2017. Un año cinematográficamente complicado. Un año que podríamos llamar de transición donde las grandes superproducciones, en especial la de los superhéroes, han empezado a mostrar signos claros de agotamiento. Por otro lado también ha habido un cierto anquilosamiento en las propuestas más de autor, repitiendo esquemas y orientándose cada vez más hacia una audiencia cautiva más pendiente del nombre del “auteur” de turno que de si su propuesta es realmente interesante. Y entre medio de todo ello surgen como siempre las joyas o joyitas, las películas imprescindibles que aquí reseñamos. Un top ten que viene marcado por la fantasmagoría, un tema recurrente, ni que sea lateralmente, que recorre parte de esta elección personal. Hay que matizar, sin embargo, que toda elección implica arbitrariedad y una buena dosis de renuncia y por ello no está demás citar aquí films que por muy poquito se han quedado fuera del top. Personal Shopper y sus espíritus en un mundo material. Los espíritus de un pasado tortuoso en lo emocional y profesional de On the Beach Alone at Night y, en otro orden de cosas, el considerado por muchos como el mayor fantasma cinematográfico de la actualidad: Christopher Nolan y su alegoría sobre los horrores de la guerra en Dunkirk.
Pasemos pues a ver cuáles son las diez escogidas del 2017 y cuáles son los fantasmas que en ellas habitan:
10 — Z. La ciudad perdida (James Gray)
James Gray presenta una película de aventuras. Sí, pero nada que ver con los homenajes pulp al estilo de Indiana Jones. Estamos en el territorio de la narración clásica, del empaque sólido, de la acción lateral y de la microscopía argumental que esconde un objetivo mayor. Gray usa el género para hablar de la demolición del sistema de valores tanto políticos como familiares que se produjo al inicio del siglo XX. De la crisis interna y externa de un hombre que se enfrenta a sus convicciones y al mundo que le rodea. Z es la aventura de encontrarse a uno mismo, de tomar posición y ser coherente con ella. Una aventura que puede parecer exenta de emociones explosivas pero que, sin embargo, está repleta de alma, de espíritu.
9 — Your Name (Makoto Shinkai)
Puede resultar muy fácil reducir el film de Makoto Shinkai a la categoría de algodón de azúcar empalagoso. De dramita para adolescentes insustancial y cargante. Los ingredientes ahí están, cierto. Pero lo que Your Name pide, aunque sea difícil, es tomar una cierta distancia y contemplarla como un artefacto que se distingue por una belleza visual arrolladora, sí, pero también como un tratado sobre la búsqueda de algo tan complicado como el amor. Y Your Name lo hace apelando a la diversión slapstick, pero también a la investigación del sentimiento como un fantasma esquivo que se escurre en el espacio y el tiempo. Your Name es una carrera de obstáculos contra lo imposible que se salva a base de perseguir fantasmas (nuestros y ajenos) con la esperanza de que se materialicen en algo físico y palpable. Una película que es lo más cercano a la magia que se haya filmado en mucho tiempo.
8 — Wind River (Taylor Sheridan)
Que un thriller de la potencia y solidez de Wind River no llegue a distribuirse en pantalla grande ya es de por sí una situación que habla mucho y muy mal de la distribución cinematográfica de nuestro país. Una situación que se antoja inexplicable dado el potencial del film de Taylor Sheridan. Wind River nos habla también, aunque sea de forma lateral, de los fantasmas que habitan en los recónditos lugares de la América olvidada. De reservas de los auténticos habitantes primigenios del continente: los indios. Unos no-lugares pasto de miserias, y lucha por la supervivencia. Espacios donde la degradación de las condiciones de vida lleva a sus habitantes a ser espíritus errantes perdidos en sus ensoñaciones y su dolor. Y ante este panorama desolador Sheridan hace emerger la figura del (anti)héroe solitario, portador de justicia, y ejecutor de su propia moralidad. Un espléndido Jeremy Renner al que filma con una distancia emocional que permite no entrar en juicios éticos y sí plasmarlo como una realidad implacable, más allá de nuestra perspectiva y valores. Lo que pasa en Wind River se queda en Wind River. Para bien o para mal.
7 — Doña Clara (Kleber Mendonça Filho)
Puede que el film de Kleber Mendonça no sea paradigma de originalidad formal. De hecho el film, en estructura y composición es bastante convencional, sobre todo por lo que se refiere al uso del flashback. Sin embargo Doña Clara es mucho más que un conjunto de fotogramas emplazados en estructura simple, Doña Clara es ante todo un monumento a la dignidad y un relato implacablemente crítico sobre ese nuevo capitalismo (que en el fondo es el mismo de siempre solo que reciclando caras y formas) que bajo la forma de modernidad y pragmatismo se dedica a devorar cualquier objetivo, almas y voluntades humanas incluidas. Y frente a ello se alza la majestuosa figura de Sonia Braga que, en una interpretación cercana a lo imperial, eleva a un nivel superior conceptos como honradez, coherencia, dignidad, humanidad. Un auténtico recital interpretativo que consigue sobrepasar las barreras de lo meramente formal y llevar a la película a la barrera de lo icónico.
6 — A Ghost Story (David Lowery)
Si el 2017 ha sido el año de lo fantasmagórico y de lo espiritual trasladado en forma de metáfora es precisamente, y como icono principal, gracias al film de David Lowery. Algo tan simple como la figura arquetípica del fantasma como sabana errante (y tan fácilmente pasto de la parodia) se constituye como centro de una reflexión universal sobre la vida, la muerte, el tiempo, la memoria y nuestro lugar, tan grande y a la vez tan pequeño, en el universo. Un film minimalista, filmado casi como sucesiones de recuerdos enmarcados en polaroids, retratos vivaces que se decoloran pero que permanecen como ecos de los ecos de recuerdos falseados por el tiempo. Una película melancólica como la mirada de ese fantasma que, en realidad, somos todos.
