Hay que mirar 27 años atrás en el tiempo para encontrar la ópera prima de Todd Haynes en el largometraje. Con Poison, el director californiano inauguró una filmografía peculiar, que ha rellenado con temáticas bastante concretas (aislamiento, música, homosexualidad, el rol de la mujer a mediados del siglo pasado…) pero que ha sabido dirigir a través de enfoques muy concretos, casi todos acertados. Habrá opiniones para todos los gustos, pero parece evidente que con Lejos del cielo, la miniserie Mildred Pierce y, sobre todo, Carol, el cineasta alcanzó su cénit tras las cámaras. Conociendo su estilo e inquietudes, resultó ciertamente extraño asistir al visionado de Wonderstruck, una buena película pero en la que Haynes parece no plasmar toda su identidad como realizador. Por tal motivo y a causa del estreno de la mencionada cinta en los cines españoles, conviene regresar a Poison, su primerizo largometraje.
Con Poison, Haynes narra en paralelo tres historias aparentemente muy diferentes tanto en protagonistas y temática como en estilo. La primera de ellas refleja la misteriosa desaparición de un niño parricida. A modo de reportaje televisivo típico de suceso veraniego, con entrevistas a la madre del niño y a los vecinos y conocidos de la familia, el director realiza una aproximación muy veraz a un hecho que desde la opinión pública se juzga rápido y mal, pese a que realmente hay un contexto mucho más profundo. En segundo lugar, se nos presenta la trama de un joven huérfano de tendencias homosexuales que ha pasado casi toda su vida en la cárcel. Esta vez, Haynes narra la historia a modo de drama con tintes psicológicos sobre un hombre que todavía se encuentra explorando sus verdaderos deseos, haciendo lo posible para encontrar una motivación en un entorno nada sencillo. Por último, la tercera historia hace referencia a un conocido doctor que comete un error fatal tras conocer a una mujer, también doctora, de la que se queda prendado. Mediante una fotografía en blanco y negro, estilo aproximativo a la sci-fi y el fantástico, con un formato casi de serie B, esta se convierte en la narración más interesante de todas, aunque en un principio pudiera parecer la menos elaborada.
Esta diversidad estilística y narrativa es lo que aúpa a Poison a un lugar atractivo dentro de la filmografía de Haynes. El cineasta pone en práctica todos sus recursos y se dedica a jugar con la cámara para captar la esencia de cada una de las historias. Especialmente llamativas son las secuencias que nutren la trama del presidiario; unas escenas que, por cierto, llegaron a causar una fuerte polémica al otro lado del charco por llegar a considerarse pornografía. Críticas a un lado, lo cierto es que a los espectadores se nos transmite bastante bien el carácter de los protagonistas de cada una de las narraciones (incluso la del niño, esta vez a través de los testimonios), aun a pesar de que el escaso metraje del film no deje demasiada ocasión para profundizar en cada una de ellas. La parte buena es que, como ya sucede en Wonderstruck, la grácil labor en sala de montaje proporciona que la obra de Haynes distribuya adecuadamente la cuota de minutos para cada una de las historias que conforman el film, de manera que ninguna de ellas pierda peso y todas resulten, a su modo, interesantes.
Esta vocación experimental contrasta un poco con la evolución que más tarde ha seguido el cine de Todd Haynes, con obras tan sobrias, elegantes y de tendencias dramáticas como las mencionadas en el primer párrafo. Pero eso no hace sino realzar todavía más el interés de Poison que, por otro lado, resume el embrión de inquietudes temáticas que posteriormente perseguiría el realizador durante las tres décadas siguientes. Siempre resulta bonito regresar a la ópera prima de un director conocido y observar cómo se manejaba cuando todavía era un novato, qué le inquietaba entonces y qué aspectos han ido evolucionando en su cine. En este caso, además, nos encontramos ante un film disfrutable incluso para aquellos que desconozcan por completo los trabajos posteriores del estadounidense.