Contemporánea de George Méliès, los historiadores cinematográficos sitúan a Alice Guy como la primera directora que se atrevió a filmar una cinta de más de un minuto de duración con pretensiones de tejer una microhistoria de ficción titulada El hada de los repollos, pieza tan arcaica como encantadora tanto en sus formas como en sus intenciones. Sin embargo el nombre de Alice Guy fue desterrado durante muchos años de los manuales de cine, no siendo hasta hace pocos años cuando se la ha dedicado la importancia que merece.
Es cierto que las producciones de esta pionera del cine no cuentan con la magia y ostentación cósmica de las obras del autor de El viaje a la luna, si bien conservan un aura encantadora inherente a esa ilusión que cultivaban los genios que sembraron las primeras semillas del séptimo arte, hecho que propició que Guy tocara todos los palos posibles: desde comedias feministas con un marcado mensaje de denuncia reivindicativa; también cine fantástico donde no podían faltar esos trucos de magia marca de la casa; igualmente musicales de danzas serpentinas y tiernas coreografías de todos los rincones del mundo; pasando finalmente por dramas desgarradores o por la filmación de esas escenas cotidianas tan características de los orígenes del cine. Su filmografía destacó por ser precursora de un nuevo lenguaje que aspiraba a desmigajar los paradigmas que posteriormente sentarían las bases de la narrativa de ficción. Trabajó en su Francia natal trasladándose posteriormente a Estados Unidos donde realizó algunas de sus obras más logradas y recordadas (El americanizado, Falling Leaves, Algie the Miner y Matrimony’s Speed Limit).
Guy viajó por España a principios del siglo XX dejando huella de su paso por nuestro país en la fascinante Espagne, un cortometraje de diez minutos de duración del que existen un par de versiones que se pueden visualizar sin ningún problema en YouTube para gusto y disfrute de los enamorados de la prehistoria cinematográfica. Ambos documentos se dividen en dos segmentos. El primero consiste en una serie de magnéticos y soberbios planos circulares (Guy fue una de las primeras realizadoras en explotar las virtudes del dinamismo fotográfico) que retratan la vida cotidiana de principios de siglo del Madrid de Alfonso XIII. Con un ojo privilegiado Guy recorrerá los vértices de la Puerta del Sol con sus tranvías y anuncios incrustados en sus modernos edificios captando de forma improvisada la fauna que galopaba por sus calles allá por 1905, un grupo muy heterogéneo de figuras y poses (policías, señoritos ataviados con bombín, granujas con cara de pícaro, trabajadores de fabricas, tímidas señoritas repeinadas…) reflejando así la hipnosis que producía entre el gentío la simple presencia de una cámara en los alrededores de cualquier paraje.
El siguiente plano circular se trasladará al Paseo del Prado en su paso por la fuente de Cibeles. Otra escena para el recuerdo, pues para un madrileño como un servidor resulta increíble observar el discurrir de la vida cotidiana por este pulmón siempre colapsado de tráfico y gente prácticamente despoblado simplemente con la humilde presencia de un tranvía, un guardia de tráfico que regula el tránsito de los carruajes, unos señores paseando a sus perros que corretean alegremente por el pavimento sin obstáculos ni barreras y los coches de caballo que tenían el papel de los actuales taxis. Acto seguido Guy recorrerá con su foco el Palacio de Oriente y los arrabales y poblados chabolistas del Madrid más primitivo con sus chamizos y habitantes populares, captando de modo casual el paso de un paseo fúnebre.
Tras su paso por Madrid Guy arribará a Granada reproduciendo en otro maravilloso travelling circular La Alhambra (esta secuencia se eleva como importante porque en ella aparecerá la directora rodeada de unos chiquillos que parece quieren juguetear con la recién llegada). Este breve capítulo dará paso a continuación a la representación del Río Guadalquivir en Sevilla y del Monasterio de Montserrat en Barcelona en otros dos finos planos circulares dejando el terreno para la irrupción del segundo segmento del film. En una primera versión la película se cerrará con la filmación de unos bailes flamencos maravillosamente coreografiados por una enigmática mujer de etnia gitana entre las palmas y vítores de sus compañeros. Y en la segunda vislumbraremos a un grupo de bailarines danzando encapsulados en un plano fijo fotografiado a todo color en un típico patio andaluz disfrazados con unos extravagantes trajes de gitanilla ellas y de torero los actores que las acompañan para dar paso de seguido a otro baile: un zapateado muy bien ejecutado por su protagonista adornado por los ánimos de los palmeros que la escoltan.
Lejos de lo pintoresca que pueda resultar esta conclusión, Guy alcanzó con Espagne una de sus cumbres narrativas moldeando un documental diferente que supo captar el alma popular y cotidiana de los lugares dibujados por la inteligente mirada de su creadora. Pues nos hallamos ante un film bello, cautivador y poderoso que mantiene intacto todo su influjo narcótico para los sentidos. Un filme redondo, atemporal y maravilloso a la vez que entretenido y sorprendente. Una película que penetra en el folclore y en las tradiciones de esa España castellana y andaluza representante de los arquetipos que nos señalan de puertas afuera que resulta grandiosa por su especial estructura cinematográfica en el sentido de querer recorrer sin miedo los pasadizos que conforman el sendero de esa experimentación formal que apuesta en todo momento por el movimiento frente a lo estático, por lo natural frente a lo artificioso y por la belleza frente a lo vulgar. Sin duda un dulce que se saborea con todo el placer del mundo.
Todo modo de amor al cine.