En cierto modo es inevitable en el visionado de Lucky interpretarlo como el testamento fílmico de Harry Dean Stanton. Al fin y al cabo el luctuoso deceso del actor al acabar la película pone en relación el triste evento con los temas tratados en el film. Sin embargo esta relación no deja de suponer una forma de reduccionismo que no hace justicia a lo que Lucky nos cuenta. Entre otras cosas porque no estamos ante un réquiem ni ante un panegírico lastimero donde se contemple a la muerte como algo doloroso y propicio para el coro de plañideras de turno. No, precisamente si por algo se caracteriza el film de John Carroll Lynch es de hacer gala y elogio del vitalismo. Sui generis, eso sí.
Lucky no es un retrato de la vejez como momento de tristeza y de soledad. Como bien dice su protagonista no es lo mismo estar solo que sentirse solo («It’s not the same being alone tan being lonely») y precisamente de diferencias, de matices, de tránsitos y recuerdos es a lo que se nos invita a reflexionar. Desde la semántica de un crucigrama o desde los diálogos en ‹petit comité› Lucky transmite toda una gama de sentimientos, pensamientos y acciones que nos conducen hacia una filosofía distanciada, analítica y, al mismo tiempo, cálida de lo que es ese periodo llamado vida.
No sabemos a ciencia cierta si estamos ante un estoico, un cínico o un idealista quijotesco, pero lo que si queda claro es que Lucky (personaje y film) consigue transmitir una paz contagiosa, una filosofía expuesta desde el susurro, desde el gesto mínimo, desde un contexto de apariencia desolada pero que en realidad no es más que una tabula rasa donde absolutamente todo es posible, dibujable.
Un lugar que parece un cruce de caminos donde se citan la amabilidad, el exilio autoimpuesto, la rutina cómoda y la fantasia alocada de carácter Lynchiano. Un lugar, en definitiva, con sus puertas de escape, pero cuyo limbo paisajístico y temporal invitan a establecerse y a dialogar con sus personajes, sus paisajes infinitos y sus definiciones de lo terrenal, lo espiritual, lo eterno y lo pasajero.
El realismo es una cosa, afirmación, pregunta y finalmente sentencia. Sí, el realismo es una cosa definible y en Lucky se configura como algo palpable, duro pero paradójicamente indoloro. El realismo consiste en tratar la vejez no como última etapa de resentimientos o lloriqueos seniles sino como otra etapa más de tránsito, una última frontera crepuscular hacia donde dirigirse y cuyo otro lado aunque desconocido no se debe temer. Sí, Lucky ofrece un retrato reflexivo, con un punto de humor desencantado, sobre lo que significa la senectud y cómo afrontarla. Un film que rima con Una historia verdadera de David Lynch alejándose de la artificialidad de maquillajes y sentimentalismos Hollywodienses. Lucky es, en definitiva, una ranchera, es Harry Dean Stanton cantando Volver con la certeza de que no necesita hacerla porque en realidad Lucky nunca estuvo del todo ahí pero tampoco se marchó del todo.