La guerra siempre ha devenido un atolladero cuyas consecuencias han coleado mucho tiempo después de poner punto y final a cualquier conflicto. No hablamos solamente de un plano material o sentimental en el sentido de lamentar una pérdida irremediable, también de ese recoveco emocional ligado a ciertas decisiones tomadas por un motivo o por otro, pero en todo caso erróneas, que han terminado inculpando a una sociedad incapaz de afrontar determinados miedos y penurias sin señalar al de al lado. No es que Ferenc Török busque ni mucho menos evidenciar una situación que ante la presión del panorama bélico desatado en ese tipo de conflictos es complejo juzgar, sino más bien dirigirse a etapas pretéritas para hablarnos de esas cicatrices que dejaron contiendas como la Segunda Guerra Mundial —que es la que nos ocupa en 1945—, y de cómo la responsabilidad y el remordimiento hacían hincapié en una tesitura difícil de afrontar, que sin embargo el cineasta húngaro sostiene con algo más que alegatos baldíos o simples confrontaciones para desentrañar hasta dónde llegaron los percances de la guerra, y cómo a buen seguro condicionaron tanto a aquellos que la vivieron como a generaciones venideras. Para ello, Török nos sitúa en un pequeño pueblo de la Hungría de mediados de los 40, que percibirá una inesperada visita desembocando todo ello en un trastorno cuasi generalizado y un vaivén de rencillas pasadas y de un secretismo que parece ir a llevar en cualquier momento a lo inevitable.
Rodada en un elegante blanco y negro, 1945 no sólo demuestra tenacidad a la hora de enarbolar un film de complicado tejido dramático cuyo discurso se mantiene presente en todo momento con una sutileza que permite extraer no pocas lecturas, sino que lo hace asiendo un dispositivo formal que refuerza todo ese halo de susceptibilidades que desatará en el lugar al que dirige Török su mirada: la llegada de un carruaje portado por dos judíos ortodoxos. Una situación que dará inicio a una serie de conflictos internos debido a esas marcas —mediante sus actuaciones— que dejó tras de sí la Segunda Guerra Mundial.
Török enarbola pues una de esas cintas que se van cociendo a fuego lento, y que es tan capaz de instigar ciertos enfrentamientos que se nos van mostrando de puertas para adentro, como de imbuir en el propio escenario las suspicacias e incógnitas generadas por la llegada de ese carruaje —pasando de planos más abiertos a encuadres que, más allá de mostrarse más cerrados, también captan una especie de mirada subjetiva imperceptible, sólo sustentada por la presencia del espectador—.
El hervidero en que se va transformando de forma gradual 1945, no resulta clave únicamente para ir deslizando temas de lo más sugerentes, del mismo modo para desentrañar las disputas que se van sucediendo, y que se resuelven de forma dispar, pero siempre respetando un tono, una visión, que funciona acorde con aquellos asuntos que el cineasta desea afrontar.
El quinto largometraje de Török nos muestra un cine maduro, que sabe meditar y emplear sus imágenes, pero al mismo tiempo también salir airoso de un laberíntico trance de sentimientos enfrentados sin necesidad de suscitar una atmósfera cargada o un gran escenario propenso a un drama que siempre se desliza, pero cuya gravedad se sostiene en el ambiente con cierta atención, sin llegar a generar estallidos que rompan el carácter del film.
1945 es, de este modo, una mirada digna a esas consecuencias de las que hablaba en un principio, y un relato que encuentra en sus estampas el vigor necesario como para seguir hablando a través de ella sin necesidad de dialogar. Una de esas pequeñas gemas que conviene rescatar ni que sea por su radiografía distinta a una etapa con la que no pocos paises tuvieron que lidiar.
Larga vida a la nueva carne.