El cuarto reino es el reino de los plásticos. También es el reino de las moscas. O el purgatorio para los emigrantes. Un lugar de paso. Una rampa de lanzamiento para los extraterrestres.
Cualquier cortometraje bien realizado suscita la curiosidad del público. La razón lógica es una duración reducida que sugiere una historia mayor. Prolongar el metraje es una decisión que se puede tomar desde que comienza la prepoducción hasta llegar al montaje final, sobre todo en el caso de un género más abierto, como es el documental. Siempre habrá mucho material rodado que se descartará en la edición. O situaciones, entrevistas e imágenes que —tal vez— resulte doloroso para sus artífices dejar fuera de la película. En este caso los autores de The Fourth Kingdom demuestran su sabiduría porque miden el tiempo justo que logra ritmo, equilibrio y atención en el espectador.
Con la voz en off de un reportaje industrial sobre los plásticos, tal vez de los años cincuenta y sesenta, a juzgar por el tono del locutor, acompañado por melodías alegres. Una grabación antigua o recreada como las de aquella época, que narra las ventajas del progreso en el uso de plásticos, mientras vemos en la pantalla a un grupo de trabajadores de un almacén de recogida y reciclaje de latas, envases y otros derivados del plástico o aluminios. La sucesión de composiciones que se muestran en planos generales para encuadrar a las personas que conviven en ese centro, un escenario que aparece ordenado en tamaños, formas y colores de los desechos que allí se recogen. Un caos que se traduce en fotogenia, para centrar el interés en las personas que conversan, reflexionan y hacen sus labores allí.
El metraje evoluciona a lo largo de las distintas actividades de una jornada, con trabajo duro al principio, recepción de mercancías, una frugal comida a la mitad, limpieza después e incluso la visita de un grupo experimental de teatro cuando cae la noche. Hasta que uno de los protagonistas se acuesta en la cama. En plena deconstrucción de los parámetros formales del documental, los cineastas componen una película que sigue a este grupo de personas provenientes de distintos países, ya sean latinoamericanos, otros norteamericanos, marginados por su raza, o bien orientales. Con alusiones a intervenciones de televisión en las cuales Trump el beligerante menciona a los alienígenas ilegales.
Àlex Lora y Adán Aliaga demuestran su experiencia previa en el género y obran un pequeño milagro para llevar este documental a terrenos poéticos, plasmados con esos planos de moscas que pululan por el lugar, imágenes que casi transmiten belleza. Puntean con una canción satírica sobre la polla perdida, tocada a la guitarra por uno de los personajes. Continúa por la pieza de jazz al órgano que interpreta otro compañero. O esa representación con música sacra que acompaña a la obra de teatro del grupo que los visita. Por supuesto, todo expresado con esa mirada que se diluye por las conversaciones de los implicados en el film, esos exiliados de la sociedad que cuentan sus experiencias sin necesidad de recurrir a la entrevista, los testimoniales ni rótulos que los identifiquen, sino gracias a los diálogos que mantienen unos con otros de forma directa, filosófica en ocasiones, digna siempre.