Como parece ser tónica habitual en las últimas temporadas, y quizá bajo una desmedida influencia del llamado hype hacia estrenos venideros de considerable respuesta crítica, 2017 queda atrás como un irregular año en lo que a calidad fílmica se refiere. Analizar ahora proyectos esperados, esperanzas cumplidas o desilusiones paralelas daría para todo un artículo, pero lo cierto es que el “malditismo” ha salvado nuevamente los muebles con un conjunto de piezas arriesgadas en algunos casos, contundentes en otros, pero que se separan de la blanca línea que el cine “convencional” ha seguido este año. En lo que a mí respecta, decir que como ferviente seguidor del terror he visto cómo mi género predilecto sufrió otra de esas etapas vagas en calidad, a pesar de la creciente producción de la vertiente a todos los niveles. Aún así, alguna película fantástica se ha colado en el siguiente ranking, inevitable cuando los gustos personales dominan este tipo de listas, aunque gran parte del grueso principal de mi Top 10 del pasado año venga del Festival de Cine de Gijón, el cual he podido cubrir para la web, como un certamen que como acostumbra aglutina parte de lo más destacado del circuito de festivales de la temporada:
10 — Crudo (Julia Ducournau)
Crudo lo ha tenido muy fácil para convertirse en una de las películas de género de este año, al traspasar con vehemencia las propias aristas hacia el horror tanto de su idea principal como en el visceral calado con el que Julia Ducournau añade a una estética; esta, horrorosa por su trascendencia con su historia y que tanto llamó la atención por las exhibiciones que acontecieron de la película (convirtiéndola en todo un fenómeno dentro del horror), reviste de exceso e imaginería con el (crudo) viaje emocional de su protagonista. Para dibujarlo se hace otra metáfora con el canibalismo (una de esas alegorías con las que muchos pretenden justificar los mecanismos propios de una cinta de terror) que, en este caso, funciona estupendamente, pero cabría destacar el hecho de que con Crudo uno se queda con la sensación de que lo heterogéneo del género para dar cabida a todo tipo de mensajes ofrece aquí una inesperada sensación de realidad.
9 — Marlina the Murderer in Four Acts (Mouly Surya)
Lejos quedaron ya las inolvidables rape and revenge del cine más transgresor de los 70, aunque encontremos su esqueleto narrativo en esta película indonesa, de amplio calado por los festivales en los que se ha exhibido. Lo que aquí Mouly Surya se plantea, sin embargo, es un viaje existencial de su fémina protagonista, que se insufla del aroma western para dar tanto un espaldarazo visual, potentísimo, a su tono, como en la añadidura de un clasicismo excelso al fatalismo imperante de su historia. Un relato de redención que, como su propio título indica, está dividido en cuatro actos, rodado con un ímpetu claro hacia el (afligido) preciosismo y en el que se acierta al cerrar su atmósfera y tonalidad en la descripción interna de su protagonista; esta, mujer sufrida por un acontecimiento de ira y vejación en el pasado, recorrerá su posterior camino bajo el hálito fantasmal de su furia, retratada con austeridad, dejando para el espectador el elegante reverso de esas tramas de cruentas violaciones y venganzas incluso peores.
8 — Wind River (Taylor Sheridan)
La gélida ambientación de Wind River traspasa lo puramente estético para que el más habitual guionista Taylor Sheridan, aquí en su segundo trabajo en la dirección, asiente sus mecánicas para el thriller en esta construcción narrativa que supone uno de los trabajos de la temporada. Una investigación en un terreno inhóspito y olvidado, paraje que se convierte clave en la acción en su ejercicio de desengranar los oscuros entresijos dramáticos que envolverán a los personajes. Un film que, a pesar de lo consabido de su premisa, está rodado con fuerza y un sentido fantástico para la tensión de su evolución, con llegada emocional a sus personajes, demostrando que Sheridan también sabe sacar el impacto de escena de sus guiones. Como ya se vio en sus otros libretos, la película traza una fina línea hacia una conclusión, exponiendo sus valores con total expresividad fílmica, consiguiendo sus querencias hacia la conmoción. Su aroma western, marca del autor, redefinirá aún más un contexto que se irá desmitificando a medida que avance el metraje.
7 — Lerd — A Man Of Integrity (Mohammad Rasoulof)
El hombre reprimido por la burocracia del estado opresor, aquí personificado en la figura del individuo con jugosos terrenos para una industria. Este punto de partida, tan propio del cine denuncia iraní, le sirve a Rasoulof para relatar bajo un prisma bucólico y gris la constante lucha del protagonista contra la corrupción, con sus perennes intentos por mantener su integridad, en un campo de acción que al director le servirá para esquematizar, con menos sutileza de lo esperado, su discurso de protesta. Al film le ayuda poderosamente la estoica interpretación de su protagonista y la manera de elevar el drama en sus escenas de cruel emoción, en una producción que debido a los problemas con la justicia de su director tuvo que rodarse de manera clandestina. La cotidianidad dinamitada por la burocracia, en este drama con ciertas querencias hacia el thriller, con un suspense supeditado a la tragedia personal de una injusta opresión.
