El año pasado nos llegó un relato terrible sobre la situación a la que se enfrentaba el realizador iraní Jafar Panahi. En aquella película, o como inteligentemente la llamó, Esto no es una película, Panahi, encerrado en su casa, tenía intención de describir un guión que no pasó la censura iraní. Pero aquel día en la vida de Panahi iba más lejos, en Esto no es una película, el realizador mostraba todo su terror, el de un cineasta que volvía a su obra sin entender bien que había pasado para llegar a ese horrible punto. El miedo que se siente ante una represión que te obliga a estar arrestado en tu casa, a la amenaza de pasar un tiempo en la cárcel y sobre todo, la más terrible de todas, una amenaza que te prohíbe realizar tu trabajo. Esto no es una película, haciendo honor a su nombre, se convertía en un alegato por la libertad a la de expresión, a la incomprensión que puede sentir un artista viviendo en un régimen oprimido que quizá desde occidente nos parece muy lejano a día de hoy, pero que sigue minando la libertad del creador.
El acercamiento que hace Alison Klayman a la vida del creador, iconoclasta y disidente Ai Weiwei, contiene el mismo alegato que contenía la obra de Panahi. Pero a diferencia de en aquella, aquí es el propio gobierno chino el que manda el mensaje en mitad de la obra, de forma inconsciente, como si quieren informar al mundo de su atrocidad, cuando mientras se estaba rodando la película, hicieron desaparecer a Ai Weiwei durante 81 días, sin informar a nadie de su paradero y acusado de lo que supuestamente era una evasión de impuestos. La cámara, que ejerce como testigo excepcional de lo que está ocurriendo día a día, de cómo llega a aparecer esa situación, como si de una obra de ficción se tratase, registra la situación anterior a la desaparición, el terror que tiene que vivir Ai Weiwei y como esa situación no es fortuita. No hay mentira que el gobierno pueda sostener porque mientras ellos graban y vigilan cada movimiento de Ai Weiwei, el espectador está haciendo lo mismo.
Pero Klayman se acerca a Ai Weiwei mucho antes que eso, cuando la figura del artista chino empieza a tomar forma. Esto nos lleva a los juegos olímpicos de Pekín en 2008, dónde él fue elegido para diseñar el nido de pájaro y su nombre empezó a tener importancia. No es que Ai Weiwei abriera ahí los ojos. Klayman se encarga bien de mostrarnos la evolución del artista chino durante su juventud a través de piezas de metraje y entrevista, de cómo sobre todo su estancia de diez años en Nueva York le hizo crecer como artista y activista político. A partir de su importante repercusión social en la creación del nido de pájaro, Ai Weiwei aprovechara para dar su opinión de unos juegos olímpicos que considera un arma propagandística del gobierno chino. Pero lo que rizará el rizo será cuando se ponga a investigar las pérdidas de las vidas de niños en el terremoto de Shichuan, algo de lo que acusó directamente al gobierno por la mala calidad de las escuelas, y de lo que el gobierno se quiso desentender mientras que el artista investigaba para recopilar el nombre de todos los niños que perdieron la vida en tan desafortunado accidente, y dedicarles una última memoria, de manera global, colgada en Internet.
Ai Weiwei: Never Sorry, comienza con una conversación sobre gatos, en la que el artista chino habla de que de los 40 gatos que tiene hay uno que sabe abrir las puertas, y de cómo sin ver a ese gato, nunca hubiera creído que un gato puede abrir esas puertas. Ai Weiwei se presenta como ese gato, un artista que sabiendo las limitaciones de su país se atreve a abrir las puertas, unas puertas que además son más grandes gracias al privilegio que ofrecen las nuevas tecnologías. Pero en la que pese a todo, la extorsión de un gobierno acaba ganando, robando la libertad por completo, secuestrando, agrediendo hasta producir una conmoción cerebral y dónde el espectador asiste estupefacto a lo que las cámaras registran. Si Esto no es una película era un alegato sobre el terror que ejerce la falta de libertad, Ai Weiwei: Never Sorry es un relato en primera persona de cómo se quita la libertad de expresión y se merma la libertad del autor. Lo terrible de todo es que películas como éstas puedan seguir existiendo, pero mientras que estas situaciones existan, lo más que podemos alegrarnos es de que estos relatos aparezcan y le podamos poner la merecida etiqueta de: “película necesaria”.