Lo habitual en los films que se adentran en el mundo de las bandas afroamericanas es situarnos en un contexto suburbial pero eminentemente urbano. Lugares fronterizos con la urbe como epítome de la civilización. Lugares por tanto que parecen los vertederos de la sociedad de consumo donde la pertenencia a una banda marca la diferencia entre sobrevivir o ser el despojo del despojo. Al fin y al cabo la pertenencia a estos grupos suele ponerse en valor no tanto por una inclinación criminal sino por puro instinto de supervivencia grupal: la manada como elemento cohesionador, como refuerzo de personalidad, como escape de la debilidad de la soledad.
Dayveon incide una vez más en estos temas, en la soledad desolada, en la dura supervivencia económica, en lo difícil que es el crecimiento con una familia desestructurada, asolada por la traumática muerte de una de sus miembros. La banda emerge pues como vía de escape, como lugar de encuentro donde la rabia y la frustración no solo pueden ser canalizadas sino que además son comprendidas, aceptadas, compartidas.
La novedad en el film del debutante Amman Abbasi es el traslado del conflicto de lo urbano a lo rural. Si antes hablábamos de lugares fronterizos aquí hablamos ya de la frontera de la frontera, un emplazamiento próximo al no-lugar donde los últimos vestigios de lo civilizado están al borde la naturaleza más salvaje. Un contexto donde incluso la situación de los miembros de las bandas es aún más precaria y que actúa como un reflejo degradante de las bandas urbanas.
En este sentido se aprecia una más que correcta puesta en escena y definición de los personajes pero, y aquí radica el principal problema del film, no se va mucho más allá de un conjunto de arquetipos ya vistos en multitud de ocasiones. La sensación que produce Dayveon es el de film que, al igual que su protagonista, no encuentra el rumbo y que continuamente desaprovecha, en pos de su zona de confort argumental, todas las posibilidades que se le presentan de realizar algo más arriesgado o como mínimo novedoso.
Desde el confuso uso de la estructura formal hasta el empleo de metáforas o bien pueriles o bien del todo incomprensibles, el film se mueve entre el subrayado y el trazo grueso pasando por momentos líricos que, si bien están bellamente filmados, parecen simples intersticios más destinados a ejercer de recurso sentimental que cumplir una función solidificadora de la trama.
Algo no funciona correctamente cuando un metraje tan exiguo como el de Dayveon no consigue en ningún momento ser concreto y decide perderse en vericuetos argumentales que lejos de profundizar alejan más y más al espectador del núcleo de interés de la cinta. Por ello, aunque apreciable, estamos ante un film que opta, habiendo conseguido algo tan difícil como el trasvase de contextos, por jugar en la liga menor de los tópicos. Lástima pues que Abbasi haya abierto un abanico tan amplio de posibilidades para cerrarlo de un forma tan abrupta, tan convencional, tan poco arriesgado.