección de personajes se muestre inabarcable en ocasiones. También es cierto que los femeninos son olvidados con mucha más facilidad e injusticia que los masculinos. Así que Magdalena de Augusto Genina es una buena ocasión para reparar este y otros signos de indiferencia que comete el tiempo y el olvido.
El punto de partida resulta propio de un vodevil en el que se refleja el encuentro del visitante asiduo mientras charla entre burlas con la madame del salón. La primera imagen de Magdalena cuando se despierta responde a la imagen de una dama bien situada. El cambio se produce durante el desarrollo del film, cuando se desplaza al pueblo. El tratamiento lumínico de Magdalena, siempre brillante, vestida con ropa clara en contraste con las prendas de luto que llevan los habitantes del lugar, sitúa a la actriz como una mancha de colores vivos en un lienzo emborronado por la oscuridad, una negrura que amplifican las conductas atávicas de los lugareños, faltos de hospitalidad en el caso de las mujeres, lujuriosos ante la hermosura de Magdalena en las acciones de los hombres. Ante tal cantidad de salvajismo provinciano que coincide con el de numerosos países europeos mediterráneos, en los años cincuenta del siglo veinte, permanecen como faros de la integridad el párroco del pueblo y un hombre soñador que se enamora de la recién llegada. Ese tono amable, también cómico en algunas escenas, da paso a una radiografía social de las tradiciones regionales de esas zonas alejadas de la capital, un repaso a la crónica negra de Italia en el guión. Así que la película se convierte en un melodrama folletinesco en alguna secuencia —melodrama de aliento clásico en cualquier caso— que desemboca en un tercer acto de marcada progresión trágica y un final sorprendente.
El director, Augusto Genina, es uno de esos profesionales famosos en su época, totalmente desterrados de la nuestra. Con una trayectoria de casi un centenar de películas de las cuales solo veintidós fueron sonoras. La mayor parte de sus largometrajes se produjeron en el cine mudo, es decir, que más de setenta films permanecen ocultos en la base del iceberg que completa su filmografía. Aunque quizás su nombre se recuerda más por Sin novedad en el Alcázar, coproducción italo-hispana que trataba un episodio de la Guerra Civil española. Magdalena es el penúltimo trabajo del director, tal vez uno de los más favorecidos por que estuvo seleccionado en la edición del Festival de Cannes del año 1954, largo que hoy solo es conocido por su copia en blanco y negro, sin el proceso technicolor con el que fue estrenado en las salas. El cineasta demuestra su larga experiencia por el uso de todos los recursos expresivos de la cámara, con las panorámicas que relacionan conversaciones entre diversos personajes. Los desplazamientos que siguen a las acciones y trayectos de aquellos. Las escalas de encuadres entre planos medios y generales de la turba que sigue a la protagonista con la intención de lincharla, en alternancia con puntos de vista desde las alturas —casi en aplomo— que dramatizan más el peligro. Otros puntos de vista enmarcados por puertas como el cliente mirón, dentro del burdel, que observa a las prostitutas. O secuencias magníficas entre las que destaca la de la supuesta aparición milagrosa de la Virgen ante una mujer que se halla rezando allí, una escena que explica muy bien la realidad de lo que sucede, en contraste del deseo de la beata. Además destaca el largo flashback, tal vez algo forzado, en el que Magdalena explica sus razones por las que dejó de creer en la religión tras la pérdida de su hija, una secuencia que bordea el culebrón desaforado pero consigue salvar las formas.
Por supuesto que lo más injusto en esta reseña sería dejar de mencionar a Marta Törne, artista de origen sueco, fallecida muy joven, a los treinta años, con más de veinte films, algunos conocidos como Siroco, Casbah o Contraespionaje. La actriz demostró su capacidad para centrar todo el interés del plano en ella por su gestualidad, carisma, contención dramática y la mirada. Aquí con la complicidad plena del director que le da un papel presente en casi todo el metraje, catalizador de todas las acciones, de carácter feminista e independiente, dentro de un entorno adverso y opresor motivado por unas tradiciones ancestrales que favorecen a los poderosos frente al pueblo llano, que se mueven por el rumor antes que la certeza. Tal vez lo mismo que sucede ahora con el mundo tangible frente al virtual.