Desde que debutase con West Beirut en la Quincena de realizadores de Cannes —donde recibiría uno de tantos galardones que el libanés cosechó con su ópera prima—, Ziad Doueiri ha explorado durante su carrera los conflictos que bordean su país en Oriente Medio tanto desde un cariz más socio-político como ciertamente humano, cercano. Es la dimensión que otorga a sus personajes —presente en esa búsqueda de respuestas que acomete Amin, protagonista de El atentado, o ciertas situaciones acontecidas entre Yasser y Toni, personajes centrales de El insulto—, la encargada de exponer un debate político sin huir de las consecuencias humanas. Algo que, por otro lado, sostiene cierta lógica al encontrarnos ante un problema que afecta directamente al devenir del pueblo de un modo tangible.
La confrontación que ha ido articulando Doueiri a través de su cine mediante los escollos y diferencias que alimentan las barreras ya no físicas, también culturales, entre esos países, no ha obtenido siempre un reflejo de la misma magnitud. Lila dice, su segundo largometraje, parte de una visión pormenorizada acerca del muro cultural sostenido por el cineasta al explorar los conflictos que se han dado cita en su obra. Una de las causas de esa distancia tomada en Lila dice bien la podríamos encontrar en que supuso su primer y único trabajo hasta la fecha ambientado fuera de Oriente Medio; no obstante, y sin la presencia de la disputa entre los estados de Israel y Palestina —así como otros asentamientos de origen árabe—, sí encontramos una mirada acerca de la vida árabe fuera de su territorio, en un país lejano —en cierta medida— a la particular condición de su mundo.
En ese contexto, Doueiri nos presenta a Chimo, un joven de procedencia árabe cuya circunstancia queda descrita en una primera pero certera escena con off: desacostumbrado a la escritura, ajeno a la lectura de la misma y exponiendo sus pensamientos en un cuaderno robado, la situación social del protagonista pronto toma forma. Tras esos párrafos, Chimo nos lleva al objeto de su obsesión: una muchacha de tez lechosa, rubia y ojos azules quien, con palabras seductoras y provocativas, describe una naturaleza distante a cualquier tipo de concepción habida. «¿Por qué me habla así?», se pregunta Chimo, y lo cierto es que el carácter esquivo y libre de Lila no arroja respuesta alguna: ella simplemente actúa de modo desenvuelto, sin ataduras, huyendo de cualquier catadura moral y fijando un ritmo conveniente, lejos de necesidades o disposiciones de ningún tipo.
Un par de encuentros servirán a Lila para atrapar a Chimo en una red de la que parece difícil escapar, y no sólo por el componente sexual que emanan las conversas que entabla en todo momento ella, también por el fascinante y liberador espejo que supone la protagonista de una realidad a la que el joven no se había enfrentado hasta ahora. Doueiri intensifica ese magnetismo que desprenden las acciones y palabras de una espectacular Vahina Giocante —que, sencillamente, parece nacida para el papel— a través de su óptica, la cual con movimientos envolventes va dando forma a una figura cuyas miradas a cámara, por más que lo parezcan, no forman sólo parte única del plano subjetivo al que se acoge el cineasta, y guardan una relación directa con la personalidad de Lila.
En un momento dado, Lila afirma que los hombres no entienden los movimientos de la naturaleza, que las mujeres son diferentes, reforzando así una propiedad que tiene mucho que ver con ese espíritu libre que prodiga. Lila, pues, va más allá de cualquier convención, y derroca tabúes en su modo de articular un discurso acerca del amor y el sexo que no comprende de normas, y que deja constantemente a Chimo descolocado, sin saber como reaccionar.
A través del personaje femenino, Doueiri realiza de ese modo una disertación acerca de la sociedad encorsetada en la que vivimos —lejos de la respuesta, aunque perpleja, afectiva de Chimo, encontramos la de uno de sus compañeros, que caerá pronto en consideraciones baldías sobre Lila—, y lo hace con un film que si bien se decanta por un atípico terreno en torno a la relación establecida por sus protagonistas, lo hace con una sencillez que mide en todo momento sus propiedades, sintiéndose así, como su propia protagonista, tan libre como poco sujeto a preceptos; un film que encuentra en la desafiante mirada de Lila la idiosincrasia de un relato que sabe exponer en todo momento una condición donde el amor se expresa con una naturalidad de lo más palpable.
Larga vida a la nueva carne.