Puede resultar tremendamente injusto simplificar un film en un concepto. El reduccionismo siempre tiende a concentrar las valoraciones en función de algún aspecto formal en el que la película apuesta a todo o nada su credibilidad. Sin embargo hay casos como en el que nos ocupa, The Strange Ones, donde se hace palpable que sus directores Christopher Radcliff y Lauren Wolkstein sí han querido que su obra pivote esencialmente en el uso de un concepto estrictamente formal: la atmósfera.
Tanto en el plano de lo misterioso que impregna la primera parte del metraje hasta la deriva hacia lo natural (en referencia a su predilección por centrarse en una naturaleza abrupta, pero al borde lo civilizado) y lo abstracto de su desenlace, todo gira en función de la abstracción y la sugerencia. Con una estructura fragmentada, llena de elipsis y vacíos, se juega a dejar que sea lo contextual lo que motive ir un paso más allá, a rellenar los huecos que lo misterioso va dejando por el camino.
Hay la sensación, que acompaña a los personajes, de hallarnos ante una huida hacia adelante hasta la resolución de unos enigmas que, por desgracia, finalmente no resultan tan excitantes como se presumía de entrada. Cierto es que en lo que respecta al envoltorio, al uso del sonido y del montaje, se consigue dotar a la obra de una solidez, o como mínimo, de un magnetismo que impele a conocer que es lo que está pasando y como terminará todo. Pero ello resulta finalmente insuficiente ante lo diminuto de la resolución del dilema entre envoltorio y contenido.
Esta historia de violencia, de aparente amor fraternal y de posible abuso infantil se desenvuelve morosamente entre silencios y miradas, entre susurros y sonidos de una naturaleza salvaje que pretende ser refugio de paz y acaba convertida en trampa mortal y excusa alucinatoria, de trastienda onírica donde realidad y ficción se mezclan en la mente del protagonista.
Sin embargo ello se nos antoja algo que solo funciona en tanto que el misterio está encima de la mesa. En cuanto este se resuelve toda la ingeniería montada al respecto se diluye como un azucarillo consiguiendo además que, aquello que resultaba atrayente, acabe por resaltar como un recurso formal abusivo incluso molesto, cuando no con cierto aire a estructura de cortometraje alargado innecesariamente buscando un empaque que finalmente pierde en sus vericuetos finales.
Así pues The Strange Ones resulta un film cuya apuesta por lo fronterizo entre lo genérico y lo autoral, lo fragmentado y lo narrativo, lo onírico y lo físico acaba por situarse en una decepcionante tierra de nadie. Una propuesta que pretende ser arriesgada por vía de inmersión y giro final pero que acaba derivando en un mero y rutinario ejercicio de estilo más preocupado de su propio método que de llevarnos a un final coherente con el mismo. Sí, es el problema de fiarlo todo a una carta que crees ganadora cuando no sabes exactamente qué hacer con ella y, sobre todo, cuando es el momento oportuno para jugarla.