Resulta cuanto menos paradójico que una cinta como Perdido precisamente y de forma involuntaria se haga un hueco en la cartelera este fin de semana después de otra de esas crónicas negras que de tanto en tanto salpican el devenir de un lugar y de la sociedad. Un hecho que bien podría ser un arma de doble filo, pero que sin embargo encuentra en el film de Christian Carion cualquier cosa menos una respuesta genérica a la compleja situación retratada. Una situación delicada, sensible, que el autor de El caso Farewell bien pronto dirige al terreno que desea mediante una escenificación clara y concisa que toma cuerpo en la figura de Guillaume Canet.
Así, y si bien en los primeros compases y a través de dos personajes —los protagonistas, interpretados por Mélanie Laurent y el citado Canet— que se concretan en un terreno netamente dramático —donde los motivos, conflictos y sensaciones de cada uno se hacen patentes— que se dirige hacia lo íntimo para confirmar lo familiar como una acepción desde la que desarrollar ese suceso desencadenante —la desaparición del hijo—, pronto el cineasta galo deja atrás lo descrito hasta el momento y nos pone en la tesitura de un padre al que no parecen importar las consecuencias y hará todo lo posible por llegar al fondo del asunto. O, dicho en otras palabras, se nos sumerge en un ejercicio que rememora esos thrillers de venganza ochenteros protagonizados por Charles Bronson —ahora tan en boga por la virtud (?) de un Liam Neeson que no deja de protagonizar fotocopia tras fotocopia en los últimos años— y que pone en la piel de Canet un héroe a la altura de las circunstancias cuyas pocas contemplaciones sin lugar a dudas sostienen un film que sencillamente se deja llevar.
Si bien es cierto que ante la repentina puesta en escena que nos traslada a un thriller desatado que no confiere tregua alguna, todo lo desarrollado hasta el momento queda en nada y el dibujo de ciertos personajes —el interpretado por Olivier de Benoist es ciertamente desconcertante— se convierte en una mera caricatura, es cuanto menos defendible desde la perspectiva de un film que a partir de ese instante hasta su conclusión emana un ritmo frenético, que no permite al espectador distracción alguna ante el despliegue realizado por el protagonista y sus particulares dotes de investigación.
Carion refuerza todo esto mediante secuencias en las cuales, como sucedía con los títulos protagonizados por Bronson, cualquier línea moral se difumina en pos de una violencia desbocada que mide en todo momento la temperatura de una cinta a la que quizá le hubiese venido mejor un final más explosivo, y no tantas concesiones de cara a la galería que sí, terminan conectando con esas líneas perfiladas al inicio de Perdido, pero rebajan el tono e intenciones de un modo un tanto abrupto.
No hay que intentar encontrar, pues, verosimilitud alguna en un ejercicio que desde el momento en el que se empieza a entregar al delirio, despeja cualquier duda que se hubiese podido tener acerca de la naturaleza de Perdido, y otorga precisamente algo en consonancia con los movimientos ejecutados por su protagonista, que termina fuera de sí e incluso retoza con un sentido del ridículo que no le viene nada mal al trabajo de Carion. Con todo, quizá Perdido no sea lo esperado ni otorgue motivaciones suficientes ante un tema como el propuesto, pero no se le pueden negar en ningún momento una falta de complejos que terminan por devenir en un vehículo tan (involuntariamente) divertido como disfrutable, además de consagrar a Canet como uno de los grandes actores del «truchismo» francés.
Larga vida a la nueva carne.