Hablar sobre un documental como el Mapa de León Siminiani desde la posición de espectador casual, que simplemente se encuentra con la película y tiene como única referencia el hecho de que haya sido nominado a los Goya, no resulta tan complicado como, a priori, podría parecer en vista del material que Siminiani maneja, tras un periplo más largo de lo esperado en el terreno del cortometraje, en su ópera prima en largo. Y es que por autoral e, incluso, experimental (a regañadientes, siendo benévolos) que se pueda sentir, Mapa tiene la extraña virtud de resultar franco, de buenas a primeras, con el espectador; y si empleo precisamente ese adjetivo, el de extraña, es porque en particular y a lo largo del viaje, este debut en el terreno del documental termina sintiéndose más impostado y acogido a unas circunstancias de lo que debería.
No confundamos, de todos modos, el término impostado con un fingimiento que no se persona como tal debido a que la única “interpretación” presente en el film es la voz del propio Siminiani (que se resiste a mostrar su rostro hasta prácticamente el final de la obra), quien va narrando un periplo que le lleva a distintas fases partiendo de un desamor y una soledad que buscará combatir en un país lejano como la India.
A priori, la elección de ese país como catalizador de males y emociones podría no resultar discordante de no ser por un tono que, acompañado de atavíos en forma de referencias a la cultura popular (tanto musicales, como cinematográficas), termina dejando bajo sospecha a un Siminiani cuyo objetivo y reglas se comprenden, pero quizá en determinados momentos distan excesivamente de un objetivo tan simple y terrenal (aunque en el fondo azuzador desde su perspectiva más genérica) como el presentado por el cineasta vasco que, pese a alcanzar ciertos puntos de madurez de lo más interesantes e incluso tener algún destello donde la intensidad se apodera de la pantalla, nunca termina de encontrar un camino adecuado.
Probablemente todo ello se deba a una divagación que, como digo, nos acerca a un tema o unos sentimientos tangibles que lo vinculan como un ser humano de los que suelen verse retratados en el ideario “Herzogiano” (es decir, estúpido —sin ánimo de faltar al respeto, faltaría más—, caprichoso y hasta de lo más singular), pero a su misma vez transforman ese arbitrario comportamiento en algo que uno no termina de comprender si es verdaderamente una actuación espontánea o proviene de la mano de un medido guión, siendo esta última una sensación que se presenta en no pocas ocasiones.
De todos modos, conviene destacar que durante sus primeros compases, y pese a ese carácter que se pretende mostrar tan popular como ávido de experiencias, uno puede conectar en cierto grado con un relato que en realidad no nos es tan lejano, y en el que Siminiani nos logra implicar, en especial en el primer tramo de un film donde su búsqueda, la de una compañera, una liberación interna o dejar atrás una aflicción, poseen mayor poder de sugestión de lo que a priori podría parecer ante temas tan triviales para una mirada ajena.
También funciona en su introspección en el género, donde consigue que el distanciamiento entre protagonista y demás personajes mediante la cámara o su voluble narrativa consecuencia de una historia que en ocasiones incluso parece perdida en la cabeza de su propio creador, derriben las barreras o limitaciones formales del género para construir lo que en ocasiones es una fragmentación de todas esas inquietudes y pensamientos, y en otras una curiosa filia por interminables divagaciones que no parecen llevarnos a ningún lado pero, a su vez, están moldeando y manejando a su antojo las “convenciones” de un género que aquí no es siempre reconocible.
Estas últimas virtudes quizá quedan difuminadas si tenemos en cuenta que tan cerca de Mapa está una de las películas del año, La casa de Emak Bakia, que desgranaba con mejor fortuna esas barreras, y lo hacía a corazón abierto, sin necesidad de esconder sus pretensiones o maquillar un proceso que, no por ser presentado como tal, resultaba menos espontáneo y eficaz en la cinta del también debutante Oskar Alegría (de la que, por cierto, ojalá alguien se plantease su distribución).
En definitiva, Mapa constituye un experimento tan fallido como curioso al que, en ocasiones, parecen poderle esas ansias de autor que esconde, como tan pronto se muestra perdido en un reguero de reflexiones que bien podrían provenir de cualquier videobloguero. Ello, como es obvio, no supone una connotación negativa, pero si cierta indefinición, más que tonal, de direccionalidad de un discurso que nunca termina de encontrar un camino que se muestra excesivamente inestable en el devenir de un título que, por desgracia, no llega tan lejos como se podría haber esperado. De lo que no hay ninguna duda, es de que generará división de opiniones.
Larga vida a la nueva carne.
Si quieres ver los trabajos precedentes de Siminiani, están todos orenados y comisariados en http://www.margenes.org/
Sin duda una pretenciosa cinta ,sin el menor interes para el gran publico (sin el cual no hay negocio ni futruro), que no quieren que les calienten la cabeza con agonias de director de cine frustrado. Cine marginal, tambien denominado de autor, para autocomplaciencia de familiares y amigos del propio Siminiani. Dos fracasos consecutivos en los Goya, 2012 y 2013, deberian hacerle replantearse dejar de dirigir sus propias historias y ponerse en manos de una buena trama y guiona. Con mas de 40 años y siempre en su mismo estilo, creo que es tiempo suficiente para darse cuenta que sus premiados cortos no sustentan lo que el pretende, que es triunfar en el cine al modo Almodobar, vamos, creo yo…