6 — Le fils de Joseph (Eugène Green)
Juntando belleza y simpleza en la concatenación de sus imágenes, Green realiza una nueva fábula aprovechando un contexto cotidiano pero tornando en sus habituales conexiones literarias y, en este caso, de profundo espíritu religioso. Un cinta sobre el descubrimiento (la del joven adolescente, de madre soltera, que perseguirá la identidad de su padre), ejecutado bajo la habitual dramatización esquelética de los personajes de Green, a través de los cuales se confluirá la parábola bíblica con el que el director realiza su pequeña gran historia, bajo el envoltorio artístico y arquitectónicamente milimetrado con el que nos tiene acostumbrados. El final, toda una revelación en todos los sentidos, que hace elevar a un nivel no esperado los apuntes de fina comedia que fueron rodeando el resto de la trama, en esta película de sosegada narración, pero con la entereza simbólica que siempre se concreta en la obra de su autor.
5 — madre! (Darren Aronofsky)
La última obra de uno de los directores más pragmáticos de los últimos tiempos invade lo cinematográfico con una apuesta por la turbación escénica, el desconcierto de la metáfora o la verborrea visual. Su simple punto de partida, en el que una joven pareja recibirá la extraña visita de unos espontáneos e inesperados invitados, se presentará de manera convencional para luego dejar que sea la propia narrativa la que procreé unas premeditadas intenciones por el caos. Aronofsky apuesta por la conmoción hacia el espectador, algo que desde luego dejará a la obra marcada a fuego por la transgresión, indagando además en los entresijos más peliagudos de la incomodidad y del horror, con una conclusión que en su mensaje se vuelve tan incómoda como inesperada y efectiva. De ahí, desde luego, que estemos ante la que probablemente sea la película más inclasificable del año, y por ende, en este caso, la más impactante y personal.
4 — Maus (Yayo Herrero)
Partiendo de una premisa absolutamente deudora del survival, la cual se desarrolla argumentalmente en buena parte de la narración, The Maus se irá ganando el respeto en su evolución estableciéndose como una contundente exposición de los fantasmas de la (post)guerra. Centrándose en su personaje femenino principal, que junto a su acompañante se enfrentará a las iras de los lugareños en pleno territorio balcánico, el film se reviste de las aristas más depuradas del género (dando elegancia a artificios tan propios del mismo como la imagen y el sonido), generando una afortunada dispersión entre los miedos físicos e interiores. Una excelente ejecución de la tensión, como fábula política que utiliza los mecanismos del horror para llegar al impacto. The Maus es ante todo una apuesta muy arriesgada debido a su concatenación de corrientes, y más especialmente con su condición de ópera prima, pero que nos deja una estética arrebatadora, con rico discurso, y un contexto tan espeluznante como real.
3 — Son Of Sofia (Elina Psikou)
Como un cuento infantil que paulatinamente se deja fundir por un fino y retorcido tono macabro, Son of Sofia se ambienta en un contexto social tan importante para su Grecia de origen como fueron los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004, cuando el infante Misha vuelve al hogar materno, con un inesperado padre habitando el lugar. Psikou relata de una manera fría, calculada y de extrema belleza escénica el paso de Misha a un mundo cruelmente adulto, que él prefiere conocer dando rienda suelta a la fantasía. Esto provocará que la descripción visual de la inesperada relación padre/hijo regale un siniestro tono de perversa reversión de lo infantil, escudándose en lo onírico y regalando alguna que otra escena de incómodo preciosismo. Un relato triste, desesperanzador, con un grupo de personajes atrapados en su microuniverso. Pasado y presente se unirán, con aciaga mirada al futuro, en uno de los films más melancólicos de la temporada.
2 — Scary Mother (Ana Urushadze)
Tomando como referencia un punto de ebullición como es el ama de casa fascinada por la escritura, esta película georgiana que se consideró como una de las vencedoras morales del pasado Festival de Cine de Gijón se sirve en su desarrollo de una pretensión tan fascinante como es la de irrumpir bajo las aristas más perturbadoras del thriller. Un retrato fatalista, gris y opresor, sobre la crisis creativa pero que en realidad relata la segmentación interna de su protagonista, que no es ajena a generosos apuntes de mordacidad. Una concepción del thriller donde lo visual se fusiona con la deconstrucción personal, parida de una incomprensión que emergerá en un discurso de hálito feminista, donde tanto su contexto social como el concepto de familia quedan señalados como focos absolutos de un núcleo opresor. Una película rica en lecturas pero que ante todo nos deja el regusto más turbio del thriller.
1 — Lucky (John Carroll Lynch)
Harry Dean Stanton se despidió de la vida de la mejor manera posible. Su último personaje, en un sentido relato de la vida, la decadencia, y la muerte, parece una extrapolación real de la propia existencia del intérprete en esta actuación, dentro de una historia de cotidianidad y melancolía en una América desértica, paraje que para redondear el guiño nos recordará también al quizá más emblemático papel del actor. Lucky es una película simple en apariencia, pero rica en contenido, que traza una esperanza de ilusión y comicidad ante un inminente final. Un drama lo suficientemente agradable para divertir en la emoción, que además nos regalará una de las interpretaciones del año. Sería injusto no mencionar que el fallecimiento de Dean Stanton añade emotividad al conjunto, pero a uno le da la sensación que ha estado esperando hasta el último momento por este papel, que probablemente se convertirá en el más recordado de su carrera.