5 — El Sacrificio de un Ciervo Sagrado (Yorgos Lanthimos)
Si algo produce unánimemente el cine de Yorgos Lanthimos es aprensión. Para algunos se trata precisamente de lo que cuenta y cómo lo cuenta. Para otros es justo lo contrario, el rechazo viene de la idea de que en realidad es sensacionalismo puro al servicio de la nada más absoluta. Sí, puede parecer que a Lanthimos se le vaya a veces de las manos la obviedad de la metáfora, pero la clave está en que seguramente la metáfora es lo que menos le importa al director griego sino que lo que busca es lo que se desprende de ella tanto temáticamente como emocionalmente. El paroxismo de ello se encuentra en su última producción que, repleta de simbolismo bíblico (e incluso de filmación eclesiástica), nos ofrece una llegada del anticristo fraguada en la descomposición familiar burguesa. Pero si inquietante es el tema más lo es el trabajo formal desarrollado para ello. A través de una aparente pausa narrativa y de cierta perspectiva contemplativa se nos sumerge en una pesadilla con texturas de arenas movedizas. Una película cuya sensación final es cercana a la náusea, aunque no por ello renuncia al placer de la reflexión, es decir, El sacrificio de un ciervo sagrado es lo más parecido a recibir una paliza a golpes de Biblia.
4 — The Disaster Artist (James Franco)
Hablar de sueños sin caer en sensiblerías, hablar de fracasos sin crueldad, hablar de personas que son juguetes rotos vitales sin caer en humillaciones ni escarnios. Planteamientos aparentemente fáciles en teoría pero increíblemente difíciles de ejecutar en pantalla. Esto es lo que James Franco consigue a la hora de retratar a Tommy Wiseau y su rodaje de la increíble (por desastrosa) The Room. Una película de apariencia sencilla pero que destila la ternura necesaria para abordar dicha cuestión. Los fantasmas de Wiseau no solo flotan en lo que vemos de The Room, sino también en su cotidianidad, unos traumas no explicitados pero sí intuidos a través de su desarraigo, su incapacidad de empatizar con el mundo que le rodea, su visión filtrada del cómo deberían ser las cosas. Una visión que James Franco nos pone delante de nuestros ojos con una mesura encomiable, mostrando un respeto inusitado por Wiseau y un equilibrio emocional que no le impide mostrar los aspectos más oscuros de su personalidad. El adagio dice que la comedia es tragedia más tiempo y con The Disaster Artist Franco nos muestra que a veces el tiempo no es necesario ya que la comedia y la tragedia pueden convivir simultáneamente, en tiempo real.
3 — Crudo (Julia Ducournau)
Hablar de Crudo es hablar de cine comprometido, de cine visceral, concebido desde las entrañas. Una película que, dejando de lado su obvio formato de coming of age, se postula como un manifiesto de empoderamiento femenino sin vericuetos, excusas ni tapaderas políticamente correctas. Julia Ducournau nos emplaza, desde los códigos de género, a asistir a una evolución, al despertar de la consciencia femenina a través de una sexualidad poderosa y desacomplejada. Podemos hablar de canibalismo, de gore y de la potencia (en lo desagradable) de alguna de sus imágenes, pero al final no son más que exploits comerciales para no hablar de lo que realmente es potente en el film: su mensaje descarnado, directo y abrasador.
2 — Call Me by Your Name (Luca Guadagnino)
Nuestras vidas están llenas de fantasmas personales y de todos ellos quizás no hay ninguno tan poderoso como el del primer amor, el de la realización física de un sentimiento con el que nos bombardean películas, libros y canciones y que nunca se parece exactamente a aquella idealización romántica que configuramos internamente. Luca Guadagnino nos ofrece una ventana hacia ese momento, un lugar donde podemos observar sin entrar en juicios morales, morbo o condescendencia. Un lugar de privilegio que permite asomarnos a un mundo sensual, cálido, sudoroso y también lleno de dudas, afirmación y por qué no decirlo, dolor. La obsesión por el tiempo en un reloj, el discurso de un padre tan comprensivo como doloroso, y unos ojos mirándonos directamente haciéndonos partícipes y por tanto cómplices de la experiencia son solo algunos de los hitos que hacen de Call Me by Your Name una de las experiencias más gratificantes para el espectador ya no solo cinematográficamente, sino también como expiación de nuestros propios demonios del amor.
1 — Nocturama (Bertrand Bonello)
Un fantasma recorre Europa y su nombre es terrorismo. No sabemos cuándo, dónde o quién puede sufrirlo. El terrorista puede ser cualquiera o puede ser nadie. Incluso puede que ni tan siquiera sea un terrorista. Porque, ¿dónde está la diferencia entre la revolución y el terrorismo? ¿quién adjudica el adjetivo? Bertrand Bonello nos ofrece, a través de un film de precisión mecánica y de simbología clarividente, un alegato duro sobre nuestras falsas percepciones sobre lo que los medios y los mecanismos de poder ponen en el mismo saco global del terrorismo. Bonello pone dudas morales en los personajes que actúan contra el estado y dibuja una crueldad implacable y de precisión quirúrgica en las fuerzas del orden que los reprimen. Una película de robots sin alma y de maniquíes que buscan sentido a la suya en un espacio tan frío y desolado como un centro comercial vacío. Una representación fantasmagórica y elocuente de una sociedad movida por el impulso consumista, la manipulación mediática y la desorientación absoluta en sus valores constituyentes.