Existen todavía demasiados países en el mundo donde la mujer está desprotegida frente a determinados delitos. Una de estas naciones es India, lugar en el que hace no demasiados meses se produjo una escalada de agresiones sexuales y violaciones grupales a mujeres, noticias que horrorizaron a buena parte de la sociedad occidental no sólo por el propio carácter de los delitos, sino también por el agravante de ser perpetrados en lugares públicos y por la sensación de que semejantes actos no iban ni mucho menos a provocar una reacción gubernamental con el objeto de que hechos similares no pudieran repetirse. Lo peor de todo ello, como adivinaron algunos, es que esas violaciones no eran precisamente un caso aislado en el país.
Lo que intenta hacer Pan Nalin en 7 diosas (Angry Indian Goddesses) es una firme crítica del papel de la mujer en la sociedad india partiendo del dato de que el 96% de los papeles femeninos en Bollywood representan el clásico rol de mujer florero con un aspecto extremadamente sexualizado. Desde este punto, Nalin pone en liza otras varias reivindicaciones contra la consideración de la mujer como objeto reproductor y ama de casa, el rechazo a ciertas maneras de vestir, el castigo a las relaciones homosexuales o, como consecuencia de todo ello, las repetidas violaciones y agresiones físicas que tienen como víctimas a mujeres y que desgraciadamente son noticia con demasiada frecuencia.
7 diosas comienza con una breve pincelada sobre el rol de varias mujeres indias que sufren un cierto grado de machismo en su día a día, como la deportista que es acosada verbalmente por unos tipos rocosos en el gym, la cantante sin suerte de la que se burlan en los conciertos o la actriz de Bollywood a la que su director solicita menos acción y más grititos. De repente, como si de telepatía se tratase, todas se rebelan ante los personajes masculinos. No es el único nexo que les une, ya que entre ellas también existe un importante vínculo de amistad. Por ese motivo, tras su rebelión conjunta deciden ir a pasar unos días a casa de una de las chicas donde pasarán por varios momentos que cambiarán totalmente sus vidas.
Desde este momento, 7 diosas se perfila como una cinta a todas luces bienintencionada y con un espíritu crítico tan loable como necesario. Sin embargo, también deja ver que esa virtud en su afán reivindicativo no va unida a un punto de inflexión puramente cinematográfico, aspecto siempre necesario cuando se intenta realizar una crítica extrapolable a lo que sucede en la vida real y no únicamente quedarse en la superficie de mostrar al público una representación artística de tales delitos. De esta manera, Nalin va pasando poco a poco de un tono marcadamente buenrollista y que en un principio parecía más cercano a ofrecernos un cierto estilo cómico (que le habría venido muy bien al trasfondo de la cinta) a un dramón que mantiene por objetivo emocionar a aquellos espectadores que hayan quedado enganchados por la película.
Sin embargo, lo que precisamente resulta complicado es llegar a sentirse conmovido por lo que se ve en pantalla. La pasión del cineasta por transmitir un gravísimo problema le lleva a exagerar la factura visual de las escenas utilizando varios recursos (como la cámara en mano durante la secuencia de la playa) sin que la ocasión realmente lo mereciese. Tampoco son naturales ciertas poses de los antagonistas por más que sus ideas estén en sintonía con las de aquellos individuos de la vida real a quienes representan. Especialmente evitable es la escena de la clásica Fuenteovejuna, mil y una veces representada en el séptimo arte y que responde más a un deseo del director por remover conciencias que a una circunstancia palpable y verídica.
Esta preferencia por una alta dosis de topicoína en lugar de dotar de una mayor asepsia al relato es lo que convierte a 7 diosas en un producto de dudosa calidad cinematográfica y que difícilmente logrará perdurar en la memoria como un documento imprescindible para analizar en profundidad el porqué de semejantes actitudes. Más allá de esta circunstancia, no es necesario lanzar más reproches a una película cuya buena intención debería haber quedado por encima del mejorable resultado final.