Los biopics son la nueva atracción fílmica. Conocer al personaje histórico nos produce una gran satisfacción una vez han sido desgranadas todas sus obras (artísticas o vitales), y desde el Rey más despiadado al pintor más atormentado, cualquier opción seduce solo con escucharla. ¿Quién no se ha plantado frente a una escultura y ha imaginado las manos que han cincelado esas sinuosas curvas en el pétreo mármol? ¿Quién no se ha planteado cómo fueron las largas noches frente a una hoja en blanco para ese escritor tan famoso? ¿Batallas a espada? ¿Espumarajos dialécticos? ¿Bailes de salón?
La atracción fílmica ha llenado salas en los últimos tiempos casi cada semana, y en esta ocasión es uno de los grandes pensadores, uno de los padres del Manifiesto del Partido Comunista, Karl Marx, el personaje que ocupa el nuevo biopic de Raoul Peck, ese director al que todos relacionamos con el documental I Am Not Your Negro, y que siempre ha estado interesado en aquellos que defendieron unos ideales encaminados a dar voz a quienes la sociedad genérica da de lado en favor de sus propios intereses.
El problema de un biopic es que muchas veces la simple concepción de un personaje histórico no siempre nos produce la satisfacción esperada, hay una expectativa que interfiere en el buen funcionamiento de cualquier film, y humanizar a una figura respetada a través de sus escritos y del que se conocen detalles a través de la leyenda de su propio nombre, no siempre es fácil.
Y es un problema muy recurrente. Mientras veía El joven Karl Marx no pude evitar una sensación de déjà vú. Hace unos años quise saber sobre Breuer, Nietzsche y Freud, así que me puse El día que Nietzsche lloró y al terminar la película, seguía sin saber el porqué de esas lágrimas. Muy traumático. Algo similar ocurre con la película de Peck.
En El joven Karl Marx descubrimos una época muy concreta en la vida del filósofo comunista. Para cualquiera al que le hayan nombrado el «marxismo» y sus consecuencias, sabrá que no hay un Marx sin Friedrich Engels, así que es en ese instante en el que se nos concede incurrir a través de la película.
A lo largo de la película vemos desarrollar puntos importantes en la historia que crearon juntos en apenas una década, justo antes de calar en los teorizadores socio-políticos de la época, cuando decir «Marx y Engels» todavía no era relevante en cualquier círculo crítico, cuando las ideas estaban todavía por desarrollar.
Pero los personajes que conocemos no son realmente tan poderosos como cabría esperar. La película se sigue con cierta atención, donde se narran con soltura algunas de las frases que han creado escuela, al tiempo que se intenta humanizar a estos dos hombres (aunque el título sea El joven Karl Marx, Engels tiene prácticamente el mismo peso en el film) a partir de aquellos que les rodeaban.
Hay una especial incidencia en recalcar la procedencia de cada uno de los personajes, así como la necesidad de incluir a otros reaccionarios de la época para resaltar la situación laboral y social del momento, objetivos que marcaron los estudios de Marx, una persona que, en esencia, ocupó su vida con escribir y especular en reducidos círculos, mientras sus ideas le cerraban puertas al ir contra el orden establecido.
Todo ese aspecto revolucionario no es tan marcado en el film, donde parece que es más importante soltar frases dispersas y autocongraciarse con lo dicho, más que mostrar un claro interés por un debate. Es algo que no viene respaldado por unos inicios aburguesados de ambos protagonistas y sí por la insistencia de sus actores de soltar frase y reír complacientemente. Los Marx y Engels del film carecen del carisma y la empatía que generaron a través de sus escritos y tal vez sea la acomodada visión que ofrece la película la culpable de que en esta ocasión tampoco sepamos los motivos que les hacían llorar por las noches. Demasiada corrección para hombres que promulgaron su visión del mundo más allá del papel.